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Bach se encomienda a Samaranch en tiempos de zozobra olímpica

El presidente del COI reinvidica en Madrid la figura de su antecesor al presentar su biografía

Carlos Arribas
Bach, entonces vicepresidente del COI, de pie entre Samaranch y la candidata a sucederle, Anita DeFrantz, en Moscú, en 2001.
Bach, entonces vicepresidente del COI, de pie entre Samaranch y la candidata a sucederle, Anita DeFrantz, en Moscú, en 2001.EPA

Faltan poco más de 80 días para que el presidente del inestable Brasil, quien lo sea entonces, declare inaugurados los Juegos de Río y desde Nueva York un desertor de Moscú revela cómo el gobierno de Vladimir Putin manipuló las muestras de orina de sus medallistas y campeones en los Juegos de Invierno de Sochi para salir limpios de los controles antidopaje en un laboratorio supervisado conjuntamente por los especialistas de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y el Comité Olímpico Internacional (COI). Mientras, en París, un juez anticorrupción empieza a descubrir misteriosos y millonarios pagos de la candidatura ganadora de Tokio para los Juegos de 2020 a una cuenta oscura llamada Black Tidings y controlada en Singapur por el hijo del entonces presidente de la federación internacional de atletismo (IAAF), Lamine Diack.

Contemporáneamente, en Brasil la crisis se agudiza con la destitución de la presidenta Dilma Roussef y en el mismo Río de Janeiro en el que se acumulan los retrasos en la construcción de las instalaciones a niveles récord, las autoridades sanitarias y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han vuelto a elevar el nivel de la alerta por el incontrolado virus Zika que tanto preocupa a los deportistas, y en Montreal, la AMA ha pedido a sus patrones, la Unesco y el COI, que prohíban a Kenia, el país africano con mejor atletismo, participar en Río por su falta de política y voluntad antidopaje.

El viernes 13, el mismo día en que la credibilidad del movimiento olímpico y su obra magna, los Juegos, recibían tan sonoros golpes de la corrupción y el miedo, el presidente del COI, Thomas Bach, presentaba en Madrid un libro titulado, sin más, Presidente Samaranch, que glosa la figura y los 21 años de mandato (1980-2001) del séptimo presidente del COI, aquel con el que todo empezó, y del que Bach, el noveno, dijo: “Fue el hombre que forjó el movimiento olímpico moderno”. Una forma de decir también que nada de lo que ocurre ahora habría sucedido sin Samaranch.

Antes de que Juan Antonio Samaranch (Barcelona, 1920- 2010) presidiera el COI, se podía considerar al movimiento olímpico una burbuja encerrada en sí misma, ajena a la realidad y a los cambios, y ruinosa. En la presentación del viernes en la sede del Comité Olímpico Español (COE), la ausencia de responsables gubernamentales del deporte español pasados y presentes (solo acudieron dos expresidentes del CSD, Pedro Antonio Martín Marín y Juan Antonio Gómez Angulo), y la presencia de personalidades como Pilar de Borbón, expresidenta de la Federación Ecuestre Internacional, o Rodolfo Martín Villa, exministro de largos años ha, se puede entender como síntoma de que la burbuja no se ha disuelto. El movimiento olímpico sigue siendo otro mundo, pero, gracias a la revolución iniciada por Samaranch en 1980, al menos ahora es muy rentable, un gran negocio.

Pedro Palacios —el periodista que con la ayuda de Edgar Mont-Roig y Juan Manuel Surroca llevó a cabo el encargo del Comité Olímpico Chino y de la Fundación Samaranch-China— comienza la glosa de la obra del séptimo presidente del COI con el congreso revolucionario de Baden-Baden, que en 1981 modificó la regla 26 de la Carta Olímpica, la que prohibía participar en los Juegos a aquellos deportistas que ganaran dinero compitiendo, los profesionales, con el fin de abrir “los Juegos a los mejores deportistas del mundo”.

Amateurismo ‘demodé’

El objetivo era que los Juegos siguieran “constituyendo en el futuro el acontecimiento más importante de la Historia”. “Consecuentemente, el público llenaría los estadios y la televisión conseguiría las mayores audiencias”, escribe Palacios traduciendo las intenciones de Samaranch, quien, alarmado por el éxito comercial de los Mundiales organizados por las diferentes federaciones internacionales, puso fin al reino del amateurismo demodé, lejanísimo del paso de la sociedad, y abrió el templo los Juegos al gigantismo y al comercio.

El COI tomó para sí a los grandes sponsors, que antes se debían a los organizadores de cada cita olímpica, y la subasta de los derechos televisivos, que se multiplicaron con la presencia de las grandes estrellas del deporte mundial, cuyo apogeo lo constituyó el Dream Team, todas las figuras de la NBA en pleno, en Barcelona 92. Solo el fútbol entre los deportes universales se mantiene refractario.

La rendición comercial y el gigantismo son dos de los problemas que amenazan la existencia actual del movimiento olímpico, que alcanzó poderes nunca vistos con su monopolio del disfrute de la especificad del deporte en el mundo. Otras dos creaciones visionarias de Samaranch, y su ideología fundamental de que los asuntos del deporte debe resolverlos el deporte, sin injerencias de los gobiernos y la sociedad, son el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), puesto en marcha en 1983, y la AMA, nacida del caso Festina, que al revelar la cara oculta del ciclismo asustó tanto a la ingenua sociedad que obligó a medidas básicas de salvación de la industria del deporte. El limbo jurídico en el que se mueven ambos organismos, el de la justicia y el del dopaje, sin control por parte de los instrumentos de la democracia y la transparencia, es el origen de otra de las crisis que amenazan al movimiento olímpico. De la corrupción ya tuvo su taza de caldo Samaranch con la crisis de Salt Lake City.

Samaranch, gran político y diplomático, dejó su presidencia en 2001, en el congreso que otorgó a Pekín los Juegos de 2008, cumpliendo la promesa que le había hecho a su gran amigo Deng Xiaoping, el líder chino que transformó el país a la muerte de Mao Zedong, y que había fallecido cuatro años antes. Cerraba el círculo que había comenzado a trazar cuando logró que el gigante asiático pudiera participar en los Juegos a partir de Los Angeles 84, otro de los grandes pasos del presidente que forjó el movimiento olímpico moderno.

Encuentro en Baden-Baden 81

Tomas Bach conoció a Samaranch justo en Baden-Baden, donde, como Scarlett O’Hara, el dirigente español juró que nunca más volvería a pasar hambre. Bach, entonces abogado y esgrimista de 28 años, participó en el Congreso y apoyó el fin del amateurismo, pero con moderación, “para que los deportistas no acaben como anuncios ambulantes”. Ya demostró entonces que sabía fintar no solo con la espada en la mano sino también con la dialéctica: los deportistas no pueden llevar publicidad en los Juegos, donde todos los patrocinadores se deben al COI.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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