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Brasil, la leyenda se tambalea

La eliminación de la Canarinha en la fase de grupos, después de un gol con la mano de Perú, simboliza la involución de un equipo perdido con Dunga

El peruano Ruidíaz marca con la mano el gol que elimina a Brasil.
El peruano Ruidíaz marca con la mano el gol que elimina a Brasil. JIM ROGASH (AFP)

La selección brasileña, entidad elevada con justicia a la categoría de leyenda y motivo de orgullo para un país siempre gozoso de su alma creativa, ha dado un paso más hacia su desnaturalización. Ahora se ha despedido de la Copa América en un episodio que formará parte de su historia más gris, esa que sigue oscureciendo su tono en los últimos años a ritmo devastador. Brasil no perdía con Perú desde 1985, y no había caído en la fase de grupos de la competición continental desde 1987. Hay muchos matices en la derrota brasileña, superado el estupor de recibir un gol ilegal, que anotó con la mano el peruano Ruidíaz y fue convalidado por el árbitro uruguayo Andrés Cunha, tras montar algo parecido a un manicomio durante varios minutos sobre el césped del Gilette Stadium de Boston mientras consultaba con sus asistentes y pedía ayuda del sistema de vídeo.

Paralizado junto al banquillo brasileño, incapaz de asumir un desenlace tan surrealista y con el gesto congelado por la incredulidad, un hombre mascaba la inminente derrota sin capacidad de reacción visible. Dunga, el seleccionador de la Canarinha, el mismo hombre que levantó la Copa del Mundo de 1994 con gritos iracundos contra la prensa y el mismo técnico que no se cansa de pregonar que el fútbol sólo recuerda al equipo ganador, se quedó petrificado, y ni siquiera recurrió a las dos sustituciones que le quedaban para intentar variar el rumbo del partido. Ya en rueda de prensa, se centró en montar una ceremonial denuncia de la polémica decisión arbitral, justificando la derrota de su equipo por una “situación imponderable que todo el mundo ha visto”. Algunos periodistas presentes estaban tentados de recordarle que en el primer partido del grupo Brasil encajó un gol ante Ecuador que el árbitro, en otro error, no concedió. Otros con la memoria más larga se acordaban de la Copa América de 1995, cuando Brasil (capitaneado entonces por Dunga) eliminó a Argentina gracias a un gol de Tulio anotado tras ayudarse con el brazo para controlar la pelota.

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Pero detrás del fragor de la controversia queda un equipo que no supo anotar ni un solo tanto en sus partidos frente a ecuatorianos y peruanos, y perfectamente capaz de marcar a Haití los mismos goles con los que Alemania confirmó en el Mundial 2014 que Brasil es un pálido reflejo de lo que una vez fue. Sufrió contratiempos mayúsculos preparando esta Copa América en forma de una plaga de lesiones y ausencias de algunos de sus mejores jugadores, como Neymar y Douglas Costa. Pero muchas decisiones de Dunga no mitigan la pálida actuación brasileña. La defenestración de jugadores con mucho peso en el vestuario, como Thiago Silva o Marcelo, resintió el liderazgo interno y la calidad en algunas posiciones. En lo táctico, la tendencia conservadora del entrenador dio jerarquía a los volantes defensivos en detrimento de opciones más creativas: Paulo Henrique Ganso, el media punta del São Paulo que encarna la fantasía, la pausa y los mejores valores de la mítica escuela brasileña de centrocampistas, fue convocado casi por petición popular tras la lesión de Kaká y no disputó ni un solo minuto.

Excesiva dependencia de Neymar

Tras la frustración en la Copa América tan sólo flota algún detalle positivo para la selección de Brasil, como la aparición de dos jugadores del Santos en la selección: Lucas Lima, un media punta con buen pie, y el joven Gabriel Barbosa, llamado a ser el socio de Neymar en los Juegos Olímpicos.

A menos de dos meses para la cita en Río, la dependencia del jugador del Barcelona parece acentuarse. También la descomunal pérdida de identidad de un gigante que continúa dilapidando su estilo, ese refugio perenne ante la adversidad, embelesado por el espejismo de algunos éxitos fraguados sobre las grandes individualidades que Brasil siempre ha sabido parir y moldear.

La humillación del último Mundial, y las derrotas en las dos últimas ediciones de la Copa América, han hecho saltar las alarmas.

Hace no mucho tiempo, Dunga afirmaba que jugar con Ganso era poco menos que actuar con 10 jugadores, por su lentitud y falta de dinámica. La vieja guardia brasileña, los guardianes de las esencias, llevan tiempo clamando contra aquello que la figura de Dunga significa. Zico denunciaba que al técnico no le cabe un número 10 en su rígido esquema. Tostão aseguraba que el técnico no está avalado por un buen historial en los banquillos, ni tiene conocimientos profundos de ese trabajo, ni un plan de juego definido. Jairzinho considera que en estos tiempos la camiseta brasileña ya casi la viste cualquiera y Gerson, timonel del Brasil del 70, elevaba el tono crítico: “No es que Dunga no tuviera que haber regresado a la selección en 2014. Es que no tendría que haber venido la primera vez”.

Peligra el Mundial

Casi nadie duda ya de que peligra hasta la presencia de la selección en el próximo Mundial. Desde que los calculadores, los tecnócratas y los negociantes sin escrúpulos le ganaron el debate a los libertarios en el seno de la CBF, Brasil no para de dar pasos en falso. Ahora puede que lo más fácil sea defenestrar a Dunga, penúltimo escudo de dirigentes como Teixeira o Marco Polo Del Nero. Este último, actual presidente de la CBF, ni pudo encabezar la delegación brasileña en la Copa América: si salía de su país corría serio riesgo de ser detenido por el FBI por presunta implicación en prácticas corruptas en el marco de los escándalos que asolan la CONMEBOL.

Sin liderazgo en los despachos, y huérfano de estilo en el banquillo, Brasil mastica su penúltimo fracaso y su amargo tránsito hacia ninguna parte. Mientras tanto los ecos de su sagrada historia siguen dejando consejos intemporales, como el de Fausto dos Santos, apodado la Maravilla negra. Un exquisito volante que integró la selección brasileña allá por 1930 y que dijo que “lo feo no es perder. Lo feo es tener miedo”.

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