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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fado

Hace tiempo que la voz pública de Cristiano Ronaldo suena a queja, pero los que lo conocen dicen que es una imagen de villano de ficción

Rafa Cabeleira
Cristiano Ronaldo en el Olímpico de Roma.
Cristiano Ronaldo en el Olímpico de Roma. ALBERTO PIZZOLI (AFP)

Antes de abandonar la rueda de prensa previa al partido, dejando clavado un desafío estadístico en la puerta para los periodistas y al sufrido traductor con la palabra en la boca, nos aclaró Cristiano Ronaldo que a él no le gustan “las comiditas, los abracitos ni los besitos". "Esas cosas no me dicen nada”, señaló el portugués con ademanes amargos, como si de repente lo hubiera poseído el espíritu de Ned Flanders borracho de angostura y bourbon, apenas falta la combinación de un terrón de azúcar, soda y una rodaja de naranja para completar un perfecto old-fashioned. Se le ve cansado al portugués de tanta comparación malintencionada con el idílico Oz blaugrana, harto de que le canten las bondades de la maldita Dorothy Gale, el espantapájaros, el hombre de hojalata, el león, Totó, el mago y la madre que los parió a todos.

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Pese a los muchos logros conquistados a lo largo de su ya dilatada carrera deportiva, a las ingentes cantidades de dinero acumuladas, a la fama universal o a su imagen apolínea de portada de revista, a Cristiano lo envuelven las nubes oscuras del peor tormento cada vez que alguien saca a colación el nombre de Messi, aunque sea en vano. La simple mención del rosarino se le atraganta como una espina de cualquier pescado menudo, digamos que una faneca, por ejemplo, y no hay manera de que el portugués se sienta cómodo ante semejante manjar por más que se lo sirvan deslomado, guisado y sin cabeza. Recuerda Ronaldo al personaje de James Dean en Gigante, aquel Jett Rink que comenzaba la película como empleado de rancho, acumulaba una enorme fortuna gracias al petróleo y terminaba derrotado por sus propios demonios en un desangelado salón de actos, incapaz de conseguir el amor de Leslie Benedict… ¿O quizás solamente lo aparenta?

Hace tiempo que la voz pública de Cristiano Ronaldo suena a fado, a violas, a queja, a desgarro. Dicen quienes lo conocen que cuanto percibimos no es más que una impostura perfectamente monitorizada, una imagen de villano de ficción que no se corresponde con el muchacho alegre y desenfadado de las distancias cortas pero que resulta ser la más provechosa para sus intereses, una vez otorgado el papel de héroe al pequeño Lionel. David y Goliat, Batman y el Joker, Sherlock y Moriarty, Guardiola y Mourinho, Messi y Cristiano… No hay leyenda que se precie sin las dos caras de una misma moneda y hace tiempo que en el mundo del fútbol importa tanto lo que sucede dentro del terreno de juego como cuanto se genera fuera de él. Tal vez sea una de las causas por las que apenas distinguimos ya el filete de la guarnición, como en esos modernos restaurantes condecorados con estrellas por una guía francesa, y quizás por eso resulta tan conveniente recordar, al menos cada cierto tiempo, a la gran Amália Rodrígues: “Canta un rufián, lloran las guitarras. Amor, celos, cenizas y lumbre, dolor y pecado: todo esto existe, todo esto es triste, todo esto es fado.”

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