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La inteligencia de Iago Aspas

El delantero del Celta optó por regresar a su feudo para recuperar su mejor versión tras dos opacas campañas en Liverpool y Sevilla

Iago Aspas celebra un gol ante el Barcelona.
Iago Aspas celebra un gol ante el Barcelona.MIGUEL VIDAL (REUTERS)

Metió la punta de la bota con esa intuición que da haber crecido jugando al fútbol en la calle y se quedó solo, con 60 metros de campo ante sí y el reto de volver a batir a Ter Stegen. Cuando colocó la pelota en la red aún le quedó aliento para darse otra carrera hacia el graderío, que en Balaídos no está cerca del verde. Se subió a la valla publicitaria y alzó los brazos, luego fue hacia la gente, con la mano en el corazón y los labios en el escudo. En las cuatro primeras jornadas no había conseguido marcar, tenía dolorido un gemelo, pero ni se acordó de él, Iago Aspas había regresado para vivir ese momento. “Quería minutos, sentirme feliz, estar con mi gente… y así llega la confianza”.

Hace dos años parecía probable que sucediera lo que ocurrió. Apegado a su pueblo, Moaña, una de esas villas gallegas que ayudan a entender el significado de la palabra morriña, Aspas elucubraba entonces sobre una partida que parecía próxima. Se había presentado con el Celta en Primera División y no sólo no bajó el nivel mostrado un escalón más abajo sino que lo aumentó, ayudado por el cambio de rol que le demandó Paco Herrera, que le hizo transitar de la mediapunta a ser una referencia ofensiva móvil, generosa y, obviamente, goleadora. Estaba cerca de una llamada de Vicente del Bosque y con varias ofertas sobre la mesa. Eligió Liverpool, luego Sevilla. No triunfó. ¿Fracasó? “Habría que analizar muchas cosas”, concede el jugador. En todo caso Henry Ford, el genio americano de la automoción, dejó dicho: “El fracaso es una oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”.

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Aspas jugó once partidos con el Liverpool y solo encontró continuidad al inicio de la temporada justo cuando Luis Suárez cumplía sanción por morder a Ivanovic. Jugó bien, pero pareció un cuerpo extraño: en una delantera de definidores él solía tocar de primeras, tiraba desmarques y buscaba paredes que no se tejían. Al regresar el uruguayo, se fue al banquillo como primera opción, pero casi de inmediato se lesionó, un fuerte desgarro muscular que le apartó del equipo durante un par de meses. Cuando regresó, no sólo emergía Sterling sino que Suárez y Sturridge firmaban los mejores números que se recuerdan en Anfield (acabaron entre ambos con 55 goles en todas las competiciones, sin jugar en Europa y eliminados en fecha temprana tanto de Copa como de Copa de la Liga). No había noticias de nada similar desde que en 1983 el dúo conformado entre Dalglish y Rush anotó 50 dianas.

Aquella Campaña en Liverpool terminó mal para Aspas, que en el partido contra el Chelsea en el que su equipo acabó por entregar la opción de un título que acarició durante meses, erró con estrépito al botar un córner en tiempo de descuento. Con todo el equipo en el área en busca del gol a la desesperada, tocó raso y corto a los pies de Willian, el brasileño del equipo londinense. Las redes sociales, los memes y el ácido humor británico conformaron un cóctel demoledor por más que, obviamente, la Liga no se le había ido al Liverpool en aquel saque de esquina. Diez millones de euros había sido el acuerdo de los ingleses con el Celta, por seis se lo vendieron al Sevilla, por poco más de cinco lo acaba de recuperar de vuelta el equipo gallego.

Sevilla no fue tampoco una buena estación. El mejor año de Carlos Bacca y la alternativa de Gameiro al colombiano, le enviaron al fondo del banquillo. Allí se retorcía ante la falta de minutos. Las cámaras captaron varias veces su frustración porque el futbolista moderno sale del vestuario con una mano en la boca para que nadie le lea los labios, pero Aspas es un clásico cristalino. “Siempre los mismos cambios” se le vio mascullar varias veces. Cuando tuvo cancha la aprovechó: marcó siete goles en cinco partidos de Copa, pero en Europa desapareció en la fase decisiva y en Liga sólo el tercer portero, Barbosa, sumó menos minutos que él. La vuelta a casa estaba cantada, las partidas de cartas con los amigos; las tertulias con la familia, un clan con un balón en los pies. Su hermano Jonathan jugó tres temporadas en el Celta y ahora apura su carrera en el Racing de Ferrol, su primo Aitor lo hace en el Guijuelo y su tío Cristobal lo hace en el Coruxo tras pasar, entre otros por Gramenet, Leonesa, Lugo o Tenerife.

Futbolero como pocos, puede recitar las plantillas de cualquier selección que vio jugar por televisión cuando era niño y no desmerecería como parabólico en cualquier podcast o blog de moda. Celtista hasta la médula, en el encabezado de su cuenta de twitter luce un montaje con una imagen que entronca veinte años de celeste. La cruz de Santiago que besó el miércoles la llevaba en el pecho desde antes incluso de tener la edad reglamentaria. Expansivo, dinamizador de vestuarios, del Morrazo, tierra de esforzados y rebeldes, fue recogepelotas, extremo y mediapunta, es delantero y podría ser secretario técnico, entrenador o presidente. Minutos después de sacudirle al Barcelona apuntó antes de irse del estadio, sin que le preguntaran por ello, que lo importante era “la viabilidad económica del club”. Tiene pendiente vestir de rojo.

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