_
_
_
_
_

Bardet gana en una nueva jornada de puertas abiertas en los Alpes

Froome y su Sky permiten en el Glandon, todo tipo de ataques, salvo aquellos en los que entran Quintana o Contador

Carlos Arribas
Romain Bardet celebra la victoria de etapa.
Romain Bardet celebra la victoria de etapa.Peter Dejong (AP)

El buen descendedor en bicicleta, mezcla de esquiador y motorista trazando las líneas imaginarias, ideales, que solo él es capaz de ver, es uno que mira diferente. Es uno que cuando se acerca a una curva, intoxicado por el vértigo, la velocidad, el oxígeno puro que le inunda los pulmones, no se fija más que en la salida: clava los ojos al final y el cuerpo solo tiene que seguir su mirada. Romain Bardet es uno de estos como lo fue Jacques Anquetil. Muchos los desprecian, como se desprecia a un descerebrado, a uno capaz de arriesgar su vida por un segundo, por un metro. Se equivocan quienes piensan así: son, antes que nada, artistas que merecen tanta admiración, tantas miradas con la boca abierta como las que exigen los Alpes de Saboya, los glaciares que prestan a sus cimas el aspecto de pieles de vaca vieja extendidas al sol, el blanco deslumbrante, las grandes manchas marrones del granito en sombra.

Más información
El sueño de Simon Geschke, la felicidad ‘hipster’
Llegan las etapas alpinas del Tour
Cuatro días en los Alpes para derribar el muro de Froome

Entre los que aplaudían deslumbrados en la cuneta estaba uno como Nicolas Sarkozy, hablando de ciclismo. El expresidente francés era de Ocaña, lloró cuando el de Priego se cayó en Menté y admira a Nairo Quintana, con quien comparte talla de bicicleta. Aplaudió al francés que ganó la etapa, sin embargo, pues vestía su traje de campaña como Hollande y Valls, quienes deben visitar el Tour para que los ganaderos se templen y dejen de boicotear a la fábrica de salchichones Cochonou o al distribuidor Carrefour, que les arruinan, o para que los habitantes de los pueblos aislados por el hundimiento de sus carreteras se apacigüen.

Las jornadas de puertas abiertas organizadas por los Sky en los Alpes continuaron en el Glandon que tantos soñando veían como el gran puerto en el que todo cambiaría. Fue, como Allos, la víspera, el puerto en el que la gran fuga (uno más que el día anterior la componían: 29 a 28), eligió a su ganador. Entre los pretendientes, como todos los días desde los Pirineos pues las primera gran montaña redujo sus aspiraciones a la casi nada, a una etapa, a un puesto en el top ten, los mejores de entre los franceses, Bardet, Pinot y Rolland, las grandes esperanzas hace un mes, las grandes desilusiones de ahora, empujados por ello cotidianamente a la tarea de salvar su honor salvando a su patria. Pinot, que no sabe bajar, se cayó y perdió la etapa de Pra-Loup; Bardet, un artista, dejó a su último acompañante en la ascensión, Winner Anacona, después de coronar el Glandon y, abrazando el vértigo, las curvas, dijo adiós bajando. “Winner no necesitaba ganar la etapa como si le fuera la vida en ello”, dijo su director, Eusebio Unzue, uno para quien el arte en el ciclismo es secundario. Anacona, de Boyacá como Quintana, orgulloso de sus ojos rasgados, de sus orígenes mongoles, de su etnicidad, no habló de eso, solo de que las órdenes variadas que recibía desde el coche Movistar –espera, ataca, para, vete a por la etapa, deja la etapa—le habían obligado a hacer más esfuerzos de los necesarios.

Las órdenes Movistar marchaban al ritmo del ánimo de sus directores, que se alicaía o se disparaba dependiendo de factores múltiples, porque la etapa fue tan dura que corredores que lo habían hecho bien, se habían fugado, habían trabajado, habían combatido y derrotado al calor, a la sed y al dolor de piernas, llegaban tan cansados a su autobús que solo eran capaces de decir: “mañana lo dejo, no puedo más, abandono”. Y fue tan complicada de interpretar pese a la sencillez con que la resumió el líder Chris Froome –“no tuvimos que hacer nada: en el Sky solo nos preocupamos de los ataques si se mueven Quintana o Valverde, los demás tienen libertad de hacer lo que quieran”, dijo el británico—que lo que un minuto parecía una decisión sensata al minuto siguiente era una locura.

Alberto Contador, herido y feroz, atacó en el Glandon

Por debajo de la apisonadora Sky, guiada por Nicolas Roche, que tiene más cerca su buena boda, latían corazones agitados, como el de Alberto Contador, herido y feroz, quien atacó en el Glandon cuando le llegó su vez, como en la carnicería, después de que lo hubieran hecho el 10º de la general, Barguil, el octavo, Frank, y el sexto, Gesink. Cuando arrancó el de Pinto, uno que siempre provoca un incendio y que inflama a las gentes, que en la cuneta gritaban, entre admiradas y sorprendidas, ¡Contador! ¡Contador!, Quintana se movió sobre la bici como si tuviera hormigas en las piernas, ganas de pelea. Se puso de pie e inició su contra, pero Valverde, su segundo, le paró. Poco después se movió Nibali, el séptimo de la general, al que había que respetar que tenía un número más bajo en la carne.

“Tuve que levantar el pie en algunos ataques porque Alejandro no podía seguirme”, dijo el colombiano, quien en la zona mixta siempre tiene a su disposición una banqueta para sentarse y un propio con una sombrilla para protegerle del sol. Poco después, Valverde hizo un esfuerzo para ir a por Nibali y dar continuidad al ataque y tuvo que sentarse rápido. “Me dio el aire de cara un poco y me entró el flato”, dijo el murciano, quien, cuando Quintana insistió tras Nibali, dejó irse a los grandes unos segundos: los alcanzó bajando y con ellos participó en la gran foto del Tour, la del ascenso a las 18 lazadas de Montvernier, una carretera como unos cordones de zapato abrochados a un precipicio vertiginoso. Por delante, ya muy lejos, el artista Bardet trazaba ya su último descenso hacia la victoria.

Purito ya es dueño provisional de sus lunares

Pese a la gran tradición española en la materia, tan antigua que data de la Pulga de Torrelavega, hace más de 80 años, y sigue con El Águila de Toledo y el Relojero de Ávila en los años 50 y 60, España, tierra de escaladores y reyes de la montaña, solo ha colocado a uno de los suyos vestido de lunares en el podio de los Campos Elíseos: Samuel Sánchez, en 2011. El asturiano, que aún batalla para acabar entre los 15 primeros, es el único español que ha ganado la montaña en los últimos 40 años, los que ha cumplido el maillot de lunares, inventado en 1975. Hasta entonces, la montaña no tenía maillot distintivo.

Para tratar de aligerar la anomalía, otro español, Purito Rodríguez, desbancado en la general y ganador de dos etapas, se ha propuesto lucir en París el domingo una prenda que hasta el jueves llevaba prestada por Froome. La operación conquista, iniciada con su victoria en el Plateau de Beille, continuó ayer, con el catalán en la fuga y puntuando en cuantos segundas y terceras se le ponían por delante. Solo flaqueó en el Glandon, donde se apajaró, lo que no evitó que terminara la jornada como líder de la clasificación, empatado con Romain Bardet. “Claro que creo que lo puedo ganar, por eso lo intento”, dijo Purito, quien el viernes cuenta con u n primera, un segunda y un hors catégorie antes de la llegada final a La Toussuire para sumar lunares.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_