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Nadal sonríe, Phelps se emociona y los palo-selfie

España, junto a Italia, fue la más desatada en el desfile; los brasileños se acordaron del 7-1 del Mineirão y pitaron a los alemanes

Eleonora Giovio
Rafa Nadal encabeza la animada delegación española.
Rafa Nadal encabeza la animada delegación española. David Goldman (AP)

Cuando se abrieron las puertas de Maracaná brillaba el sol: el estadio vacío, era un juego de luces y sombras. Fue atardeciendo (el sol en Río se pone sobre las 17.30) mientras los policías empezaban a subir por la rampa de acceso, presidida por los anillos olímpicos. Había colas para hacerse una foto con el símbolo de los Juegos. Los organizadores, mientras, amenizaron la espera con imágenes de los mejores momentos olímpicos y de los últimos Juegos a través de los videomarcadores. La ovación más grande, sin embargo, se la llevó una pareja de homosexuales durante la kiss-cam: su beso fue aplaudido por todo el estadio.

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Hasta que empezó la cuenta atrás. Tres minutos, dos minutos, un minuto. El público empezó a aplaudir cuando faltaban diez segundos. En un estadio tan bonito como Maracaná es imposible que algo salga mal. Los fuegos artificiales, las luces, la música. Fue una ceremonia que hizo danzar al público. Era lo que buscaban los creadores. Consiguieron que incluso los que llevaran traje y corbata se levantaran de sus asientos a bailar.

Lo que levantaron los españoles fueron los sombreros. La delegación encabezada por Rafa Nadal fue la más ruidosa junto a la italiana. Saltos, gritos, besos a cámara. No había manera de desfilar ordenados. El tenista lució, posiblemente, la sonrisa más grande de la ceremonia. Decía el miércoles que no iba a estar nervioso porque ya había desfilado en Pekín 2008. Pero en China no era el abanderado. Anoche en Río se le vio con una mezcla de orgullo, nervios y alegría. Como la de Federica Pellegrini, plusmarquista mundial de los 200 libre y abanderada de Italia el día de su 28 cumpleaños. Los de Río son sus cuartos Juegos.

Michael Phelps, durante la ceremonia.
Michael Phelps, durante la ceremonia.STOYAN NENOV (REUTERS)

Más emocionado se vio a Michael Phelps. Lideraba una expedición, la americana, tan grande que ocupó todo el estadio. El nadador de Baltimore (22 medallas olímpicas, 18 de oro) paseó por Maracaná muy junto a sus compañeros, como si la timidez le impidiera ponerse por delante. El secretario de estado John Kerry le hacía fotos desde la grada. El color lo pusieron los trajes de Burundi, Burkina Faso, Camerún, Costa de Marfil, Yibuti, Honduras, Haití, Indonesia…No faltaron, por supuesto, los palos de selfie y las imágenes curiosas como la de la delegación irlandesa calentando a ritmo de salsa antes del desfile. 

Hubo más ovaciones (a Cuba, Palestina, Portugal, al abanderado de Tonga, el taekwondista Pita Nikolas que desfiló con el torso desnudo y, sobre todo, a los refugiados) que pitos. No se escucharon grandes silbidos para la delegación rusa –por el informe McLaren y el dopaje de estado-, pero sí para la alemana. Los brasileños no han olvidado el 7-1 que sufrieron en el Mineirão en la semifinal del Mundial de 2014.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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