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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Me muero el jueves

Juan Tallón
Torres se lamenta, durante el partido contra el Málaga.
Torres se lamenta, durante el partido contra el Málaga.JON NAZCA (REUTERS)

Ocupar el primer puesto de la Liga cuando ni siquiera se ha llegado a la mitad de la temporada tiene la virtud de no servir para nada, y pese a todo ser maravilloso. El Atlético de Madrid lo sabía, y bordó en Málaga una de esas exhibiciones de mal juego célebres, que valen para acordarse de que no hay que recordarlas jamás. En ocasiones así, la derrota es algo que, en el fondo, se espera. Habría podido predecirse unos días antes. Estaba todo a favor del equipo de Simeone: el Barcelona no jugaba, daba igual qué hiciese el Madrid, el Málaga ocupaba uno de esos puestos de la clasificación denominados feos,y el Atlético venía de una racha de muchas semanas sin perder. En cierto sentido, se daban las condiciones perfectas para llevarse un chasco y perder. Con un poco de fatalismo por tu parte, podías adivinar la derrota sin margen para el error, como aquella conocida de Iñaki Uriarte que se puso a llamar a sus amistades para decirles: “Me muero el jueves”. Y el viernes, en efecto, acudieron a su entierro.

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Los malos partidos representan algo más que una categoría futbolística. Pertenecen a la familia de las malas noches o las malas jugadas, y resultan inevitables. No te gusta pensar en ellos, y por eso a menudo llegan cuando uno está instalado en lo mejor, rodeado de belleza. La derrota en Málaga era lo último en lo que el Atlético podía creer, y sin embargo era una de esas casualidades que uno no se quita de la cabeza. Las buenas rachas invitan siempre al pesimismo. Pese a ello, el Atlético alimentaba la esperanza de que sin jugar al fútbol también podría ganar y situarse líder, pero rechistando, para dejar constancia de que la satisfacción total no es lo que ahora mismo más satisfecho deja al equipo. Con Simeone en el banquillo ha arraigado la idea de que las buenas noticias, si llegan demasiado pronto, te pueden arruinar el día.

El equipo tuvo el liderato al alcance de la mano, y debió pensar con horror: ¿Y si quema, o da mala suerte? Ese espanto se contagió al juego, también horrendo, como si en el vestuario lo hubiesen discutido a fondo, y concluyesen que no se les perdía nada en el primer puesto, y que segundos, por ahora, les iría mejor. Por un momento, ese poco interés en la victoria, y la felicidad consiguiente, me recordó al día que Julio Camba se encontró en Londres a un viejo amigo. Muy sorprendido, inquirió qué hacía por aquellos parajes. “¿Yo? Nada”, respondió el amigo con firmeza. Cuando Camba pretendió averiguar si hacía tiempo que estaba en la ciudad, el hombre le explicó que tres meses. “¿Y a qué has venido?”. “A nada”. Levemente perplejo porque su amigo hubiese emprendido un viaje tan largo para cruzarse de brazos, Camba le preguntó si las cosas le estaban saliendo a pedir de boca. “Por ahora sí”, admitió. Bajo esta lógica, es probable que los planes del Atlético se estén cumpliendo a rajatabla, proponiendo partidos horribles en su mejor momento de la temporada, para no hacer creer a nadie, desde el mes de diciembre, que puede ganar la Liga o pasar de octavos en la Champions.

Las buenas rachas, como la del Atlético, invitan al pesimismo. ¿Y si el liderato quema, o da mala suerte?

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