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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La primera hostia

Desde el final de las vacaciones hasta el primer partido, incluso el equipo más modesto puede aspirar a algo grande

Juan Tallón
Balenziaga y Messi, en la ida de la Supercopa.
Balenziaga y Messi, en la ida de la Supercopa. VINCENT WEST (REUTERS)

El primer partido de Liga genera ficciones. Han pasado tantos años desde que acabó la temporada anterior, que vemos espejismos; son agradables. Entretanto el árbitro no pita el inicio del partido, todos los equipos atizan un sueño impostergable. Es el momento idóneo. Digamos que existe una fracción de tiempo, desde que los jugadores se juntan al regreso de las vacaciones y hasta que arranca el primer encuentro en agosto, que todo es posible. Incluso el equipo más modesto, obligado a jugar al fútbol con una calculadora en el bolsillo, pues al final podría descender a segunda por unas décimas, aspira a hacer algo grande. No hay diferencia entre su actitud y la tuya cuando vas al casino en mitad de verano, dispuesto a perder los calzoncillos si la ruleta te lo pide, pues tienes un presentimiento. Es una esperanza breve, de colores, pero legítima, basada en la ciencia y las probabilidades. Por lo pronto, con la nueva temporada a punto de arrancar, los clubes modestos están empatados a puntos con Barça y Real Madrid. Le respiran en el cogote.

A estas alturas del año, cualquier fracaso parecerá algo remoto. Cuentas con margen de maniobra, tanto para ganar el título como para perder la categoría, simultáneamente. Ray Evans, uno de esos entrenadores, filósofos de profesión, que casi siempre ha tenido el Liverpool, amaba por encima de todo las pretemporadas. “Me encantan los veranos porque nunca pierdes partidos”, decía. Pero enseguida la realidad se encarga de poner las cosas en su sitio, con la primera hostia.

Con la temporada a punto de empezar, los clubes modestos están empatados a puntos con el Barcelona y el Madrid. Le respiran en el cogote

Siempre habrá alguien, por suerte, que reste importancia a salir victorioso del primer partido. Es bonito ganarlo, pero más todavía remontar de las cenizas, cuando has adquirido ya aspecto de equipo de segunda división, algo blancuzco. ¿Y si los buenos comienzos estuviesen sobrevalorados? No hay consenso. En literatura, por ejemplo, algunos escritores defienden que la primera frase debe escribirla Dios, aunque el resto quede en manos del autor. Les gusta abofetear al lector con su belleza, como hacía en el cine Joan Crawford con los hombres, incluso con otras mujeres. Si fallas en la primera frase, sostienen, el libro sólo será una sucesión de tumbos.

La historia es fecunda, sin embargo, en comienzos prósperos que acaban como una servilleta sucia. Tal vez sea cierto que nadie gana la Liga en la jornada uno. Recuerden a Vicente Blasco, el primer español que corrió el Tour de Francia. A veces, para hablar de fútbol, hay que hablar de ciclismo. Había trabajado en la siderurgia y sufrido dos accidentes laborales. En el primero, dos engranajes le dañaron los tendones del pie izquierdo; en el segundo, una barra de hierro le atravesó el derecho. Por alguna razón estas heridas le valieron el apodo de El Cojo. Lo cuenta Ander Izaguirre en Plomo en los bolsillos. Pese a ello, Blasco se hizo ciclista y en 1910 acudió al Tour viajando de Bilbao a París en su bicicleta, para la salida. Ese primer esfuerzo fue exagerado, titánico, y Blasco sólo duró una jornada en la carrera francesa.

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