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damas y cabeleiras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No me gusta la política

Los grandes días del fútbol nuestra querida ley contra la violencia en el deporte se va de vacaciones y lo deja todo en manos de la providencia

Rafa Cabeleira
Aficionados del Sevilla celebran la Europa League.
Aficionados del Sevilla celebran la Europa League. José Manuel Vidal (EFE)

Horas antes de disputarse el último Clásico, a principios de febrero y de cuyo resultado no quiero acordarme, las redes sociales y algunas webs de diferentes medios se llenaron de vídeos en los que se podía contemplar el desfile de aficionados radicales del Barça hacia los aledaños del Camp Nou. A la escena no le faltaba de nada, al menos desde el punto de vista puramente estético: bengalas humeantes, canticos de diferente inspiración, pasamontañas caseros y de diseño, grandes banderolas con simbología de todos los pelajes y el pertinente cordón policial escoltando a tan animosa jauría por las calles de la ciudad. Aquel día se le murió un gatito a la estupendísima ley contra la violencia en el deporte, hoy tan en boca de todos.

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Algo similar viene sucediendo en Madrid cuando alguno de sus equipos punteros se dirige hacia el estadio para enfrentar un duelo de prestigio: avalanchas de aficionados armados con sus bufandas, banderas, botellines, bengalas y cuanto se tercie, asaltan la calle y rodean el autobús del equipo para insuflar fuerza y ánimo a sus jugadores, que alguna vez me he llegado a preguntar de qué sería capaz esta gente si tuviesen que ir a despedir a un familiar que se marcha a la campaña del bacalao en Gran Sol o Terranova. Esos días, entiendo, nuestra querida ley contra la violencia en el deporte y alguna otra que no voy a nombrar se van de vacaciones y lo dejan todo en manos de la providencia que, para estas cosas del fútbol, pensarán los responsables de guardia, bien que se basta ella sola.

El fútbol español lleva mucho tiempo convertido en un agujero negro donde se cuelan las más lamentables representaciones de la conducta humana: se vitorea a un futbolista acusado de agredir a su pareja, se insulta a un colegiado por su condición sexual, se arrojan plátanos a un futbolista negro, se consienten tifos de dudoso mensaje y amplio espectro… Y nunca pasa nada. Los hay que incluso jalean este tipo de comportamientos y los llaman la salsa del fútbol mientras otros argumentan que puede ser incívicos e incluso ilegales pero dan mucho ambiente, como quién habla de una alfombra en su salón.

Con la prohibición de portar banderas esteladas en la final de la Copa del Rey el próximo domingo se da una vuelta de tuerca más al circo de los quietos. Asegura la delegada del Gobierno en Madrid que no se consentirá ningún símbolo que pueda generar violencia pero no que a nuestro lado se siente un violento con pedigrí, un habitual de las broncas y las comisarías de su ciudad. Sin ir más lejos, tengo yo un primo que se fue a Madrid no hace tanto para ver un partido de Liga de Campeones, mientras cumplía arresto domiciliario por agredir a varios clientes de una discoteca. Regresó presumiendo de haberse peleado con dos aficionados turcos, de robar al taxista que lo acercó al estadio, y de una foto en la que posaba sonriente junto a uno de los candidatos a presidente del próximo Gobierno. “Y eso que a mí no me gusta la política”, dice siempre que la enseña. A otros sí y, por desgracia, más que el propio fútbol.

 

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