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La caída cotidiana se lleva al líder, Tony Martin

El alemán se rompió la clavícula en un accidente en el último kilómetro en la que arrastró consigo a Nibali, Quintana y Barguil, por lo que se perderá lo que resta de Tour

Carlos Arribas
El checo Zdenek Stybar cruza en solitario la línea de meta.
El checo Zdenek Stybar cruza en solitario la línea de meta.REUTERS

En el ciclismo, hay días en los que eres martillo y días en los que eres clavo, dice a la tele inglesa Alex Dowsett, quien podría precisar un poco más: en el Tour hay días en los que todos los ciclistas son clavo.

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No solo temen esos días los escaladores frágiles, también los grandes rodadores, quienes a plena potencia parecen indestructibles hasta que se descubre, como lo descubrió Tony Martin, tan imponente, tan grande, de amarillo, que también son de carne y, sobre todo, de hueso fácilmente fracturable. A menos de un kilómetro de la meta, el alemán, tras lanzar en la cuesta final del Havre el sprint a su equipo, se apartó y, sin darse cuenta —“ni me enteré de lo que pasó”, dijo—, a tal velocidad iba, cambió bruscamente de trayectoria a la derecha tras rozar su rueda delantera con la trasera de Coquard, y cayó sobre Barguil, ficha de dominó que cayó sobre Nibali, y sobre el montón ya formado cayó Nairo Quintana. Martin se rompió la clavícula y se despide de la carrera, los demás sufrieron heridas superficiales, más profundas en el brazo derecho de Quintana, quien se clavó dos dientes de un plato sin necesitar luego puntos de sutura. Aunque el líder, que atravesó la línea de meta empujado por varios compañeros en magnífica composición pictórica de lo que significa ser gregario, subió al podio a recoger su maillot amarillo en compañía de su compañero de equipo Zdenek Stybar, un checo que se aprovechó del caos para ganar, no saldrá el viernes. Tras Cancellara es el segundo líder, y gran contrarrelojista, que abandona roto un Tour que no para y que seguirá atravesando Normandía el viernes con Froome como líder virtual, aun sin maillot amarillo. Como la caída se produjo en los últimos tres kilómetros, a todos los afectados por la caída se les aplicó el mismo tiempo.

Los tres fugados: Quemeneur, Teklehaimanot y Vanbilsen.
Los tres fugados: Quemeneur, Teklehaimanot y Vanbilsen.E. Gaillard (REUTERS)

Cuando en el autobús se acercan a la salida del Tour y ven en la distancia los gigantescos molinos eólicos girando felices sus tres aspas metálicas, los ciclistas, que no se sienten quijotes, palidecen y dejan de hablar. Otro día de viento. Otro día de tortura y tensión que terminará, tras una explosión final de adrenalina y rabia en el último kilómetro, con todos deshinchados y sin fuerzas de repente, de nuevo tirados en el mismo autobús con las piernas en alto, la mirada perdida y el silencio envolviéndolo todo, su fatiga. “No me gustan nada los molinos”, dice José Herrada, que es manchego y que sabe que no son gigantes, sino monstruos. Y tampoco le alegra el día al escalador del Movistar saber que camino del Havre, el puerto en el que deberán recogerse al final del día, pasarán por hermosos y turísticos acantilados de 100 metros de altura en el canal de La Mancha, donde, como todo el mundo sabe sopla siempre el viento para que las gaviotas planeen. Y para que ellos solo piensen en la supervivencia propia y la de su líder, en estar bien colocados y en repasar la lista de temores: que no se caiga nadie, que no pinche nadie, que no se corte nadie.

Los mecánicos sentados en el asiento de detrás de los coches también juran entre dientes. Son días en que ni tiempo tienen para comerse el bocadillo, en los que nerviosos repasan mentalmente todas las tareas que han cumplido y las que tienen que cumplir mientras cruzan los dedos para que cuando anuncie pinchazos o caídas Radio Tour no cite a ningún número de su lista. Con el manómetro-bomba portátil mide una y otra vez la presión de las ruedas que le rodean, nueve atmósferas, ok, y si ve una gota de lluvia, las deshincha un poco, y en la cabeza lleva el mapa mental de la baca: las bicicletas de repuesto del líder del equipo, en la parte posterior derecha, la más cercana a su puerta. Allí van las de Froome, Nibali, Contador y Nairo, enteras, con sus dos ruedas. Las de sus segundos, Thomas, Fuglsang, Rogers y Valverde, van justo delante. Y en el lado contrario, las de los gregarios más preciados para cada día. En el centro, sin rueda delantera, que no cabe, las de los demás, que no tienen tanta prisa. Espías de otros equipos revisan por la mañana las bacas de los rivales, y descubren curiosidades que les permiten afinar su táctica, como que en la baca del Katusha, la bici que ocupa el lugar preeminente es la del sprinter Kristoff, y no la del escalador Purito. “En las etapas llanas es así, ya cambiaremos en las de montaña”, dice su director, José Azevedo. “Además, tampoco se tarda mucho más en coger la bici delantera…”

Tony Martin es ayudado por sus compañeros para cruzar la línea de meta.
Tony Martin es ayudado por sus compañeros para cruzar la línea de meta.B. Tessier (REUTERS)

Sopló el viento de tres cuartos favorable, el más peligroso, pero los suficientemente fuerte como para provocar abanicos. Y las caídas fueron culpa, como dijo Martin, de la mala suerte, de que tocaba ser clavo (y también podría decirlo Valverde, quien se cayó al patinar su rueda al reemprender la marcha después de pararse en la cuneta para responder a una llamada de la naturaleza), lo que no evitó explosiones de furia final. Nibali, creyendo que le había derribado Froome, insultó al británico y hasta le arrojó el bidón. Froome, más flemático, subió luego a su autobús a explicarle que se equivocaba. Se dieron un beso y Nibali declaró: “Hemos hecho las paces y no habrá rencores: somos ciclistas, no futbolistas”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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