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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Croacia y el pánico

Cuando en el torneo solo se hablaba de los actos de un ejército de violentos apareció el mejor centrocampista del mundo: Modric

Modric celebra su gol ante Turquía.
Modric celebra su gol ante Turquía.Francois Mori (AP)

En plena bacanal de sangre y violencia, cuando las noticias de la Eurocopa más recordadas eran protagonizadas por un ejército de malnacidos de cunas inglesa o rusa, además de por las abominables supuestas amistades de De Gea, en medio de toda aquella barahúnda surgió la pequeña figura del mejor centrocampista del mundo. El mejor, sí. Es una opinión, claro, personal e intransferible, de quien esto escribe, que tiene los gustos que tiene, tan buenos o tan malos como los de los demás. Y tan respetables. Luka Modric es el máximo y casi único culpable de que el nombre de Croacia haya provocado en algunos reacciones que van de la tiritona a los sudores fríos pasando por el ahogamiento. Pánico se llama.

Hasta que el menudo Modric se agigantó contra Turquía, el torneo no había dejado más que el brutal misil de Payet que salvó a Francia en el estreno frente a Rumania y el inesperado e injusto empate de una más que decente Inglaterra ante Rusia. Es curioso que el equipo más joven del torneo, el británico, sea dirigido por Roy Hodgson, un señor que en el pleistoceno ya estaba anticuado. Hodgson tiene ideas tan absurdas como que Kane sea el encargado de ejecutar los saques de esquina del equipo, asunto intrascendente si no fuera porque Kane es el mejor rematador del equipo, un hecho que explicó un histórico coleccionista de goles como Alan Shearer de la manera más gráfica posible: “Es como pedir a Lewis Hamilton que cambie los neumáticos de su coche”.

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El torneo también había dejado la imagen de un tipo que, además de peinar una espantosa coleta, lleva de la mano a todo un país (¿es Gales un país?, pregunta uno desde la ignorancia) hacia donde en la vida le llevó nadie. Hoy es Gales la nación (¿?) más pequeña y con menos habitantes de la historia que ha sido capaz de ganar un partido de la Eurocopa. Lo hizo gracias a Bale, un futbolista que se ha acostumbrado a convertir cualquier partido en el partido de su vida. Que agarra la pelota y avanza como quien anuncia la llegada del apocalipsis. “Algo va a pasar, algo va a pasar”, debe pensar el defensa en el momento en que ve venir a aquel individuo coleta al aire. Y algo pasa. “Cuando tienes un jugador como Gareth Bale siempre tienes una oportunidad contra cualquiera. Es una superestrella”. Lo dice Alan Shearer, aquel francotirador.

Y así transcurría el torneo, con el madridismo cantando las excelencias de sus propios, Kroos incluido, cuando se asomó a él España. Ganó, porque otra cosa era imposible, a la República Checa. Pero lo hizo en el último suspiro, en el tramo final, con un centro de Iniesta, el mejor del equipo de largo, de muy largo, que acertó a cabecear Piqué, hoy héroe nacional y ayer enemigo público número uno. Un jugador, el defensa azulgrana, que por muchos o pocos errores que haya cometido merece todo el respeto del mundo cuando se enfunda la roja, esa camiseta con la que el patriotismo se hace fuerte en Eurocopas y fiestas de guardar y por la que él se lleva dejando el alma desde que tenía 15 años.

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