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memorias en blanco y negro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mejor gol de Cruyff, ‘el holandés volador’

“Pensé: ‘Va fuera, no llega’. Iba como a la altura de su cabeza, pero cerrándose, alejándosele. Pero como era de goma, dio un brinco, y en una cabriola adelantó la pierna”, recuerda Reina

Reina, incapaz de detener el disparo de Cruyff.
Reina, incapaz de detener el disparo de Cruyff.

Era 22 de diciembre de 1973 y aquel iba a ser el sexto partido oficial de Cruyff en el Barcelona. Su fichaje fue tan difícil y se alargó tanto, que no pudo incorporarse a tiempo para empezar la temporada. Ni siquiera pudo jugar el Gamper. Su entrenador, Rinus Michels, le preparó una especie de pretemporada, que incluyó partidos amistosos, en casa y fuera, para ir amortizando el fichaje.

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Mientras, el Barça empezó la temporada notablemente mal. Perdió sus tres salidas, a Elche, Vigo y San Sebastián, y en casa empató con Racing y Real Madrid (que también empezó vacilante) y sólo pudo ganar al Español. Para colmo, cayó en la primera ronda de la Copa de la UEFA, ante el Niza. La ansiedad por el debut oficial de Cruyff creó un chiste: que la Rambla de las Flores estaba invadida por ranas, porque sonaba continuamente croiff, croiff, croiff…

Al fin apareció, en la octava jornada, ante el Granada, y de golpe se encendió la luz. Jugó espléndidamente, y a su alrededor, todo el Barça, que ganó 4-0, con un gol suyo. Los resultados cambiaron. Para cuando la visita del Atlético, en la jornada decimoquinta, el Barça no había vuelto a perder y ya era líder. Cruyff sólo había faltado a un partido, en La Romareda. Los demás los había contado por exhibiciones.

Pero ahora venía el primer partido realmente difícil. El Atlético era el campeón vigente. Un buen Atlético, dirigido por el popular Toto Lorenzo, el de “Ché, entre bomberos no nos pisamos la manguera”. En esa temporada de la readmisión de extranjeros, también había fichado bien. Incorporó a dos argentinos, Ayala y Heredia, el uno un punta vertiginoso, el otro un mediocampista o líbero de gran calidad. Aquella sería la temporada de los tres puñales, Ayala, Gárate y Becerra, trío de ataque formidable. Seguían por allí Luis y Adelardo, y había un puñado de defensas sudamericanos que no hacían prisioneros. La portería la ocupó Reina, que hasta el curso anterior estuvo en el Barcelona. Aquella iba a ser la temporada en la que al Atlético se le escaparía de milagro la Copa de Europa, con aquel gol postrero de Schwarzenbeck.

El Barça-Atlético se juega el sábado 22 de diciembre con España todavía aturdida por lo ocurrido en Madrid dos días antes: ETA hizo volar el automóvil del almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno desde año y medio antes, cuando Franco, ya decrépito, había decidido limitarse a las funciones de jefe del Estado y entregarle ese cargo. Se suponía que heredaría a Franco “cuando se produjera el hecho biológico”, eufemismo oficial al uso para referirse a la muerte del dictador. La gente se preguntaba, ¿y ahora?

El Barça-Atlético se juega el sábado 22 de diciembre con España todavía aturdida: ETA hizo volar el automóvil de Carrero Blanco

El fútbol no se detuvo. El Atlético salió el viernes 21 de un Madrid tomado y voló a Barcelona. Era la primera vez que Reina se iba a enfrentar al Barça tras su salida de allí. Hecho en el Córdoba, el Barça le había fichado ocho años antes, preparando el relevo de Sadurní. Había parado muy bien, alternando con este. Pero un socio infiel le hizo un desastre en el negocio textil en que metía sus ahorros, hasta el punto de que tuvo que declarar suspensión de pagos. El Barça no vio bien que un jugador propio atravesara esa situación. Calderón, presidente del Atlético, habló con él, le adelantó todo el dinero que necesitaba para tapar el agujero de su empresa y le fichó. Siempre le quedó agradecido.

Ese día fue duda hasta el final, por una lesión, pero al fin jugó. El que faltó fue Ayala. Sin él, el Atlético salió muy blindado, quizá demasiado, con: Reina; Melo, Eusebio, Benegas, Ovejero, Capón; Bermejo, Heredia, Salcedo; Gárate y Becerra. En el minuto 61, Adelardo por Heredia, y en el 85, Luis por Becerra.

En el Barça juegan los mismos que unas semanas después van a ganar 0-5 en el Bernabéu, salvo el portero, que ante el Madrid sería Mora: Sadurní; Rifé, Torres, Costas, De la Cruz; Juan Carlos, Marcial, Asensi; Rexach, Cruyff y Sotil. En el minuto 27 saldría Gallego por Rifé.

Llenazo de 100.000 espectadores, que ovacionan a Agustín Montal, recién reelegido presidente, cuando se sienta en el palco. Brazaletes negros en ambos equipos por la muerte de Carrero Blanco. Y a jugar.

El Barça presiona, el Atlético espera, fiado en la velocidad de Becerra (dos goles a Iribar en San Mamés, última salida) y en el instinto de Gárate. Pero se juega cerca de Reina, que al colocarse bajo la portería ha recibido una bronca. Las condiciones de su salida, forzadas por el Barça, no eran conocidas.

Benegas marca a Cruyff por todo el campo. Él la pide, salta, se escabulle, pero le cierran luego u Ovejero o Eusebio. O los laterales si se va a una banda. O Heredia, si se va más atrás. Siempre son Benegas y uno o dos más. Juega bien, pero muy rodeado. Una vez roza el gol, en un cabezazo claro, pero se le va fuera por centímetros. Reina para bien. El público se impacienta, pita, llega a lanzar almohadillas al árbitro, el aragonés Bueno, en una jugada en la que se pide penalti.

Está acabando la primera parte y aún no hay goles. En eso aparece el relámpago. Es el minuto 44 cuando el balón le llega a Rexach, en su posición de extremo derecha: “Fui hasta el fondo y recorté a Capón, hacia atrás; entonces me vino Ovejero y también le recorté, otra vez hacia atrás. Quedé en el área, un poco abierto. Vi que por el otro palo llegaba Cruyff a la carrera. Me venía Heredia y tuve que centrar antes de lo que hubiera querido. Como por la posición tenía que centrar con la izquierda, el balón se iría cerrando con una curva que tendería a alejarlo de Cruyff. Francamente, cuando solté el centro pensé que él no llegaría”.

Lo mismo pensó Reina: “Venía el pase, yo no llegaba a cortarlo, me volví, vi venir a Cruyff y pensé: ‘Va fuera, no llega”. Iba como a la altura de su cabeza, pero cerrándose, alejándosele. Pero como era de goma, dio un brinco, y en una cabriola adelantó la pierna derecha y le pegó con el exterior, ahí arriba, y el balón me pasó como una exhalación. Llegué a levantar las manos, pero entró por arriba. ¡Qué gol!”.

El estadio no clamó estrictamente “¡¡¡¡Goooool!!!”, sino una especie de “¡¡¡Ooooohhhh!” admirativo que no se había escuchado, me dice un viejo aficionado, desde Kubala. Y luego, un estallido, una ovación fantástica. Reina se fue al descanso con la duda de si quiso rematar o devolver el balón al centro: “Caminando al descanso se lo pregunté, y me sonrió pícaramente. Yo creo que quería devolver el balón al centro”. Pero Rexach no tiene dudas: “No, no, remató seguro. Yo lo vi así, le pegó muy fuerte. Y ahora lo tengo muy fresco, porque con su muerte lo he visto estos días por lo menos treinta veces. Y lo hablamos después. No hacía mucho que estaba entre nosotros, pero ya se expresaba: entre holandés, italiano, inglés y castellano, el caso es que se hacía entender”.

En la segunda parte, goles de Rexach y Gárate. Final, 2-1. El Barça se afirmó en el liderato. Acabaría ganando aquella Liga de calle, después de 14 años de espera.

Y Cruyff quedó consagrado como el holandés volador.

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