_
_
_
_
_
Diario del Palomero
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más que etiquetas, tatuajes

Rafa Benítez, en el pasado derbi madrileño.
Rafa Benítez, en el pasado derbi madrileño.ANDREA COMAS (REUTERS)

05/10 Un lunes de etiqueta

Rafa Benítez, entrenador del Real Madrid, ha estado en la radio. Por partida doble, por cierto, pues podías escucharle a la vez en la Ser (directo) y en la Cope (grabado), o sea, como el día de Keylor Navas (otro ejemplo de ubicuidad) pero al revés. Bueno, el caso que Benítez, después de que le diesen bastante cera por sus decisiones en el derbi, ha tratado de vender su filosofía, justificar sus decisiones y combatir opiniones prefabricadas. Hace bien en salir a la palestra, algo que debería ser más habitual que excepcional, pero uno de los objetivos que persigue es una lucha contra un casi imposible. Me refiero a intentar cambiar las etiquetas que tiene asociadas a su nombre. Por cierto, un inciso. Habría que cambiar el nombre, pues una etiqueta se suele quitar con una tijera, por lo que sería más apropiado hablar de tatuajes.

Benítez, como casi todos los que están expuestos al escrutinio popular y mediático, lleva a cuesta las suyas. No es el único. Del Bosque, gane lo que gane, siempre se le considerará un entrenador blando y con el libreto anticuado. Mourinho, pierda lo que pierda, un ganador. Laso, un meritorio o los triunfos de Scariolo con la selección, cosa de jugadores. En el caso de Benítez, el run run que le acompaña habla de que si es un amarrategui, que si se pasa la vida en el laboratorio, que si es cartesiano hasta la exasperación, que si les da la brasa a los jugadores… Desconozco el grado de verdad o ficción en cada una de ellas, pues tendrán parte de ambas, pero resulta evidente que se encuentra en una situación complicada. La afición madridista es muy difícil de engatusar. Ha visto ya mucho, y su paladar es de los más complicados de satisfacer, pues busca calidad y cantidad, resultados y juego, arte y esfuerzo. Y resulta que el entrenador que le corteja (le hace ojitos usando la expresión del día), trae consigo la etiqueta de que su apuesta va por otro lado. Que entre que no le metan un gol o meter uno, entre el laboratorio y la inspiración, entre el sudor y el talento, Benítez elige lo primero de cada caso. Y tengo la sospecha que haga lo que haga, el juicio sobre él ya está mediatizado para los restos. Sus decisiones o el rendimiento de su equipo podrán desdecirlo mil veces, que bastará una sola para que lo ya supuesto vuelva otra vez a la palestra. Un cambio, una sospecha, y otra vez a empezar. Sólo se me ocurre pensar en lo que solía decir mi madre. “Pobre la que le espera”.

Presentación de la Liga ACB.
Presentación de la Liga ACB.FERNANDO VILLAR (EFE)

06/10 Un martes de Liga de Oro

Se presenta la Liga Endesa, que comienza este sábado. El lema elegido para esta ocasión es el de Liga de Oro, aprovechando la ola provocada por el triunfo de la selección en el pasado europeo. Hace bien la ACB, pues ese éxito también es suyo, pues todos sus componentes se formaron en sus clubes y este año nueve de los doce jugadores (todos menos Pau, Mirotic y Claver) corretearán por nuestras canchas. El reto de atraer la atención sobre una competición con luces y también unas cuantas sombras es mayúsculo. Viendo las audiencias televisivas, la selección convocó millones de espectadores en sus encuentros. La pasada semana, era sólo cientos de miles. Aceptando que son cosas y momentos diferentes, aún así es inevitable la pregunta de donde se va tanta gente, por qué la relación es casi de 1 a 10 entre los que estaban y los que se quedan. Un dato demuestra que el baloncesto tiene capacidad de convocatoria masiva. El otro que la fuga es excesiva. Para ello, y aunque parezca un disco rallado desde hace años, sigo pensando que la clave principal está en la cancha. Desde luego que viene bien un buen aliado televisivo que la quiera y la mime, que los medios se ocupen, que se mejoren instalaciones y que la promoción sea efectiva. Tampoco estaría de mas una revisión del sistema de competición, o que se aclarase si los grandes están a setas o a rolex con respecto al tema de la Euroliga. Pero todo esto se va al carajo si el producto principal, el juego, los jugadores, los estilos propuestos por los entrenadores o el arbitraje no apuntan hacia una dirección adecuada, la que posibilitará que la elección de ver un partido de baloncesto en detrimento de otra de las muchas opciones de ocio que existen, le merezca la pena al espectador. Hay muchas formas de jugar a baloncesto, de dirigirlo o de arbitrarlo. Unas atraen espectadores y otras los echan.

Ahí está el tema de la F1 para confirmarlo. Ha salido a subasta y no me extraña, pues no hay quien se lo salte. La promoción, el glamour, los grandes escenarios, las chicas del paddock, el buen tratamiento televisivo, los talentosos conductores o los miles de millones en inversión tecnológica se van por el desagüe ante carreras que tienen la misma emoción que un discurso de Rajoy. Lo que se ve semana tras semana es un tostón y eso se termina pagando.

07/10 Un miércoles de torpedo torpedeado

Leo que Gerd Müller, apodado Torpedo, tiene alzheimer y mi memoria viaja muy atrás en el tiempo, ahora que todavía puedo. Tanto, que soy un niño con pantalón corto que juega a fútbol en el patio del colegio, soñando con marcar goles en San Mamés, fantasía que luego compaginé con la de meter canastas en el Fórum de los Ángeles. Iríbar era mi ídolo local y Johan Cruyff me tenía embelesado. Siendo Holanda mi selección favorita, la conclusión era sencilla. Los alemanes eran los enemigos. Y dentro de los germanos, dos jugadores acaparaban mi antipatía. Uno, Berti Vogts, el que se encargaba de pegar y pegarse a Cruyff. El otro, Gerd Müller, al que odié hasta el infinito por su gol que decidió la final del Mundial 74. Müller era la antítesis de mi héroe Cruyff. Si Johan era espigado, Müller era rechoncho. Si el holandés se movía como una bailarina, el alemán tenía la gracia en el andar de un hipopótamo. Si los goles de Cruyff destilaban talento, los de Müller parecían fruto del azar.

Afortunadamente, me hice mayor y aprendí a valorar a los deportistas despojándoles de la bandera, camiseta o escudo. Y recuperé a Müller como uno de los grandes futbolistas de la historia. Un tipo que con un físico nada agraciado fue capaz de meter más de 600 goles en su carrera, acaparando títulos en aquella época en la que, como dijo una vez Gary Lineker, “el fútbol era un juego simple: 22 hombres que corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, los alemanes siempre ganaban”. Según cuentan y por culpa de su enfermedad, todas sus hazañas ya no pueden ser recordadas por el propio protagonista, pero deben mantenerse vivas por aquellos que odiándole o queriéndole, fuimos testigos de su espectacular carrera.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_