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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Durante el fútbol

Si me preguntan qué es lo mejor de la final de Champions del sábado, diría que estos pocos días que faltan, y sobre todo, los 90 minutos de juego

Juan Tallón
Los jugadores del Barcelona celebran el título de Liga.
Los jugadores del Barcelona celebran el título de Liga.Pepe Torres (EFE)

Pronto la temporada nacional se volverá un descampado en el que sólo queden las clasificaciones y las repeticiones en Youtube; duró mucho, pero no demasiado para nuestro gusto. En nada, la felicidad desbocada que uno siente al ganar la Liga o la Copa –y en breve la Champions– se diluirá hasta convertirse en algo pequeñito, parecido a un lugar del que te alejas en coche, y en el que te lo has pasado bien; pero que después de algunos kilómetros, si miras por el retrovisor, se borra. Cuando uno deja atrás una temporada, después de ganar uno, o incluso varios torneos, esa satisfacción rebosante no tarda en ser poco más que un punto minúsculo dentro de su cabeza, aunque de vez en cuando parpadee.

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El fútbol es sobre todo un durante. A veces resulta tan misterioso, que queda mejor definido en una preposición que en un adjetivo. Mientras se disputa, acaece el milagro delante de tus narices. Gozas, sufres, tienes miedo. El tiempo circundante se congela; sólo se mueven esos 90 minutos. Y así una semana tras otra, hasta que de pronto no hay más semanas de fútbol, y éste pasa de ser un durante a significar un después. Ya no se trata, para entonces, tanto de un deporte como de un relato. Después, el fútbol es para contar; se escribe, se lee, se habla. Está bien, pero… Finalizado el partido, cuando los jugadores intercambian saludos y confrontan felicidad y tristeza, y tú apagas la televisión, el tiempo deja de vibrar. No queda nada emocionante en pie, salvo un rastro de jugadas y el resultado, que son ya recuerdos, a los que sólo se puede decir adiós con una mano o un pañuelo. A los que les apasiona el juego, saben que el fútbol es menos excitante después, pese al triunfo, que durante.

Incluso un antes, cuando nada se ha dilucidado, es preferible a ese después en el que todo está más o menos ventilado y, si ha habido suerte, descansa en una vitrina de la sala de trofeos. Esperando toda la semana la hora del partido, en cambio, el aficionado aviva aspiraciones, sueños, algo que aguardar. Siente que aún no lo ha perdido todo, y que matemáticamente el milagro es posible. Vive para esos 90 minutos que están por jugarse, aún nuevecitos, de estreno. Va hacia el fútbol, en lugar de alejarse de él. La emoción va in crescendo. No digamos si el partido es ante un rival acérrimo. Entonces es emoción doble, o triple, en el sentido de whisky doble, o triple.

Los momentos culminantes de la temporada nos sitúan sobre esa cima desde la que se divisa el instante más emocionante del año, con el título en juego, y a la vez el final de todo, cuando los estadios se quedan vacíos, en un silencio que imita al de un armario por dentro y, en cierto sentido, los aficionados huérfanos. Si me preguntan qué es lo mejor de la final de Champions del sábado, diría que estos pocos días que faltan, y sobre todo, los 90 minutos de juego, durante el fútbol. Después, todo será pasado, y un reguero de recuerdos.

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