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Eurocopa 2016
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vida moderna

En esta Eurocopa se ha visto tanta calidad como nosotros obras del Greco en aquellos días. Dicen los que saben que el globalizado fútbol moderno es así.

Schweinsteiger recibe atención médica antes de los penaltis ante Italia.
Schweinsteiger recibe atención médica antes de los penaltis ante Italia. Christian H. (REUTERS)

Llevaba yo unos meses viviendo en Madrid, entusiasmada porque al fin había encontrado una profesión de provecho, cuando mis irreductibles amigos de siempre anunciaron su primera visita oficial. Sintiéndome tan estupenda como el italiano Pellè y sus gestitos a Neuer antes de fallar su delirante penalti, recibí a mis invitados con un abanico de ofertas culturales, en un claro síntoma de que, efectivamente, se me había subido la meseta a la cabeza. Alertada por mi preocupante mutación, y el posible —e imperdonable— fracaso del fin de semana, una amiga decidió cortar de raíz con el despropósito y me despertó del goloso hechizo del postureo: “Tía, yo no he venido aquí a ver museos”.

Algo parecido ha pasado en esta Eurocopa, donde se ha visto tanta calidad como nosotros obras del Greco en aquellos días. Dicen los que saben que el globalizado fútbol moderno es así. Aunque algo de razón llevan, si no que me expliquen por qué un fisioterapeuta de la selección alemana va por la vida con unos calzoncillos de la marca de Cristiano Ronaldo. Ojo, que la lencería es algo muy libre, pero al indiscreto bóxer de Klaus Eder le dio por asomarse cuando atendía a Schweinsteiger antes de la prórroga ante Italia. Y, para su desgracia, ahí estaban las mismas cámaras que ya se la habían jugado a su jefe, Joaquim Löw, y sus traviesas manos.

La suerte decidirá si el ideólogo y el comprador de los calzones se encuentran en la final del domingo, en lo que sería un desenlace de cuento de hadas para el universo en expansión de la ropa interior masculina, donde CR7 es el mesías y sus posados casi en cueros, las escrituras sagradas. Claro, que en estos tiempos confusos tampoco es de extrañar que crezca el movimiento de quienes añoran aquel pasado mejor de futbolistas con bigote.

Como el que nunca se afeitó Del Bosque, que dejó la selección con el mostacho bien alto, después de ocho años en los que conquistamos un cielo que ya teníamos asumido que no era para nosotros.

El mismo con el que soñaron los invitados sorpresa a esta Eurocopa donde la revelación fue un país con más volcanes que futbolistas profesionales, el jugador más aclamado, un norirlandés que no jugó ni un minuto y un posible finalista, el galés Joe Ledley, estaba tan seguro de que volvería a casa a las primeras de cambio que iba a casarse mientras otros se jugaban la gloria.La felicidad, cuando llega así de esa manera, no entiende de planes, como en aquel fin de semana donde fuimos más jóvenes que nunca.

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