_
_
_
_
_

Una Eurocopa sin huella

Cristiano lleva a Portugal a la final y sus compañeros ganan por él un torneo que decidió antes el azar que el buen juego. La voluntad estuvo por encima del estilo

Cristiano Ronaldo celebra la Eurocopa en las calles de Lisboa.
Cristiano Ronaldo celebra la Eurocopa en las calles de Lisboa. Carlos Rodrigues (Getty Images)

La Eurocopa de Francia no pasará a la historia por la trascendencia del juego. Apenas pinceladas, anécdotas. No dejará huella, por mucho que la victoria de Portugal sea histórica. Donde Eusebio, Coluna o Chalana maravillaron y perdieron, abrieron la puerta de la gloria futbolistas de perfil tan bajo como Fonte, João Mário o el mismo Éder, despechado por el Swansea apenas hace unos meses. El torneo deja momentos y goles, y a un campeón merecido, sin duda, que llegó a la final a trompicones y la ganó porque se sobrepuso a la desgracia de perder a su máximo referente, a su capitán, al hombre que le rescató por el camino, porque sin los goles de Cristiano Ronaldo, Portugal no sería hoy una fiesta. El fútbol, seguramente, le debía este título al delantero; sus compañeros ganaron por él, como tantos partidos él ganó por ellos.

Más allá de cualquier consideración, Portugal ganó un torneo lleno de despropósitos, que empezó a puñetazos y terminó con Francia llorando otra vez. El domingo, en Saint-Denis, mereció la derrota, producto de la racanería de su juego, en el que Umtiti, el central, jugó más el balón que Griezmann, su goleador. En la propia sinrazón del torneo ni siquiera será la canción oficial, This One’s For You, compuesta por David Guetta, la tonadilla más recordada; a cualquiera que haya seguido el torneo lo acompañará por siempre una banda sonora ridícula, la que honra a un futbolista de Irlanda del Norte, un tal William Griggs, delantero del Wigan, que no disputó un minuto en la competición. Ese es el legado que deja a la historia el ridículo poso de esta Eurocopa.

Portugal ganó un torneo lleno de despropósitos, que empezó a puñetazos y terminó con Francia llorando otra vez

En comparación con las dos anteriores, el juego del campeón, Portugal, no lega nada: apenas un impresionante testarazo de Cristiano, una foto de sus calzoncillos al lamentarse de un fallo en un penalti y sus lágrimas en la final al tener que abandonar el campo lesionado —sufrió un esguince del ligamento de la rodilla, que trastoca su calendario de pretemporada con el Madrid y pone en duda su participación en el partido de Supercopa de Europa contra el Sevilla, el 9 de agosto— a los 25 minutos del duelo ante Francia, que le humanizan y le despojan de su habitual arrogancia.

El gol de los portugueses, firmado por Éder, un jugador que en el mercado de invierno abandonó el Swansea para buscar cobijo en el Lille, otro equipo de segunda fila, este de una Liga aún peor, son un símbolo de la mediocridad del torneo, que devuelve al fútbol al 2004, cuando Grecia se convirtió en Lisboa en el mejor equipo del continente —es un decir— con un juego miserable o incluso antes, a 1992 en Suecia, el año que Dinamarca triunfó desde la casualidad: sus jugadores fueron reclutados en vacaciones porque la guerra de los Balcanes impidió que Yugoslavia participar.

En comparación a las que ganó España,  el juego del campeón, Portugal, no lega nada

De hecho, la singladura de Portugal, que jugó mejor cuando perdió y tuvo que cambiar de sistema, que estuvo dos veces eliminada y se deshizo de Polonia en los penaltis, que necesitó tres prórrogas para ganar el título, levantó la copa por ganas antes que por juego. Pero la historia recuerda a los campeones, aunque no dejen juego. Que le pregunten a Italia en el Mundial de España’82 o en el Mundial de Alemania 2006: también fueron los mejores.

En una Euro que no dejará huella por el fútbol, con tantas prorrogas como en Inglaterra’96, cinco, lo mejor casi siempre, peleas al margen, estuvo en la grada. A diferencia de las dos últimas, cuando ganó España marcando estilo, haciendo bueno el gusto por el control del balón, por el pase y la combinación, mandó el azar de los penaltis como nunca. España volvió a casa en octavos y al cierre del campeonato, fue la selección que mejor se pasó el balón. No le sirvió de nada. Más allá de la música del juego, quedará la canción infantil de los polacos a los norirlandeses —“sois un pepino verde, muy verde”— por las calles de Niza o la nana de los paisanos del sur en un metro a un bebé. Y por encima de todo, el canto a Willy Griggs. Total, ¿para qué?: Portugal demostró que, con poco y suerte, se puede ser el mejor. De hecho, hay quien piensa, como Guardiola, que lo más divertido del torneo han sido los vídeos de Cantona sentado en un sofá.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_