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ADIÓS A UNA LEYENDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Sardana Mecánica

Desde el gallinero presenciamos el estreno de Johan Cruyff ante el Granada, ignorantes de la trascendencia histórica que iban a tener el partido, la temporada y el personaje

Robert Álvarez
Cruyff, en un clásico en 1976.
Cruyff, en un clásico en 1976.antonio Gabriel

De pie. En el gol Norte, donde atacaba el Barça en las segundas partes, a menos que se rompiera la liturgia en la elección de campo. Desde el gallinero presenciamos el estreno de Johan Cruyff ante el Granada, ignorantes de la trascendencia histórica que iban a tener el partido, la temporada y el personaje. El club estaba sepultado por el fatalismo larvado tras 14 años de abstinencia de títulos, desmoralizado y, al igual que la sociedad española del momento, falto de modernidad —un concepto en boga entonces—, y hasta de color, en la gris vida del tardofranquismo y de la televisión española.

Los destellos de Cruyff deslumbraron a los feligreses del Camp Nou desde el primer día, desde que batió dos veces a Izcoa en aquel partido que acabó 4-0. Se contaban sus goles en aquellos amistosos ante el Kickers Offenbach, el Arsenal y hasta el Orense, montados en parte para que mantuviera ritmo competitivo mientras se solucionaban las trabas burocráticas para hacer factible su alineación, y en parte para amortizar los 60 millones de pesetas que costó su fichaje.

Su incorporación transfiguró al equipo que ya dirigía desde dos temporadas antes Rinus Michels. Su inclusión dio sentido al encaje de las piezas. La elaboración de Juan Carlos y Asensi, el toque de Rexach y Marcial, máximo goleador aquella temporada, las carreras por la banda de un extremo reconvertido en lateral como Rifé, los ejercicios de escapismo de Sotil entre la maraña defensiva rival, todo encajó cuando Cruyff tomó mando en plaza. El equipo pasó de tener una o dos marchas, a tener cuatro. Empezó a parecerse al Ajax del fútbol total e implantó la defensa adelantada que tantos fueras de juego provocó a sus rivales en el Camp Nou y tantísimos quebraderos de cabeza arbitrales supuso en sus partidos lejos de casa.

Aquella temporada, con el colofón del “¡Mamá campeonamos!” de Cholo Sotil en Gijón, quedó grabada como un hito en la historia del Barça

Aquel equipo careció de la continuidad del Dream Team que dirigió después el propio Cruyff, con una Copa de Europa y cuatro Ligas seguidas, o el de Guardiola, o el de Messi y el tridente de ahora. Pero aquella temporada, con el colofón del “¡Mamá campeonamos!” de Cholo Sotil en Gijón, quedó grabada como un hito en la historia del Barça y del fútbol español. Pocas veces se había disfrutado de un juego tan dinámico, novedoso y efectivo, con la guinda del 0-5 en el Bernabéu.

En las cuatro siguientes temporadas de Cruyff con el Barça, aquel equipo, con Neeskens en lugar de Sotil, no estuvo a la altura de sí mismo. El Madrid se sacó de la manga —del Castilla— al más implacable anti-Cruyff, un chaval de Cieza (Murcia) llamado Camacho, rápido y listo, tan capaz de frenar al Flaco en defensa como irse a por él cuando se retrasaba al centro del campo o hasta su propia defensa.

El Barcelona se pasó otros diez años sin catar el título. Pero la majestuosidad con la que hizo suya aquella Liga pasó a la posteridad. Aquel verano de 1974, pese a perder la final ante Alemania, Cruyff y la selección holandesa maravillaron en el Mundial con un estilo de juego que se dio en llamar la Naranja Mecánica. Meses antes, el Barcelona de Cruyff había bailado en la Liga española al son de la Sardana Mecánica y había liberado a un club que, como cantó la Trinca, llevaba 14 años fent figa.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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