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Casillas apenas tuvo que estirarse en su debut con el Oporto

El meta español se estrena en la liga portuguesa con el Oporto, que derrota con holgura (3-0) al Vitõria de Guimarães

Casillas, durante su debut en la liga portuguesa con el Oporto.
Casillas, durante su debut en la liga portuguesa con el Oporto.Miguel Vidal (Reuters)

Tocó bastantes más balones con los pies que con las manos, le dio salida al equipo con la zurda y apenas sacó un centro con los puños y recogió algún rebote. Al inicio de la segunda parte desvió el único disparo que enfocó el espacio entre los tres palos que defendía. Iker Casillas pasó de puntillas por su primer partido oficial con el Oporto porque sencillamente no tuvo oposición. Apenas le disparó el Vitoria de Guimaraes, derrotado (3-0, con dos goles de Aboubakar y uno de Silvestre Varela) por un rival que marcó de inicio y se dedicó a gestionar su ventaja sin mayores sobresaltos.

 “Agosto no Dragão”, anunciaba el lema elegido por el Oporto para la apertura del campeonato, para el estreno de Iker Casillas en la liga portuguesa ante un estadio abarrotado. En tiempo de vacaciones y de festividades no resulta sencillo llenar estadios. Tampoco deberían sobrar motivos para hacerlo cuando tu equipo lleva dos años sin ganar un título que se siente obligado alcanzar y cuando en los últimos meses los mejores futbolistas han partido a otros destinos. Sin Jackson Martínez, Casemiro, Oliver Torres o Quaresma estamos ante el Oporto de Casillas, pero la ternura de la mayoría de los rivales que se encontrará en la competición doméstica anuncian que, sobre todo ante su público, el guardameta español mostrará sus condiciones a cuentagotas.

 El Oporto alineó ayer de inicio a tres españoles. Alberto Bueno estuvo en el banquillo, pero para él si deberá esperar el debut porque no dispuso de minutos. Con Casillas partieron el central cántabro Iván Marcano y el extremo Cristian Tello, que inicia la última campaña de la cesión pactada hace un año con el Barcelona. Fino, veloz y punzante, marcó diferencias cada vez que entró en contacto con la pelota. De Casillas las noticias llegan por ahora más desde fuera del campo, de su adaptación a su nuevo entorno. Capital del contraste, con un punto decadente que empieza a tamizarse con una restauración urbana de excelente gusto, Oporto, conocida como la ciudad invicta desde que Napoleón fracasó al conquistarla, se odia o se adora sin término medio. Casillas y su familia acometen los primeros pasos de una integración que no siempre es sencilla: tan cerca y tan lejos está Portugal de España. “Venimos a disfrutar de la vida, iremos a comer fuera. Somos gente normal, no movemos los dedos y las cosas nos aparecen hechas. Ya verán como no somos diferentes”, explica el laureado meta madrileño en la última edición de la revista oficial del Oporto. La familia Casillas ya ha dejado atrás la provisionalidad de un hotel para mudarse a una villa tasada, según algunas fuentes, en 6.000 euros mensuales y ubicada no lejos de Foz de Douro, donde ayer por la tarde, como tantas veces, golpeaba el oleaje con fuerza. Portugal, y Casillas lo percibirá por fuerza, vive mirando a un mar nada amable.

 La rutina regresó para Casillas ante el Vitoria de Guimaraes, que acabó quinto la pasada liga y se ganó con solvencia una plaza en la Europa League, de la que acaba de quedar eliminado tras caer en casa con estrépito ante el Altach austriaco. Ese desastre presagiaba el nivel de un equipo que sufriría para mantenerse en la Primera División española. El Oporto se aprovechó de la debilidad de su oponente para controlar el partido con la confianza que otorga marcar un gol a los siete minutos, un tanto afortunado del buen delantero Aboubakar, tras un rechace en un zaguero. Apasionado, pero exigente el público portista premió cada buen lance de los suyos, pero reprochó las imprecisiones con dureza, sobre todo al mexicano Herrera.

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Para Casillas hubo aplausos, más por cada gesto, por cada saludo, que por su relación con la pelota. Tras pasarse los primeros tres cuartos de hora inédito, el rival le exigió algo más al inicio de la segunda parte cuando Tozé, un pequeño mediapunta, aprovechó una imprecisión en la salida de la pelota local para colarse hasta el área y resolver con un duro disparo que rechazó el portero. El susto despertó al Oporto. Tello remató tras un error del meta visitante y un defensor sacó bajo palos. El partido viró para ser algo más parejo porque el Vitoria subió líneas, pero lo pagó casi de inmediato con otro gol de Aboubakar, éste pleno de potencia y exuberancia. El camerunés de 23 años anotó y corrió a abrazarse a su entrenador, Julen Lopetegui, que edifica un equipo respetuoso con el balón, una pizca premioso en la circulación, con dos extremos bien abiertos y dos pulmones en la medular, trabajadísimo en la estrategia.

En ese cóctel, amparado por un estadio que no cesa de animar y que se apoya en una sonoridad que por momentos intimida, inicia Iker Casillas el mismo periplo que antes hicieron 16 compatriotas, guardametas españoles que jamás consiguieron alzar un trofeo de campeón luso. Para un tipo que ha levantado todos los que le han puesto por delante ya es un reto.

Conexión especial con Vitor Baía

La historia del Oporto es fecunda y la muestra con orgullo en un monumental museo inaugurado hace dos años en los bajos de O Dragão. Allí dos grandes imágenes recuerdan a los dos equipos que alzaron la Copa de Europa, la última en 2004 con Vitor Baía al comando con el brazalete de capitán. Casillas tiene una conexión especial con él porque se declara seguidor del meta portugués aun cuando jugaba en el Barcelona. Baía cayó en desgracia tras aquel memorable 5-4 de los culés contra el Atlético en Copa del Rey en el que encadenó una sucesión de errores. Nada incomprensible para el adolescente meta Iker, que con 15 años ya descollaba en las categorías inferiores del Real Madrid, entendió las críticas injustas y se animó a escribirle una carta de ánimo dirigida a las oficinas del Barcelona pocos meses antes de dar el salto al primer equipo para ser suplente en un partido contra el Rosenborg. Nadie sabe, ni siquiera el propio Baía, si esa carta fue atendida.

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