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El Tour llega virgen a los Pirineos

Tercer sprint victorioso de Cavendish, en una carrera sin abandonos aún y con los favoritos en el mismo tiempo, salvo Contador caído

Carlos Arribas
Cavendish gana al sprint la sexta etapa.
Cavendish gana al sprint la sexta etapa.Christophe Ena (AP)

Ni abandonos ni diferencias entre los mejores ni más miseria que la de Contador, herido y solo. El Tour llega virgen a los Pirineos, las primeras grandes montañas, donde espera un Aspin con lluvia.

Ya en la Francia profunda del Midi al pie de los Pirineos, en el horno de Montauban, de donde nunca deberían haberse ido los paletos, que dice el dicho y dijo Lino Ventura, las cuentas de la carrera son insólitas. Los primeros 1.238,5 primeros kilómetros, ya más de un tercio del total de la carrera, recorridos en seis días desde la Normandía brumosa hasta el paraíso del sol, solo parecen haber servido para que los corredores se calienten de lo lindo, se cansen y se desgasten, para que Contador se caiga dos veces y exhiba su dureza de pedernal día tras día, para que las habladurías y las hipótesis se multipliquen, y los llantos por un Tour amaestrado, esterilizado, y para que Mark Cavendish, ajeno a lo que no es suyo, gane la mitad de las etapas, tres, y ya sea, con 29, segundo en solitario en la historia del Tour, con las 34 de Merckx ya más cerca.

Cavendish dice que ha consagrado su vida al Tour, lo único que le motiva, porque es la carrera que trasciende el ciclismo, porque es más grande que el ciclismo mismo, dice. Del Tour, el sprinter británico que no levanta ni un palmo sobre la bici, solo mira las hojas con las clasificaciones de la etapa y de los puntos, cuyo maillot verde le ha quitado momentáneamente a Sagan, reducido a su arcoíris. Ahí se encuentran todos los intereses de un corredor capaz a los 31 años de competir victoriosamente contra los nuevos que van llegando, a los que convierte en involuntarios lanzadores solo armado de su facilidad para moverse entre los grandes trenes y colocarse donde más a gusto pueda acelerar demoledor, adquirida en sus muchos años de pedal ligero en el velódromo. Así se deshizo Cav el primer día de Kittel, el tercer día de Greipel, y el sexto, en la larga recta de Montauban, de Kittel de nuevo, que, con Sabatini de nuevo como último hombre, volvió a cometer el error de arrancar muy pronto.

Los chicos de la general, los que quieren ganar el Tour, los que aspiran al podio, a estar entre los cinco primeros, entre los 10 y hasta entre los 20 primeros, porque hay ciclistas que sueñan con ello, solo miran la hoja orlada de amarillo. La repasan, la analizan, anotan, comprueban que siguen los 198 que salieron del Mont Saint Michel hace casi una semana y se quedan con la boca abierta preguntándose si esto había pasado alguna vez. Algunos consultan con los archivistas del Tour, que les confirman que, en efecto, nunca el pelotón había llegado tan entero a la salida de una séptima etapa y también que, por si les interesa, tampoco recuerdan que al primer primera, que en 2016 será el Aspin, intenso aperitivo pirenaico llegaran todos ellos prácticamente en el mismo tiempo, segundo arriba, segundo abajo. Todos ellos no son simplemente Chris Froome, que siempre, aprovechando una contrarreloj o un abanico, había llegado mejor colocado que nadie a la montaña, o Nairo Quintana, los dos grandes, sino también toda la corte generalista. Entre Valverde, tercero, y Pinot, 20º, solo hay 15s. Y entre ellos están todos los que quieren decir algo salvo Contador, quien pese a todas sus desgracias solo ha perdido 1m 21s con Froome.

Todo eso, la igualdad, sobre todo, obliga a apremiar a José Luis Arrieta y a Nico Portal, los directores y estrategas de Nairo y Froome, respectivamente. A pedirles que, por la salud del Tour, por su prestigio al menos, hagan algo para desvirgar la carrera. Son dos directores de la misma generación, de la misma escuela de pensamiento, la fundada por José Miguel Echávarri, con quien ambos fueron ciclistas, y, podría decirse, directores de datos, no de intuición o de olfato o de riesgo. Toman las decisiones después de atiborrarse de información y, como jugadores de ajedrez, de prever todas las consecuencias posibles de cada movimiento. Uno, Arrieta, tiene el coche repleto de soportes para todo tipo de pantallas que le alimentan; el otro, Portal, de hojas de mapas arrancadas y pegadas con cinta aislante. Los dos, como aquellos que se sienten más seguros mintiendo así, apartan la mirada cuando anuncian sus intenciones. Uno, el francés del Sky, de Auch, en pleno Midi canicular, dice que les gusta coger el maillot amarillo en los Pirineos (siempre con Froome y Quintana, el Tour ha llegado antes a los Pirineos que a los Alpes) porque después su chico puede enfermar o debilitarse, y que en esas condiciones es más fácil defender que atacar. “Pero no sé este año si lo atacaremos el viernes [Aspin solitario y descenso], sábado [los clásicos entre Pau y Bagnères de Luchon, Tourmalet, Val Louron, Peyresourde y descenso], o el domingo [el terrible día andorrano con Beixalis y final en Arcalis]”, dice. “Pero seguramente será el domingo, porque a Froome no le gusta arriesgar bajando”.

“Portal no dice lo que piensa”, dice Arrieta. "En los Pirineos ni ellos ni nosotros nos moveremos a menos que se dé una oportunidad muy clara. Nairo es hombre de tercera semana y Froome viene corto de preparación, pensando en ello y porque siempre ha sufrido en los Alpes. Hasta el Ventoux [jueves próximo] no pasará nada. El Ventoux es simbólico para Froome, que siempre ha ganado allí, y para Nairo, que siempre ha sido el último en resistirle. Y luego quedan todos los Alpes…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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