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El Baskonia pierde el partido de las causas perdidas

El Lokomotiv, más motivado, supera a un desangelado conjunto vitoriano en la segunda mitad

Adams frente a la oposición de Claver.
Adams frente a la oposición de Claver. JOHN M. (AFP)

Habría que saber quién es la niña o el niño de la mini grada del Lokomotiv que grita cada vez que su rival se acerca a la canasta. Grita como si tuviera hambre o se hubiera caído o le hubieran tirado un helado. Los poquitos aficionados de Krasnodar se alimentan de los gritos que salen de esos pulmones intactos. ¿O quizás es un grito grabado, metálico, otro artilugio para hacer visible la roja oscuridad del Lokomotiv, unas pocas felices familias, quizás de los jugadores? Pero ¿qué sería de una final por el tercer y cuarto puesto si no fuera por ese bebé electrónico o natural de pulmones de oro o por la charanga de Baskonia, que bien pudieran ser los incansables? Es el partido de las causas perdidas y cualquier trompeta es bien recibida. Aunque en el campo, el castigo de la derrota pesa más en la cabeza que en el cuerpo. Y al Baskonia se le atragantó el postre. Dolido por no poder luchar por los platos principales, el postre del tercer y cuarto puesto lo asumió como un castigo, como una condolencia.

Laboral Kutxa, 75 - Lokomotiv, 85

Baskonia: Adams (25), Hanga (3), Bertans (13), Tillie (7) , Planinic (5), -quinteto inicial-, Bourousis (5), Blazic (8), James (2), Corbacho (3) y I. Diop (4).

Lokomotiv: Bikov (0), Delaney (21), Claver (10), Broekhoff (21), Singleton (10) -quinteto inicial-, Janning (10), Zubkov (11), Balashov (0) y Voronov (0).

Parciales: 16-20, 26-20, 11-21, 22-24.

Árbitros: Christodoulou (Grecia), Ryzhyk (Ucrania) y Pastusiak (Polonia).

El Lokomotiv, invitado por primera vez a la cena de la aristocracia, consideró que el postre era suculento como para no rechazarlo. Era su primera participación en la Final Four y convenía no pasar desapercibido. Y convenía exhibirse por si... Por ejemplo, el australiano Broekhoff ponía un sello imborrable de su doble faceta de defensor y anotador. O por si alguien dudaba de Delaney. El primero anotó 21 puntos; el segundo, le igualó. Casi la mitad de los de su equipo.

El corazón y la cabeza no suelen llevarse bien cuando se les suben la pulsaciones. Y el Baskonia las enjugó con más lágrimas que rabia. Aguantó medio partido (16-20 en el primer cuarto y llegó al descanso con 42-40). Luego dimitió y el Lokomotiv, al impulso de Broekhoff, de Delaney y de un soberbio Claver se fue yendo, y yendo, dando a entender que a buen entendedor pocas palabras bastan. En el tercer cuarto tenía ocho puntos que significaban más que ocho unidades y concluyó el partido con una ventaja de 10. Pero más allí de los números siempre dio la sensación de ganar y que la distancia era una pura matemática. El Baskonia rotó, tanto que se mareó y la canasta se le hizo pequeña. El niño o niña calló, adormecido, y la charanga del Baskonia sonó como una big band. Sobre todo cuando acabó el partido y su equipo perdió. El pulmón del niño o niña cambió de grada y la charanga atronó el pabellón. Los hinchas del Fenerbahçe, que llegaban, aplaudieron con ganas. Las causas perdidas, se libraron en el parqué, pero no llegaron a la grada.

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