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La aventura de la antorcha olímpica

Desde que la llama llegó a Brasil, a principios de mayo, ha sido objeto de sabotajes, accidentes y mofas

Tom C. Avendaño
Agentes de seguridad vigilan la antorcha.
Agentes de seguridad vigilan la antorcha.R. CASSIO (REUTERS)

La llama de la antorcha olímpica está diseñada para resistir viento, lluvia, golpes y accidentes, pero el pasado miércoles no aguantó una turba de brasileños indignados. Al pasar por Angra dos Reis, un municipio turístico al sur del Estado de Río de Janeiro, la antorcha fue interceptada con violencia por una multitud de profesores de escuelas públicas, contrarios a que los Juegos Olímpicos se celebren en un Estado que atrasa, por norma, el pago de sus salarios. Para cuando la policía logró disolver la manifestación la llama olímpica se había extinguido.

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No fue el único incidente que ha vivido la antorcha olímpica desde que llegó al país el pasado 3 de mayo. Ni siquiera fue la primera vez que se ha intentado apagar su fuego antes de que llegue a Río de Janeiro el 4 de agosto, para inaugurar los Juegos Olímpicos. En su recorrido por 327 ciudades del país, pensado para infundir espíritu olímpico, esta llama ha pasado por tantas caídas, tantos amagos de sabotaje y tantas bromas que su papel como símbolo olímpico parece quedarse pequeño. Si hoy esta maltrecha antorcha representa algo es la complicada relación —de alegría, inseguridad, rechazo, vergüenza y esperanza— del pueblo brasileño con sus Juegos.

Rousseff, apartada

La historia empezó a prender la semana del 21 de abril, con la tradicional ceremonia de encendido de la antorcha en Olimpia (Grecia) y la vuelta apresurada, a mitad de camino, del alcalde de Río, Eduardo de Paes, tras desplomarse un trecho de un carril bici recién inaugurado. Dos personas habían muerto. Quedaba en entredicho la seguridad del resto de obras de los Juegos. Cuando la llama llegó a Brasil, el 3 de mayo, la presidenta Dilma Rousseff la recibió en uno de sus últimos minutos de gloria, días antes de ser apartada del poder al iniciarse su proceso de destitución.

En esta convulsión política, a añadir a una crisis económica, la antorcha empezó a recorrer el país. En Manaos (capital del Amazonas) fue recibida por el primer Batallón de Infantería de la Selva y su mascota, un jaguar llamado Juma. Ahí tuvo su episodio más sangriento: cuando Juma se acercó demasiado a un soldado, fue abatida a tiros. El recorrido ha congregado también a usuarios de Facebook que empezaron a movilizarse para apagar la antorcha en señal de protesta. En YouTube empezaron a verse vídeos en los que los vecinos intentan apagar la llama con extintores o con cubos de agua. Otros intentan robarla. Pero los más populares han sido aquellos que apelan a la brasileña característica de reírse antes las desgracias propias. Hay en la Red un montón de corredores portando la llama y dándose de bruces contra el suelo. Una de las accidentadas fue Luiza Helena Trajano, dueña de los grandes almacenes Luiza (algo parecido a El Corte Inglés). Ella respondió a su batacazo con una campaña publicitaria en sus tiendas, titulada “Ahora lo que caen son los precios”.

Ningún vídeo ha calado tanto como aquel en el que un policía militar en moto atropella sin querer a uno de los guardias municipales que escoltaban la antorcha. Parte de la comitiva cae al suelo en una aparatosa escena y entonces, un hombre irrumpe con ademán heroico y, en otro gesto brasileño, se hace un selfie.

Esto en sí no es nuevo. Ya en Londres 2012 unos niños intentaron robar la antorcha olímpica. En Pekín 2008 ya se había usado un extintor. Lo que diferencia a esta llama es la cantidad de accidentes y, por ende, su capacidad para sobreponerse. Tal vez esto la haga un poco brasileña. Tal vez por eso llevó a los guardias municipales que custodiaban la llama en su paso por Caruaru (Pernambuco) a cantar emocionados una canción típica del folclore brasileño: “Mi vida es andar por este país para ver si un día descanso feliz guardando los recuerdos de las tierras por las que pasé”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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