_
_
_
_
_

Tanto Dortmund como Klopp

En un partido eléctrico y magnético, también simétrico de estilos, el extécnico ‘borusser’ logra con el Liverpool un empate que se resolverá en Anfield

Jordi Quixano
Reus ejecuta una falta que atajó Mignolet.
Reus ejecuta una falta que atajó Mignolet.Kai Pfaffenbach (REUTERS)

Volvió Jürgen Klopp a su casa y se llevó el aplauso prolongado de una afición que le veneró hasta el final sin condiciones. Era un duelo de lo más emotivo para el técnico porque no hacía ni 10 meses que dirigió a los borussers en la final de la Copa de Alemania, a un equipo que le devolvió la grandeza con laureles y un juego atractivo basado en la presión y el ataque directo. Pero ya está en el Liverpool y cuando rodó el balón no había lazos que valieran sino un duelo eléctrico y magnético, un espectáculo -aderezado por la fabulosa hinchada amarilla- maravilloso alrededor del balón que acabó por llevarse…

Aunque Tüchel, el sucesor en el banquillo alemán, ha prolongado la idea instalada de la presión avanzada, se notan sus raíces guardiolistas en el juego posicional y en la persistencia en sacar el balón limpio desde atrás. Algo peligroso ante el Liverpool porque pocos técnicos logran un acoso avanzado tan incómodo y bien ejecutado como Klopp, por lo que restó precisión al juego, que no ritmo. Entre otras cosas porque el Dortmund también presionaba bien arriba, hasta el punto de que el portero Mignolet se marcó dos bailes con la pelota entre los pies no aptos para taquicárdicos, puesto que en una ocasión sentó a Aubameyang y en la otra quebró a Reus.

Pero ante tanta agitación apareció Weigl, ese joven valor curtido en el Múnich 1860 que es el digno heredero de Busquets como director de orquesta desde el eje. Ofreció una clase magistral de anticipación y pase, como en ese que lanzó a la ruptura por el costado de Schmelzer, después completado con un centro hacia atrás que Durm chutó y que Sakho pudo desviar a tiempo cuando en el estadio ya se empezaban a brincar. También se apoyó Weigl en Mkhitaryan, la llave que hacía temblar al Liverpool con sus eslálones y carreras con el cuero atado a la bota. En uno de esos zigzagueos descontó a dos rivales para soltar un latigazo que le cuchicheó al palo y en otro encontró a Aubameyang, que disparó con la zurda, demasiado suave. Resulta que encontrar a los delanteros era una tarea de lo más complicada porque tanto Aubameyang como Origi –clones sobre el césped porque ofrecía movilidad y carreras endiabladas- sufrían un dos contra por parte de los centrales.

Klopp, en el estadio del Borussia Dortmund.
Klopp, en el estadio del Borussia Dortmund.JOHN MACDOUGALL (AFP)

Aubameyang lo probó con carreras en diagonal adornadas con algún que otro regate pero sin filtrar el pase definitivo. Y lo mismo parecía ofrecer Origi, que jugó en detrimento de Sturridge en lo que parecía un pecado. No lo fue. Sucede que Klopp le ha devuelto el gen inglés al Liverpool después de que el norirlandés Brendan Rodgers fabricara un equipo de mezclas y de buen gusto estropeado por su ojo para los fichajes. Así, no les importa ahora a los reds no atesorar demasiado la pelota entre los pies porque les alcanza con las jugadas a balón parado –la tuvo Lovren tras un centro de Milner- y sobre todo las contras, con ataques cortos de pases largos, nada que guste más a una afición que veneró a Bill Shankly y sus sucesores del Boot Room. Alberto Moreno lanzó un balón hacia arriba que saltó una línea de presión y Milner lo prolongó con la cabeza para el desmarque de Origi. Varias zancadas para sacudirse de encima a Piszczek y remate cruzado y raso a gol. No se amilanó el Dortmund, con más remates de Aubameyang y Reus antes de alcanzar el entreacto y otro de Hummels tras reanudarse el encuentro. Fue tras un saque de esquina e hizo diana para reafirmarse como uno de los centrales más completos que hay en la actualidad.

No dio tregua el encuentro, con un Liverpool de áreas, fuerte en la suya y puntual en la contraria. Le bastaban dos pases para plantarse en el salón rival, para que Coutinho por dos veces y Clyne en otra ocasión probaran los excelentes reflejos de Weidenfeller. Ida y vuelta, duelo de correcaminos y correcalles, en el que también pedían su turno Reus, aunque su falta no cogió el efecto necesario para batir a Mignolet, y Sahin, que dotó de sentido el ataque del Dortmund como Weigl lo hiciera antes. Pero las piernas empezaron a pesar a falta de media hora y las ideas se quedaron en eso. Ya le iba bien al Liverpool, que trató de cantar una nana tras el sobresfuerzo, y ya nada replicó el Dortmund, que aceptó a regañadientes la bandera blanca hasta que se encuentren de nuevo en Anfield, en la nueva casa de Klopp.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_