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SIEMPRE ROBANDO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los noventa

Manuel Jabois
Cesare Maldini, durante el Mundial de 2002.
Cesare Maldini, durante el Mundial de 2002. Beth A. Keizer (AP)

La Italia horrible de los noventa, la que acogió su Mundial y jugó el de Estados Unidos y Francia, era mi selección favorita. No había juego más mezquino, ni talento más desaprovechado, ni juego más aburrido. Siempre estaba salvándose por los pelos en algún descuento, haciendo del milagro una especie de rito con el que al final se acababa simpatizando. Ni con una cara llena de sangre podía el árbitro echar a Italia del Mundial, como ocurrió en Estados Unidos. Esa Copa, por cierto, se malogró con Baggio; la estrella tiró un penalti por las nubes en la tanda contra Brasil. Pasado el tiempo ofreció una explicación misteriosa. Sabía cómo paraba Taffarel, dijo, así que tiró su penalti al medio, a media altura. “Era una elección inteligente”, confirmó Baggio. “Sin embargo, el balón, no sé cómo, se elevó tres metros”.

Cesare Maldini llenaba de defensas el césped, de jugadores sin imaginación el centro del campo y ponía la inspiración arriba

Ese Mundial lo tiene escrito José Luis Garci en un libro de crónicas publicadas en Abc (Foot-Ball Days, Notorius, 2014) lleno de cine, whisky, garitos, jazz y amigos como Manuel Alcántara, que llama a los martinis “cuchillos disueltos”. También habla de fútbol. Cuatro años después, en Francia, Garci cuenta que no le gusta uno de mis ídolos contraculturales, Cesare Maldini, por la misma razón por la que me gustaba a mí: el catenaccio. Y en una de sus crónicas, en las que se encuentran maravillas como ésta (“El árbitro nigeriano, que tenía un aire a Yul Briner cuando interpretaba al rey de Siam”), le reprocha a Maldini haber desdibujado los rasgos de una Italia añorada, más técnica, más estupenda. La de estrellas arrinconadas como Baggio, que tiene ojos de “lama fiorentino”.

La verdad es que Maldini, que se murió ayer, nunca hizo carrera de éxito como entrenador, si bien ya había asegurado la gloria al fundar una especie. Su hijo Paolo era tan guapo que su mejor récord fue terminar su carrera sin que ningún extremo, en lugar de regatearlo, intentase acostarse con él. Que se sepa, al menos.

Cesare llenaba de defensas el césped, de jugadores sin imaginación el centro del campo y ponía la inspiración y el talento a respirar arriba. Del Piero fue su baza en Francia para acompañar a Vieri. Me encantaba esa manera de depositar el destino en el azar. Hasta la selección anifitriona, que ganó la Copa, tuvo que tumbarla en los penaltis en cuartos. Fue el partido del más bello no gol, como se bautizó en Italia un remate acrobático de Baggio, al que le llegaron a hacer un documental. Me turba un poco en Italia esas conmemoraciones románticas de cosas que no dieron resultado, la verdad.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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