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Fede, Rasmussen, historias de Pau

Bahamontes cumple 88 años con el Tour en la ciudad donde el danés fue expulsado

Carlos Arribas
Bagnères de Luchon -
Federico Martín Bahamontes, subiendo los montes de Toledo en bicicleta en 1998.
Federico Martín Bahamontes, subiendo los montes de Toledo en bicicleta en 1998.Bernardo Perez

Un 9 de julio, y más aún estando en Pau, en el Tour caluroso al pie de los Pirineos solo debería hablarse de Fede, de San Federico Bahamontes, que cumple 88 años y para celebrarlo se ha levantado a las ocho de la mañana, se ha ido a su casa de campo en Toledo y ha pasado el tiempo trabajando en el jardín hasta la hora de la comida, la siesta y el Tour, que le aburre soberanamente. “¡Falta alguien que dé guerra!”, se queja por teléfono Federico, el ciclista que nació guerrero y rey de la montaña, y así morirá, con la palabra Tourmalet quizás en los labios, y si no en los suyos en los de quienes saluden su vida. “Las etapas de montaña que ha habido hasta ahora han sido de vergüenza. Veo que me siguen echando de menos. Nadie atacó nunca como yo”.

Todos los que han sido contrarrelojistas tomaban veneno, porque si no, no podían mover esos desarrollos"

Truena Federico. El seis veces rey de la montaña del Tour y ganador de la general en 1959 no aguanta la trampa ni los tramposos. Sospecha aún de la química venenosa que acabó jóvenes con algunos de sus contemporáneos, y que hace que su viejo rival Raymond Poulidor esté hinchado y, a los 80 años, parezca “una bombona de butano”. “Todos los que han sido contrarrelojistas tomaban veneno, porque si no, no podían mover esos desarrollos, yo nunca he podido pasar en el llano del 54/14”, dice, siempre lúcido, Federico. “Y estoy sano como los árboles a los que se ha cuidado. Las malas hierbas hay que arrancarlas con azadón, no con pesticidas químicos”. Y también sospecha de que se usan motores para subir, porque si no, no entendería lo que ve, y se fía más de su mirada que de las cámaras térmicas de ultraalta definición que usa el Tour.

“Piel de gallina”

En Pau, la ciudad de la que parten siempre las grandes etapas pirenaicas, Federico es también el viejo hotel Continental y sus olores a linimento y mentol, que ya no es lo que era. Los ciclistas van ahora al Mercure, y su solo recuerdo hace que a Michael Rasmussen, periodista en el Tour, se le ponga la piel de gallina. “Mira”, dice el exciclista danés, y enseña su brazo derecho, blanquito y los pelos rubios y rojos erizados. “Es el pasado, pero sigue ahí. Me echaron del ciclismo y no he podido volver. Solo siguen los que se integran y, aunque hablen de renovación, todo sigue igual”. Una noche de julio de 2007, Rasmussen debió abandonar el Tour vestido de amarillo por la puerta de la cocina del Mercure, expulsado por su equipo después de ser acusado de dopaje. “Yo hice lo que había que hacer para ganar el Tour, lo que me pidió el equipo Rabobank, que lo sabía todo. Pero los dirigentes del banco se asustaron, el Tour les presionó y acabaron conmigo. Me abandonaron y estuve muy cerquita de acabar como Pantani, abandonado”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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