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El Espanyol se encuentra con el empate ante el Granada

El equipo de Galca, nefasto con el balón entre los pies, es incapaz de superar a un rival que jugó una hora con un hombre menos

Jordi Quixano
Rochina, en el momento de marcar el gol del Granada.
Rochina, en el momento de marcar el gol del Granada.M. Á. Molina (EFE)

En Los Cármenes hubo un partido pero es dudoso que fuera de fútbol. Sin ritmo ni juego, ni nada de nada, el duelo invitó al bostezo y sólo Rochina y Miguel Lopez fueron capaces de ir a contracorriente: el primero marcó un gol tras un rebote en el área del Espanyol; y el segundo lo hizo en propia puerta, condenando al Granada al empate definitivo.

Al balón le debieron salir buenos chichones de las patadas que recibió del mismo modo que los aficionados que acudieron al estadio tendrán tortícolis de tanto girar el cuello para seguir los pelotazos. No resulta difícil imaginar las palabras de los técnicos en el vestuario. “Atrás no quiero problemas. Sin pérdidas en la salida y jugamos todo lo que haya que jugar en campo contrario”, bien podrían haber dicho José Manuel González y Galca porque en el césped no se raseó el esférico sino que se le castigó. No ayudaban tampoco las maquinarias de creación. En el Espanyol jugaban Óscar Duarte —un central reconvertido— y Abraham, de más llegada y ruptura que toque (no puso un solo centro bueno a balón parado); y en el Granada Rubén Pérez y Doucouré eran fronteras de papel, olvidadas para la construcción. Por lo que el fútbol se quedaba en las segundas jugadas o en algún que otro desplazamiento a las espaldas de los laterales.

Se postulaba por la derecha Hernán Pérez. Pero sus caracoleos en el lateral del área acababan diluidos por las ayudas de Ricardo Costa o por las manoplas y pies de Andrés Fernández, atento a los centros. En lado opuesto pedía el balón Success, que le sacó los colores a Javi López. Pero sus eslálones no tenían premio. Al menos de inicio.

Barral saca los codos

Ocurrió que Barral alegró el cotarro. Ingenuo, como si no llevara ya años de profesional, cometió dos faltas calcadas con el codo por delante para ganar la parcela y el esférico, pero acabó por ganarse dos tarjetas amarillas y la expulsión antes de la media hora de partido. Pero al contrario de lo que se presuponía, fue el Granada el que se reactivó y el Espanyol quien reculó. Espacio para Success, que siguió en sus trece y tras otro zigzagueo el balón rebotó en la defensa y cayó a pies de Rochina, que rompió desde atrás para golpearlo y festejar el gol. Era la segunda vez que el Granada llegaba al área —en la primera un remate de Ricardo Costa a centro de Rochina fregó el palo—, y se llevaba el mejor de los premios.

Quiso asumir el protagonismo el Espanyol en el segundo acto, exigido por la superioridad numérica y por el resultado. Pero tener el peso del encuentro es toda una penitencia para el equipo, que expresó una falta de fluidez en el juego terrorífica, con pases imposibles, con transiciones bañadas en cloroformo, con centros torcidos y una presión avanzada desordenada. Por lo que el Granada, conforme con la dosis de valeriana que le dio el Espanyol al partido, decidió abrocharse en su campo y como mucho buscar a El Arabi, que bajaba para tratar de recibir pero que no podía salirse con la suya porque el central Roco le seguía y los laterales cerraban para evitar posibles fisuras. Así que ahorrados los problemas en su área, el Espanyol perseguía crearlos en la ajena.

El ejercicio de nulidad con el balón en los pies del Espanyol, en cualquier caso, fue permanente, incapaz de poner en aprietos a Andrés Fernández en todo el partido. No dijo esta es la mía Asensio —quizá ni sudó en todo el partido—, Burgui se perdió en los regates y Gerard Moreno vociferó que sabe jugar por abajo pero que por arriba ni las huele. Aunque Hernán Pérez se rebeló. Fue en una carrera por la izquierda y un centro de finalidad dudosa; pero Miguel Lopez puso la pierna a destiempo y envió el esférico a la red. Un empate y gracias para el Espanyol, que anoche perdió su fútbol y debe encontrarlo más pronto que tarde si no quiere tener que preocuparse por lo que sucede bajo sus pies.

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