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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Patriotas y mercenarios

El cortocircuito de Ramos y Piqué convierte en un problema deportivo un exagerado debate identitario

Piqué en el partido contra Macedonia.
Piqué en el partido contra Macedonia.N.DOYCHINOV (AFP)

La diplomacia blanda de Vicente del Bosque no ha podido impedir el cortocircuito de su pareja de centrales. La muñequera rojigualda de Ramos y la posición soberanista de Piqué escenifican una discrepancia en la zona más sensible y vulnerable de la selección. No es un problema político. Es un problema deportivo que redunda en la psicosis de un debate descontrolado, demagógicamente identitario.

¿Hace falta ser un buen español para llevar encima la roja? Tendría sentido la pregunta si no fuera porque el profesionalismo, los flujos migratorios y la derivada mercenaria han desdibujado por completo las connotaciones y obligaciones patrióticas del fenómeno deportivo.

Nos preguntamos sobre la idoneidad de Piqué cuando el delantero centro de la selección es brasileño –Costa decidió in extremis renunciar a la canarinha- y cuando nuestro equipo de baloncesto alardea de una estrella montenegrina, Mirotic, o aloja en el banquillo a un entrenador italiano.

Sería absurdo que reclamáramos a Scariolo emocionarse con nuestro himno (o con su letra…). Hemos recurrido a él en cuanto profesional. Tan profesional que nos ha hecho bicampeones de Europa alineando entre sus filas a un pívot de Congo llamado Serge Ibaka. Recuerdo el trance de su “naturalización” porque se ocupó de anunciarla el ministro Pepiño Blanco. Lo hizo cometiendo un fabuloso desliz: “Me enorgullece anunciar que hemos nacionalizado a Ikea”.

Permanecimos estupefactos con la noticia porque resultaba llamativo que un gobierno socialista hubiera asimilado el imperio sueco del mueble, pero la aclaración inmediata de Blanco deshizo el malentendido. Y nos parecieron muy bien los rebotes de Ibaka, como nos entusiasmaron las proezas de Johan Mühlegg hasta que el escándalo del dopaje precipitó que le despojáramos del seudónimo de Juanito.

Unos y otros antecedentes, multiplicados con la porosidad fronteriza del deporte y con la proliferación de fichajes internacionales -¡la selección catarí de balonmano!-, deberían relativizar la aversión hacia los catalanes que anteponen una sublime experiencia deportiva –un Mundial, una Eurocopa- a unos deberes sentimentales con la patria.

Cuentan que Michael Robinson –puede que la anécdota sea apócrifa- se mofó del himno de Irlanda pensando que era el de Polonia. Siendo él inglés, le habían encontrado en Eire un remoto antepasado que justificaba su alineación con los irlandeses, pero no le dio tiempo ni a conocer el himno. “No te rías, que es el nuestro”, le observó un “compatriota”.

El ministro de Interior, Fernández Díaz, acusa a Guardiola de haber jugado con la selección por dinero -¿dónde está el conflicto?- y de haberse comportado como un traidor, pero se antoja ridículo transformar a Pep en un saboteador, como resulta aún más pintoresco simplificar la impecable trayectoria de Piqué en los términos de una alegoría antiespañola.

Con más razón si Ramos, con dos cojones, se apropia del orgullo nacional desde el instinto y el oportunismo. Una manera de reivindicarse y de teatralizar el caso Piqué como un pretexto de la agotadora dialéctica Madrid-Barça, inconcebible esta última sin la manipulación con que el propio Barcelona ha degradado la proyección de club universal a una ridiculez provinciana. Puestos a escoger una bandera, el Barça tendría que presumir de la holandesa.

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