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El Athletic se impone a un débil y tímido Betis

Victoria plácida de los rojiblancos con un gran Sabin Merino, autor de dos goles

Sabin Merino celebra el tercer gol del Athletic ante el Betis.
Sabin Merino celebra el tercer gol del Athletic ante el Betis.Miguel Toña (EFE)

Hay partidos, hay rivales, que son como el aceite en la ensalada: un bálsamo necesario, untuoso, sabroso y suave. Sin él, el plato muere por su aspereza y pierde todo su sentido. Se usa la ensalada para refrescar asuntos más tersos, sabores más intensos, aquellos donde prevalecen la pimienta o el pimentón, la salsa densa. Después de la sopa de lluvia del jueves en la Liga Europa frente al Valencia, un sopicaldo abrasador, el Betis se convirtió para el Athletic en la paz de la ensalada: un equipo tierno, sin picante, con un aire de humildad que enternecía un plato que se antojaba de dudoso gusto tras el exceso del jueves. El esfuerzo siempre genera dudas. Hay partidos que cansan la cabeza, otros las piernas y algunos hasta el alma. Los hay, incluso, que cansan las tres cosas y dificultan el retorno a la vida cotidiana, o sea, a la Liga, que es el trabajo de cada día.

El Betis hizo mucho para que el retorno fuera plácido. Valverde había elegido lo que, en los tiempos de penuria, se llamaba el plan B, es decir, dejar fuera del equipo titular a tipos como Aduriz, De Marcos, Etxeita o Beñat, pensando en el jueves pasado y en el del porvenir. Y el resultado tuvo algo de mágico, porque San José, recién estrenada su paternidad que le alejó del coque europeo, se pareció mucho a Beñat poniéndole al partido la pausa necesaria y la claridad que se escondía entre las nubes. Y resurgió Mikel Rico en su mejor versión, más allá del chico de los recados, stopper, creador y rematador a la vez. Y Merino, que sabe que no es Aduriz, ha aprendido, sin embargo, que el gol es el arte del engaño y de la fe. A todo esto asistió el Betis como quien mira el partido tras los ojos pequeños del capirote de un nazareno en Semana Santa. Veía lo justo y con la mirada baja, en el suelo, como quien mide las aceras, N´Diaye era visible por su tamaño y Musonda, por sus cabriolas, pero eran trompetas de rutina, cornetines. El resto nunca le cogió el tono a la canción del partido, mientras el Athletic elegía a sus solistas. Hay partidos, sí, que permiten discutir quién fue el mejor teniendo todos razón. Marcó Sabin Merino, con astucia en el control, tras un gran pase de San José, después de un acoso rojiblanco de media hora en la que el Betis solo disparó una vez por encima de la portería. El segundo gol fue un acto extraño, de esos en los que se mezcla la duda, la incertidumbre y la resolución. Cabeceó Muniain, sí Muniain, contra el brazo de Montoya y pidió penalti. Podía serlo o no, pero tercio Mikel Rico entre las dudas del árbitro para en un segundo rentara a la red, demostrando que el árbitro no es lo más importante, sino un accesorio del fútbol en el que que no conviene fijarse demasiado. La sal, sí, pero la justa y necesaria.

Había encarrilado el Athletic el partido sintiéndose, además, superior, inaccesible, mientra el Betis escarbaba el partido con cuchara de palo. No funcionaba el medio campo y el ataque eran eso, cabriolas de Musonda, muy bellas, como las olas que siempre acaban en el mismo sitio. Los goles engrandecieron su actitud, ante lo que avisaba una tempestad. Y llegó el tercer gol, otra vez de Sabin Merino, pero en realidad, nacido de la bota increíble de Mikel Rico, que enganchó un balón fuera del área, tras un corner, sin dejarlo caer al suelo. Adan lo repelió y Merino tuvo la frialdad de poner solo la bota para que descansara en la red. Cualquier otro trato quizás lo hubiera llevado al cielo, o al limbo donde habitan las ocasiones perdidas. Todo había acabado, el plato untado con el pan de los goles, el aceite en su lugar y el vinagre balsámico. Quiso sin embargo el fútbol resarcir a Rubén Castro cuando disparó contra el poste. En el corner, cabeceó a la red tras un mal despeje de Aduriz. Para entonces, los camareros se disponían casi a recoger la mesa.

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