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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mauro, el goleador sin pichichi

Mauro, delantero del Celta en los 50.
Mauro, delantero del Celta en los 50.DIARIO AS

Ahora que Nolito anda por arriba en la tabla de goleadores, vuelve a la memoria el pleito en torno al Pichichi de la 55-56 entre el entonces delantero centro del Celta, Mauro, y Di Stéfano. Para muchos, el codo a codo acabó en empate. Pero los registros oficiales dan ganador en solitario a Di Stéfano. Mauro se quedó fuera de los libros.

El Trofeo Pichichi, como premio al máximo goleador de la Liga, fue instituido a comienzo de la 52-53 por los periódicos Arriba y Marca. Marca pertenecía entonces a la llamada Cadena del Movimiento, cuya cabecera principal se pretendía que era Arriba, de información general y mucha menos difusión que Marca. Pero a los premios se les dio el doble nombre. Además del Pichichi había otros de naturaleza más subjetiva, que han ido desapareciendo: Patricio Arabolaza al prototipo de la furia española, Monchín Triana a la lealtad a unos colores y Amberes, al club que mejor cuidara la cantera. En la 58-59 se añadió el Zamora, al portero menos batido con un mínimo de partidos jugados.

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El nombre de Monchín Triana no era adecuado al objetivo del premio. Monchín Triana, exquisito interior de antes de la Guerra, había pasado del Atlético de Madrid al Madrid. Detenido en los primeros días de la guerra por ser un conocido derechista, fue uno de los fusilados en Paracuellos. Seguramente fue el ánimo de honrar su memoria por lo que los dirigentes de la Cadena de Movimiento dieron su nombre a un premio que contrastaba con su biografía futbolística.

En cuando al nombre de Pichichi, correspondía al apodo con que jugó Rafael Moreno Aranzadi, interior del Athletic de Bilbao de los años diez y primeros veinte. Formó parte de la primera Selección Española, la que ganó la plata en los JJ OO de Amberes en 1920, y murió muy joven, al poco de retirarse Se le atribuye el primer gol marcado en el estreno de San Mamés, en 1913. Por eso, y por el carácter de mito que alcanzó con su muerte, fue posiblemente por lo que Lucio del Álamo, director de Marca cuando la creación de los premios y chaval bilbaíno en los años grandes de Pichichi, escogió este nombre, aunque la realidad es que no fue específicamente un goleador.

El primer ganador, en la 52-53, fue Zarra, con 24 goles. En la 53-54, ganó Di Stéfano, que apareció ese año en el Madrid, con 27. En la 54-55, Arza, del Sevilla, con 28. Eran Ligas de treinta partidos.

Así llegamos a la 55-56, en la que se destapa Mauro, Mauro Rodríguez Cuesta por nombre completo. Un jugador alto y esbelto, con gran cabezazo y hábil y chutador con los dos pies. Nacido en Vigo en 1932, se hizo en los equipos menores de la ciudad, hasta pasar al Celta, que le cedió sucesivamente a la Ponferradina y al Avilés. Con el Avilés fue máximo goleador de Segunda y ya le repescó el Celta. En su primera temporada jugó poco. En la siguiente ya fue titular, con 13 goles en 25 partidos. Y la 55-56 fue la de su consagración… y la de la polémica.

Aquella Liga la empezó el Celta en Balaídos, y precisamente ante el Real Madrid, campeón de las dos últimas ediciones, las mismas que llevaba Di Stéfano en el Madrid. También era campeón de la Copa Latina y venía de ganar en Suiza su primer partido en la Copa de Europa, de la que todavía no se sabía cuánto iba a dar de sí. Ganó el Celta 3-1, con dos goles de Mauro. Antonio Valencia, el gran crítico de fútbol de la época, le elogió así: “Y en el centro, siempre en su puesto ante la puerta, Mauro, que es uno de los pocos honrados delanteros centro que nos quedan, delantero centro en el auténtico sentido de estar delante y en el centro, donde se puede y se debe rematar”.

Con 23 años, había alcanzado su plenitud. Su primera vuelta fue un codo a codo en cabeza de la tabla de goleadores con Pahiño, precisamente Pahiño, que tras despuntar en el Celta había pasado por el Madrid, con éxito, y ahora estaba, ya veterano, en el Deportivo. Al completarse medio campeonato, Mauro era el primero, con 14 goles, y Pahíño le seguía con 13. Di Stéfano sólo llevaba 7.

La segunda vuelta, empieza, claro, con el Madrid-Celta. Acaba 8-3. Di Stéfano, con dos goles, empieza la remontada. Mauro ese día no marca. Durante toda la segunda vuelta, Di Stéfano marca a buen ritmo, pero Mauro aguanta arriba. Según se acerca el final, la impresión es que va a aguantar el tirón. En la penúltima jornada, Di Stéfano le marca tres goles a Las Palmas, con lo que se coloca a un solo gol de los 23 de Mauro. Y el último día, en Valencia, el Madrid pierde 2-1 pero él vuelve a marcar. Mauro no hace gol ese día. Final, pues, con empate a 23 goles.

Y surge el lío: se hace una revisión de las actas de los árbitros y se le añade un gol a Di Stéfano, lo que cae como un tiro en Vigo. Fernando Gallego, autor de una gran historia del Celta, recuerda el hecho como una conmoción en la ciudad: “No sé de dónde partió la cosa. La contabilidad del Pichichi se llevaba por las adjudicaciones de los goles que hacía el propio Marca. Quién pidió la revisión, no lo sé”.

Una versión que escuché hace tiempo fue que en el Madrid se pensaban que el corresponsal de Marca en Vigo, Sáenz Uriondo, le habría estado poniendo a Mauro algún gol de clavo, para facilitarle el Pichichi. De ahí habría venido la petición de revisión de las actas, en la que no apareció ningún gol de clavo a Mauro, pero sí uno de menos a Di Stéfano. Fernando Gallego no recuerda que llegara a precisarse en qué partido había bailado ese gol.

Sáenz Uriondo dejó la corresponsalía de Marca, posiblemente por este caso, que le hizo sentirse incómodo. Mauro se quedó sin su Pichichi. Hubiera sido el primero compartido, pero luego ha habido casos. El primero, en la 57-58, con triple empate a 19 goles entre Di Stéfano, Badenes (Valladolid) y Ricardo (Valencia).

Mauro jugó dos temporadas más en el Celta, con 17 y 15 goles respectivamente. Buenos registros, pero lejos de su gran año. Se fue al Zaragoza por un traspaso de un millón, muy alto para la época, a hacer pareja de ataque con otro gran goleador, Murillo, del Valladolid. Allí no le fueron bien las cosas. Con el empuje de Marcelino fue cediendo el puesto. A los dos años se marchó al Levante, donde jugó dos más.

Terminado el fútbol, regresó a Vigo, donde su figura siempre fue muy popular. Dedicado al negocio de su suegro, exportación de pescado y querido por sus conciudadanos, tuvo una vida feliz. Los más antiguos le seguían diciendo “¡Pichichi!” cuando le encontraban por la calle. Para ellos, lo fue siempre.

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