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Un viento de locura guía a Froome

El líder inglés ataca a rueda del inagotable Sagan en los últimos kilómetros llanos y aumenta en 12s su ventaja

Carlos Arribas
Sagan celebra la victoria.
Sagan celebra la victoria.YOAN VALAT (EFE)

En Montpellier, en el sur mediterráneo de Francia, colombianos felices, roncos y desafinados al pie del autobús le cantan a Nairo chillando una canción guerrera, su himno: “¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal! En surcos de dolores el bien germina ya…”. No se la cantan al campeón sino al superviviente del día más temido que les anuncia mañanas nuevos, batallas victoriosas. “Estoy vivo”, dice Nairo, que ha perdido 12s en un nuevo golpe de efecto del Chris Froome feliz cuando se vuelve y no lo ve al colombiano serio en su chepa tranquilo, esperando. Y suspira.

 El campeón es Froome, el gigante de amarillo que con un desarrollo desmesurado y un instinto ofensivo agudísimo ha vuelto a atacar donde nadie le esperaba, en una recta de tramontana y de Sagan, el dueño del Tour. Froome no mide, actúa por instinto, por un ¿por qué no aquí? que recuerda a Merckx o a Hinault. ¿Por qué no cuesta abajo? ¿Por qué no en llano, a 12 kilómetros de la meta un día de nervios y de estrés, un día de viento de locura en el que todos reclaman asustados cordura?

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Qué miedo hemos pasado, dicen cruzada la meta los del Movistar, que cuentan que atravesando tanto pueblo peligroso hasta la coronilla de aficionados, y el viento, la tramontana y el mistral, soplando de tres cuartos culo, el que más nerviosos les pone, han pasado momentos de peligro verdadero, y apenas han podido comer o beber y culpan al Tour por su afán de buscar espectáculo.

“¡Cómo me he divertido! ¡Ha sido una etapa magnífica!”, exclama Matteo Tosatto, y la sonrisa aún no se ha borrado de su cara aún minutos después. El fiel compañero del Tinkoff cuenta que han estado toda la etapa intentando crear abanicos para cortar a los rivales, y que todo ese tiempo Froome ha permanecido atento a la rueda verde de su Sagan, el maestro del pelotón, el ciclista que hace que las cosas pasen. Han intentado los del Tinkoff y los del Sky a veces a su lado, meter cuneta por la derecha de la carretera, el lado más protegido, para que todos los que les siguieran estuvieran expuestos al viento y se agitaran y se quedaran detrás de ellos, en fila como la cola de un cometa que se va desintegrando inexorable. No lo consiguieron durante 150 de los 162 kilómetros de la etapa, pero si se empeña Sagan, San Pedro Sagan señor de los vientos y de las nubes y de todos los colores de la tierra y del pelotón, no hay fuerza en la naturaleza que le frene.

Faltan 12 kilómetros por las carreteras departamentales flanqueadas de plátanos agitados y Fabian Cancellara ha querido mostrar su genio y ha enseñado su debilidad. El pelotón está parado. El viento sigue soplando. Es el momento ideal para un contragolpe. De la garganta del grupo surgen un grito y una figura verde tremenda, con un compañero polaco, Bodnar, a su rueda. La confusión se aclara, y aparece unos metros después la figura de Froome, empeñado en el pedaleo de aquel para el que no hay día siguiente, y a su rueda lleva a su amigo Geraint Thomas, el galés. En pocos metros ganan segundos sobre un grupo en el que Nairo se ha quedado sin gregarios detrás de Cancellara y en el que los equipos de sprinters intentan reagruparse para organizar la caza. Cuando Sagan, grande, se vuelve, y ve el maillot amarillo a su rueda, casi no se lo puede creer. Se siente feliz y se ríe. Y redobla sus pedaladas. Los cuatro se sienten los elegidos del Tour. Los dos de color, sus ayudantes. Llegan con solo 6s. Sagan, primero; Froome, detrás. Como si hubieran llegado con uno. Han llegado por delante.

A Nairo le da fuerza el sentir que Froome no podrá con él este año en la montaña, la duda que atormenta al inglés, obsesionado. Froome ha atacado subiendo y no ha podido con él. Para Froome, Nairo es un misterio oculto en su inacción voluntaria.

La fuerza del inglés, lo que él llamaría su poder, es su capacidad para sentirse grande, intimidador. Hace lo que cualquier día, hace décadas. hubieran hecho Merckx y se siente Merckx, o se siente Hinault, agresivo, imprevisible, superior a todos. Froome, como aquellos, ataca sencillamente porque puede atacar, sin cálculo, sin pensar en cuánto podía ganar y cuánto trabajo le iba a costar, o qué arriesgaba si le salía mal. Saca, pasadas 11 etapas y faltando las más duras, solo 45s (16s de bonificación, 29s reales) a Nairo. Para él, valen lo mismo 45s que 45m que, como diría Anquetil, el maestro del cálculo y también poseedor de un sentido único de la grandeza, solo 1s de ventaja. Con estar de amarillo, a Froome, le vale para sentirse por encima de todos. Y un viento de locura, su aliado, sopla en el Ventoux, en las laderas donde Nairo, buscará, al fin, “a libertad sublime”, que incansables le repiten gritando a su héroe los que le chillan su himno y su bandera.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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