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Cuartos de final de la Champions League
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un amor adolescente

Cualquiera que se haya enamorado perdidamente a los 15 años puede comprender lo que siente ahora un aficionado del Barça

Foto: Luis Suárez se lamenta durante el clásico. Alberto Estévez EFE
Rafa Cabeleira

Cualquiera que se haya enamorado perdidamente a los 15 años puede comprender lo que siente un aficionado del Barça en estos tiempos. Son días en los que uno se levanta de la cama sin despertarse del todo, como si viviese un sueño permanente. Sonríes al espejo mientras te lavas los dientes, sonríes a la esponja mientras la impregnas de gel, sonríes a tu madre cuando te pregunta si ya has desayunado y sonríes a tu padre, incluso, que se pregunta sin decir palabra a cuenta de qué sonríes tanto, con siete asignaturas suspensas y esas amistades que frecuentas. De repente suena el teléfono y es para ti, así que te encierras con el aparato en la habitación, tensando el cable, mientras el abuelo te advierte desde el pasillo que cuelgues enseguida, no vaya a morirse algún pariente lejano y se encuentren con que comunica.

“Esta tarde no podemos vernos, tengo cosas que hacer”, dice ella. Entonces te quedas destrozado sobre la cama, sin saber qué responder y sintiendo cómo todo el castillo de azúcar se derrumba ante tus ojos mientras el abuelo golpea la puerta arriesgando un nuevo infarto de miocardio, que es lo mismo que sucedió en miles de hogares el sábado pasado cuando Cristiano Ronaldo certificó con su gol la inesperada victoria del Real Madrid en el Camp Nou.

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A los 15 años cualquier contrariedad parece el fin del mundo y cuando uno lleva al Barça en el corazón “hoy, mañana y siempre”, como Mourinho o un servidor, cualquier derrota te resquebraja el alma y el futuro empieza a parecer incierto, sombrío, lleno de amenazas que mientras te desembarazabas del pijama, esa misma mañana, ni siquiera podías imaginar.

Dicen las estadísticas que el Atlético de Madrid nunca ha sido capaz de ganar un solo partido al Barça de Luis Enrique, las mismas estadísticas que aseguran que entre yo y mi vecino acumulamos dos coches aunque sea él quien ocupa ambas plazas del garaje. Todo iba bien antes del último mazazo, “demasiado bien”, piensas.

De repente ya no estás seguro de nada: se te ha borrado la sonrisa de la cara temiendo incluso a Fernando Torres, mucho más alto, más guapo y más inteligente que tú; te enredas entre malos pensamientos y aquel francés de ojos azules que le sonrió una vez, un tal Antoine, que en tus maquinaciones aparece como un gigante elegante con un cañón en la zurda; te asusta pensar que todas las cartas de amor que le escribiste no pesan nada frente al acento argentino y engominado del Cholo. “¡Maldito Cholo!”.

La incertidumbre te asfixia hasta que ella se presenta por sorpresa en tu portal y te besa de nuevo, todavía con escasa práctica aunque eso ni lo sabes ni te importa. “Creía que no volvería a verte”, dices entre lágrimas de felicidad, a lo que ella responde que eres un tonto mientras levanta los dedos, mira al cielo, y dedica un nuevo gol a su abuela, Doña Celia Oliveira de Cuccittini.

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