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El Villarreal empata con el Espanyol sobre la bocina

Musacchio resuelve en los compases finales un saque de esquina y certifica las tablas ante un Espanyol que trató sin éxito dormir el duelo

Jordi Quixano
Musacchio disputa con Álvaro un balón aéreo.
Musacchio disputa con Álvaro un balón aéreo.juan barbosa

Es época de cambio en el Espanyol, quizá el más enérgico y drástico en su historia. Se ha dado el relevo en la presidencia, en la directiva y hasta en la publicidad de la camiseta, se despidió hace unos días entre sollozos el director deportivo y hace poco se apostó por Galca en el banquillo. Pero el juego blanquiazul hace tiempo que adquirió su identidad, fútbol de contras, vértigo y prisas, y eso no se toca a no ser que se vaya por delante en el marcador porque alcanza para ensamblarse en Primera —por más que ahora la pretensión del mandatario chino Chen Yansheng sea ir a la Champions en tres años gracias a su solvente chequera— y hasta para acorralar a un Villarreal que corrió mucho pero jugó poco, aunque lo suficiente para empatar a última hora tras un saque de esquina resuelto por Musacchio, que le ganó la posición a Diop aunque también le agarró con el brazo izquierdo para evitar que le disputara el salto.

ESPANYOL, 2 – VILLARREAL, 2

Espanyol: Pau; Javi López, Álvaro, Roco, Duarte; Diop, Jordan; Burgui (Víctor Álvarez, m. 68), Asensio, Gerard Moreno; y Caicedo (Salva Sevilla, m. 42). No utilizados: Bardi; Abraham, Ciani, Fuentes y Mamadou.

Villarreal: Areola; Mario, Musacchio, Bailly (Bonera, m. 46), J. Costa; Dos Santos (Baptistao, m. 65), Bruno, Trigueros, Suárez; Soldado y Bakambu. No utilizados: Barbosa; Rukavina, Pina, Bonera, Nahuel y Castillejo.

Goles: 1-0. M. 3. Caicedo. 1-1. M. 23. Trigueros. 2-1. M. 39. Moreno. 2-2. M. 88. Musacchio.

Árbitro: Pérez Montero. Amonestó a Jordá, Jaume Costa, Moreno, Salva Sevilla y Víctor Álvarez. Expulsó a Moreno (m. 89).

Cornellà-El Prat. 16.251 espectadores.

El duelo, sin demasiada pausa porque el Villarreal también gusta del ataque vertical —aunque más que por la vía directa opta por dotar de cierta seguridad a sus pases, diligentes y urgentes, que ocupan todas las líneas hasta el área rival—, pareció un asunto entre delanteros. En una esquina Soldado, fino, habilidoso en el juego de entrelíneas y en las mezclas, también en el punto final; y en la otra Caicedo, el primo de Zumosol, potencia pura y remate oportuno. Y los dos se salieron con la suya. Soldado, por ejemplo, entendió que si bajaba a recibir instalaba la duda en los centrales del Espanyol, que no sabían si salir de sitio o pedir a los atareados mediocentros que les echaran un cable. Ni lo uno ni lo otro y tras un pase de Bruno, el 9 se marcó un taconazo tan delicioso como pragmático para habilitar la ruptura de Trigueros, que definió ante la media salida de Pau. Era el empate porque la primera palabra, nada más abrir boca al encuentro, la había dicho Caicedo.

Fue, claro, en una jugada de esas homéricas que tanto le van; le llegó un pelotazo de Diop que meció con el pecho y, a trompicones porque Bailly casi le arrebata el balón, dejó a tres rivales atrás para definir con la derecha. Y en una galopada similar, bien se pudo señalar un penalti de Bailly sobre el ariete. Ahí se acabó Caicedo porque sus hercúleos músculos le jugaron una mala pasada, por lo que debió abandonar el césped.

Juego de bandas

Descartadas las posesiones largas —algo extraño en un equipo con tan buen pie para el fútbol como el de Marcelino—, ambos se volcaron por los costados. En el Villarreal pedían paso por la izquierda un Denis Suárez que agitaba el partido desde su parcela y que se apoyaba en Jaume Costa, pertinaz en doblarse y en sacar centros con veneno que despejó a tiempo la zaga blanquiazul. Y en el Espanyol se subrayaba Asensio por la derecha, siempre elegante en la conducción y en el pase; y se reivindicaba Burgui por la izquierda, profundo, un tanto chupón pero habilidoso al fin y al cabo, puesto que se inventó un disparo desde la frontal del área que sólo el poste se atrevió a escupir y después un centro a los dominios de Areola que hizo la estatua entonces y también cuando Moreno puso la bota para marcar.

El tanto desnortó al Villarreal, afectado por las ansías explicadas en malos pases y peores controles, en ataques estériles y nervios en la composición desde atrás. Lo contrario al Espanyol, que no negoció en su acoso intenso tras pérdida y que hasta se desplegó con parsimonia con la idea de cantarle una nana al duelo. Pero les salió rana la artimaña porque cuando ya se creía que la primera piedra del nuevo proyecto llegaría con un triunfo bajo los brazos, apareció Musacchio y su cabeza. Agua helada para el Espanyol y un caramelo para el Villarreal.

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