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El Getafe emerge y mete de lleno al Deportivo en el lío del descenso

Los madrileños sacan fruto del desplome del cuadro gallego, que se fue entre reproches de sus aficionados

Miguel Ángel disputa el balón con Celso Borges
Miguel Ángel disputa el balón con Celso BorgesCabalar (EFE)

Los gallegos pronuncian dos palabras cada vez que se atisba, aunque sea en la lejanía, la posibilidad de un inesperado suceso negativo. “Malo será”, se sentencia. Y ahí se cura todo. El “malo será” es la vacuna ante los desastres, el convencimiento de que nada malo va a ocurrir porque antes alguien o algo, propio o preferiblemente ajeno, lo resolverá. El Deportivo, mucha de su gente, lo entona desde hace meses. Ahora el sofocón es de órdago a dos jornadas del final, con Villarreal y Real Madrid por delante en el calendario, y todos los de abajo sumando. El Getafe es uno de ellos, se llevó los puntos de Riazor y ve la salvación a tiro.

El Deportivo se ha metido en un lío fenomenal, con serias opciones de firmar uno de los descensos más inopinados de la historia. Si en su caída con Miguel Ángel Lotina al frente se fue a Segunda División con la puntuación más alta por nadie alcanzada, ahora se desploma tras gozar de las ventajas más sustanciales que se recuerdan. Doce puntos en la segunda vuelta contemplan a un equipo que en enero apuntaba, siempre más justo de fútbol que de rendimiento, a las competiciones europeas. El drama se completa porque el club, que ha conseguido estabilizar su situación económica, precisa continuar entre los grandes para poder pagar todo lo que debe y más en un contexto en el que el reparto de dividendos televisivos beneficiará de forma sustancial a quienes estén en el primer escalón del fútbol español.

Pero el Deportivo se cae y ahora busca ese par de puntos que le hubieran dado sosiego hace bastantes semanas, esos puntos que se marcharon en errores arbitrales, que se llevaron la mala fortuna en algunos partidos, pero que sobre todo no han sumado por la propia incapacidad de exponer algo más que balones en largo. Lo demostró ante un Getafe debilísimo que salió a Riazor con las piernas temblorosas, incapaz de trenzar dos pases, tan nervioso que su única respuesta era cometer faltas y entregar la pelota al rival, con una defensa sumamente abordable en la que además alineaba un debutante, el lateral Miguel Ángel. Con todo eso, ante tanta blandura como tenía delante, el Deportivo fue incapaz de meterle mano, sin claridad para trabajar en los últimos treinta metros. Apenas generó peligro hacia Guaita el Deportivo con el marcador a cero en cuarenta minutos de despropósito del Getafe, apenas un intento de Luis Alberto desde la frontal, ningún fruto una vez más en la estrategia.

El Getafe bastante hizo con mantenerse en el partido. Esperó su momento y lo encontró en la zurda de Pedro León cuando se enfilaba el descanso. Riazor estalló entre el murmullo, la desazón y la incredulidad. A partir de ahí llegó el quiero y no puedo blanquiazul, el desacierto una vez más del entrenador, que guardó sobre el campo a Borges, que cargaba con una tarjeta amarilla, y retiró a Fayçal Fajr que bien hubiera podido ocupar el rol del centrocampista de Costa Rica y además con bastantes matices más en lo creativo. A los tres minutos del cambio se fue expulsado Borges y el Deportivo palideció, se fue del partido, descontrolado y paralizado a merced del Getafe, que tuvo la sentencia en las botas de Scepovic con más de veinte minutos por jugar. En ese tiempo apenas se jugó, el equipo de Víctor Sánchez del Amo lo intentó sin concierto, huérfano de una partitura; el Getafe se defendió, recurrió a los socorridos desmayos para animar a que el crono se disparase hasta el final y encontró la rúbrica tras un córner que anotó Vigaray para recordar que, además de todo, el Deportivo es el equipo de la liga que más goles encaja en esas acciones.

Fue entonces, con cinco minutos y el descuento por disputar, cuando Sánchez del Amo se acordó de Oriol Riera, un delantero que domina el juego áereo y que podía haber desatascado al equipo con el recurso más viejo del mundo. Se ganó una sonora pitada el entrenador, cuyo futuro en el club está seriamente comprometido, ya sea de inmediato o al final del campeonato por más que medie salvación. Se sucedieron los reproches a los futbolistas, de un estadio deprimido por las prestaciones de un equipo roto, que debe recomponer las piezas y esperar que, una vez más, se cumpla el “malo será”.

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