_
_
_
_
_

De puristas e hipoxia

Los alpinistas Iñurrategi, Vallejo y Zabalza buscan firmar la segunda repetición de la ruta francesa al Gasherbrum II (8.035 m)

Vallejo e Iñurrategi en la ariste oeste del Gasherbrum I durante su aclimatación.
Vallejo e Iñurrategi en la ariste oeste del Gasherbrum I durante su aclimatación.MIKEL ZABALZA
Más información
Una avalancha de nieve se lleva a cuatro alpinistas en el nevado de Huascarán en Perú
Edurne Pasaban: “Hay momentos en los que me pregunto si merece la pena un sacrificio tan grande”
Nil Bohigas, en la cima de la perfección

Un guiño del azar propició la elegante y muy atrevida conquista del Gasherbrum II (8.035 m), en 1956, a cargo de un equipo austriaco. Enfrentadas a moles de nieve, roca y hielo desconocidas, las expediciones de la época jugaban la baza del asedio: ganar metros a la montaña a base de acarrear ladera arriba tiendas, víveres, oxígeno artificial, y una ingente cantidad de material fijando kilómetros de cuerda para poder huir en caso de necesidad. Cuando una avalancha monstruosa se tragó la práctica totalidad de sus enseres, la expedición austriaca se jugó sus escasas bazas a la desesperada. Lograron montar un campo de altura a 7.150 metros y desde ahí, salieron hacia la cumbre Fritz Moravec, Sepp Larch y Hans Willenpart dispuestos a vivaquear donde pudiesen. Lo nunca visto. Su atrevimiento tuvo el premio de la cima: habían escrito las bases del estilo alpino en el Himalaya, pero la cordillera aún tardaría casi tres décadas en ganar adeptos.

Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza (WOP-Basque Team) se cuentan entre el reducido grupo de puristas que entienden que hoy en día el alpinismo en las cotas más elevadas, las de la hipoxia severa, se puede vivir a otro ritmo, el del estilo alpino, la ligereza, el compromiso, la resistencia y la astucia. Y aunque está siendo un verano atroz en el Karakoram de Pakistán y la nieve, que no deja de acumularse, convierte la montaña en un inestable flan, han sabido encontrar un reto que les permita no traicionarse: la ruta francesa de 1975.

Entre 1956 y 1975 nadie volvió a pisar la cima del Gasherbrum II, hasta que un estupendo grupo de alpinistas franceses entendió que podía hacer historia a su manera. Entonces, se plantaron en la cima Marc Batard y Yannick Seigneur, recorriendo una arista que discurre a la derecha del itinerario austriaco. Al día siguiente, Louis Audoubert se quedó a escasos 50 metros del punto más alto, pero fue desalojado por la borrasca que se avecinaba. Al regresar al último campo de altura, donde le esperaba su amigo Bernard Villaret, ambos permanecieron un día encerrados en la tienda, sacudidos por la tormenta. Audoubert inició el descenso al día siguiente, pero Villaret decidió aguardar. El mal tiempo duró 8 días y nunca se encontró su cuerpo.

Pluma reciclada y comida con estrellas Michelin

El estilo alpino obliga a recortar gramos en la mochila. “Espero engañar a Vallejo para que me lleve peso sin saberlo”, bromea Iñurrategi poco después de pesar el equipo que portará camino de la cima. La comida suele pasar por la ventana: los efectos de la altura acaban con el apetito, revuelven el estómago. “Yo, en altura, apenas como: bebo Coca-Cola”, sorprende Vallejo. De tipo asceta, Iñurrategi y Zabalza comen poco, y tratan de hidratarse al máximo. Pero la escasa comida que porten en sus mochilas camino de su empresa será de calidad: ha sido elaborada por el cocinero Eneko Atxa, tres estrellas Michelin y Premio Nacional de Gastronomía. No pesará más de un kilo por mochila.

En el estilo alpino brilla una regla: velocidad es seguridad, y para correr es preciso poder moverse con ligereza. El equilibrio entre los rigores del medio y la necesidad de avanzar no es nada evidente. El fabricante vasco Ternua ha elaborado un buzo de altura en dos piezas, con un relleno de pluma reciclada, que se obtiene principalmente en los países de la Europa del este. El buzo, sumamente ligero para los cánones habituales, pesa 1.300 gramos y ha sido fabricado de manera artesanal con tejidos de alta tecnología como el Pertex y relleno de pluma reciclada Neokdun hidrófuga. Con todo, el trío estima que entre lo puesto y lo que contenga sus mochilas, acarrearán unos 18 kilos de peso por cabeza…

Audoubert era sacerdote, una persona jovial que concedía un valor descomunal a la amistad: “La montaña, para mí, es hacer que otros disfruten de la montaña, de la vida en cordada, de los amigos”, explica. Pero ese mismo año de 1975, dejó su lugar en la iglesia para casarse. Sus compañeros de escalada le llamaban el Cuervo y “no entiendo por qué, ya que ¡nunca llevé sotana!”, se carcajea. Uno de sus grandes amigos era Yannick Seigneur, con el que había abierto en 1974 la Directa de la amistad a la punta Whymper de las Grandes Jorasses, en los Alpes, un itinerario que apenas cuenta repeticiones. Seigneur dudó seriamente entre vivir de su oficio de ingeniero o del de guía de montaña. Escogió lo segundo y se convirtió en un icono de su época, el hombre que se merendó la zona compleja del Pilar Oeste del Makalu, hasta que se lo llevó un cáncer a la edad de 60 años. “Se me han ido 40 amigos con los que un día escalé o fueron íntimos”, suspira Audoubert. Marc Batard, por su parte, era un personaje explosivo que vivió mucho tiempo atormentado por los abusos sexuales del que fue objeto en su niñez y que confesó (también su homosexualidad), en un libro impactante: Huida de las cimas. Batard tenía 23 años cuando conquistó el Gasherbrum II y se haría famoso en 1988 al firmar la primera ascensión al Everest por la cara sur en menos de 24 horas. Con 43 años, abandonó para siempre la montaña para dedicarse a la pintura.

Los franceses de 1975 no usaron oxígeno artificial, ni porteadores de altura y solo establecieron dos campos de altura, aunque fijaron 1.500 metros de cuerda fija. En 2008, los eslovacos Dodo Kopold y Viano Plulik se convirtieron en la primera cordada en repetir la ruta francesa, en estilo alpino, gesto que sirvió, de paso, para rescatar del olvido la gran gesta francesa.

El reto de Iñurrategi, Vallejo y Zabalza pasa por imitar a estos últimos y escalar la misma ruta con lo puesto, es decir sin cuerdas fijas ni nada que no entre en sus mochilas. “La moral está muy alta… pero el tiempo es preocupante”, señalaba ayer Alberto Iñurrategi desde el campo base. “Necesitamos cuatro días para subir y bajar… el terreno no es muy técnico pero lleva días nevando… veremos”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_