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EUROCOPA | ALEMANIA - FRANCIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Francia y Alemania: Amigos con derechos

Historia de dos naciones enfrentadas durante tres siglos que un buen día decidieron olvidarse de las revanchas tras el choque entre Battiston y Schumacher

El francés Battiston es sacado en camilla de la semifinal del Mundial de 1982 tras chocar con el alemán Schumacher
El francés Battiston es sacado en camilla de la semifinal del Mundial de 1982 tras chocar con el alemán SchumacherAFP

Todos hemos escuchado las mismas historias de guerras, todos hemos tenido un abuelo, un bisabuelo, que no llegaba a perdonarles a Los Boches las dos guerras mundiales sufridas en territorio francés. Todos sabemos los sufrimientos y los dramas familiares compartidos con el país vecino. Pero también conocemos la amistad entre De Gaulle, héroe y presidente francés, y Konrad Adenauer, canciller alemán. En los documentales de la cadena cultural franco-alemana ARTE nos cuentan ahora cómo un buen día de septiembre de 1958 el presidente francés, 13 años después del fin de las atrocidades, invitó a un sorprendido canciller alemán a su casa privada de Colombey-les-deux-Eglises para pasar un rato y charlar.

Dicen que fue al ver las numerosas estanterías que De Gaulle tenía dedicadas a la literatura alemana en version original en su biblioteca (Goethe, Schiller, Heine) cuando Adenauer entendió los motivos del inusual gesto de amistad de un presidente francés hacia su homologo alemán. Desde aquel día y por el bien de la paz en el continente, Konrad y Charles se hicieron amigos.

Ahora bien. Los franceses tratamos de admirar con deportividad los triunfos de nuestro gran rival. Pero a pesar de las buenas intenciones hay un partido que no llegamos a olvidar: aquella maldita semifinal del Mundial 1982. Recordamos perfectamente que durante seis minutos (los que duró su coma), al ver a Patrick Battiston tendido en el suelo sin moverse después de un tremendo choque con el bigotudo portero Harald Schumacher, vimos muerto a uno de los nuestros. Tampoco conseguimos borrar de nuestras mentes los impávidos rostros del gigante alemán y el de su cómplice, el mítico árbitro mr. Corver.

A pesar de aquella agresión (no se pitó ni falta siquiera), minutos después logramos ir ganándolos hasta 3-1 en la prórroga jugando un fútbol alegre y ofensivo. No solamente íbamos a jugar nuestra primera final sino que a la vez íbamos hacer justicia a Patrick. Pero nos remontaron y perdimos en los penaltis.

Esta derrota cambió para siempre nuestra forma de disfrutar del fútbol. Jugar bien no era suficiente para ganar. Ser buenos no servía ni para ganar guerras ni para jugar finales. Algo había que cambiar en nuestra mentalidad de eternos perdedores. Fue entonces cuando inventamos una nueva manera de vengarnos de Alemania sin tener que derramar sangre: cambiar la derrota injusta por una victoria moral.

Después de aquel trauma un periódico francés organizó una reconciliación oficial entre un Battiston apenas recuperado y un Schumacher estupefacto por el odio hereditario que su feo gesto había despertado en Francia. En aquella famosa rueda de prensa no se habló de Goethe ni de Henrich Heine, sino de absolución y deportividad. Seis días después de la conmoción sufrida por Battiston (fractura de cervicales, traumatismo craneoencefálico, dos dientes rotos) y un día antes de casarse, Schumacher, a cambio del perdón de Francia, le ofreció a su víctima el mejor regalo de boda de la historia de la relaciones francoalemanas: dos coronas de oro.

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