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Nacer ‘Mohamed’ Bouhanni

El sprinter francés rinde homenaje al fallecido Alí al imponerse en la etapa del Dauphiné

Carlos Arribas
Bouhanni, en el centro, lanza sus puños al ganar la etapa.
Bouhanni, en el centro, lanza sus puños al ganar la etapa.LIONEL BONAVENTURE (AFP)

Nacer Bouhanni es ciclista y boxeador, que viene a ser lo mismo, un sprinter que se frustra cuando no gana y golpea con los puños su pobre bicicleta que le esclaviza, y cuando gana es tan feliz que recuerda sus orígenes y el póster de Mohamed Alí, el único que mereció su dormitorio de adolescente en la fría Francia de los Vosgos, y lanza nada más cruzar la meta sus puños al aire en una serie de puñetazos, varios uno-dos frenéticos, que cierra con un crochet de derecha, homenaje a su ídolo boxeador muerto el sábado. Para ganar usó la cabeza protegida por su casco negro. Primero como arma física para castigar a los katushas de Kristoff que le empujaban fuera de su tren; después como arma mental velocísima pegada al manillar para encontrar hueco como una culebra y la aspiración del irlandés Bennet, un armario que le protegía del viento del que salió disparado.

La primera etapa del Dauphiné en el valle del Ródano desbordante transcurrió apacible y amistosa hasta que quisieron Alberto Contador y su amor por el fragor incompatible con su proclamada indiferencia por la victoria final. Mitchell Docker, un australiano en fuga acompañado de un belga, lucía tranquilo su bigote años 80 y sus gafas Bollé a juego, lo que se lleva en estos tiempos vintages; un par de minutos detrás, a cola de un pelotón organizado detrás de los maillots rojos de katushas y cofidis, Dani Moreno y Purito Rodríguez, ya sin motivos para sentirse celosos uno de otro, charlaban amigos y, no muy lejos, Mikel Landa contaba a sus colegas que seguramente también le verán en el Tour también al lado de su jefe, Chris Froome; el sol brillaba y, a menos de 10 kilómetros para la llegada en Saint Vulbas, las espigas verdes de los campos se agitaban por el viento y el humo blanco de la central nuclear se elevaba tendido, la señal de la batalla.

Contador, el líder de amarillo, disfruta tanto escalando un puerto de cuatro kilómetros sin sentarse ni un metro que colocándose segundo o tercero de un pelotón chirriante en busca de sangre y abanicos. El chico de Pinto olió la posibilidad de romper el pelotón y se puso al frente de las operaciones, un síntoma más de su vitalidad y la buena forma que mostró en el prólogo en cronoescalada para temor de sus rivales. Del frenesí final no surgió una ruptura sino un ciclista boxeador, que es lo mismo, un sprinter feliz.

Hasta el domingo y su final alpino, el Dauphiné seguirá permitiendo divertirse tanto a los Contador y demás escaladores con las cuatro llegadas en alto programadas (martes, viernes, sábado, día grande de Méribel, y domingo), como a Nacer Mohamed Bouhanni y sus amigos sprinters con la llegada del jueves.

 

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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