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Bajo la ley Klopp

El Liverpool, que hoy se bate con el Barça, se reanima con el técnico alemán y sus mandamientos

Jordi Quixano
Klopp, en un duelo de esta pretemporada.
Klopp, en un duelo de esta pretemporada. Lachlan Cunningham (AFP)

En una de sus primeras charlas al vestuario del Liverpool, Jürgen Klopp fue de lo más explícito. “Hay que hacer las cosas de una manera y esa es mi manera. Tenéis que escuchar lo que digo, es muy importante. Y no es una propuesta, es la ley”, expuso con contundencia. Horas más tarde, se explayó ante los medios de comunicación: “Si tienes el balón, hay que ser creativo, pero hay que estar preparado por si se pierde para evitar la contra. No es una propuesta, es la ley”. Son los mandamientos del técnico alemán, que se hizo un nombre en el Mainz, se ganó la aureola de grande en el Borussia Dortmund y persigue el éxito definitivo en una Premier que, como le señaló a Pep Guardiola —otrora rival en el Bayern y ahora en el Manchester City—, “es el mayor desafío de todos”. Antes del pistoletazo de salida inglés, sin embargo, cierra la International Cup con el Barcelona (18.15 h. TV3/La Sexta) en el estadio de Wembley.

“Mis jugadores no podrán tocar el letrero de 'This is Anfield' hasta que ganen algo”, reveló; “es una señal de respeto”

Klopp llegó a Anfield en un momento de depresión después de que Brendan Rodgers tratara de demostrar que el futbolista inglés también sabía jugar por abajo, que tenía pie para la mezcla y el juego de posición. Lo logró durante un año y medio porque en su segunda temporada se quedó subcampeón contra pronóstico, impulsado por los goles de Luis Suárez. Pero su idea se difuminó al curso siguiente porque los intérpretes que fichó no casaban con su filosofía y la afición perdió la fe en el técnico de Irlanda del Norte. Pero sí se entregó a Klopp, seductor de multitudes por su carisma, populista e imán para las masas por su efusividad ante los micros y durante los encuentros. También un entrenador que domina como pocos el registro del contragolpe. “Manejó el final de la temporada pasada perfectamente, con equilibrio. Creo que es el hombre indicado y que su manera es la correcta”, dijo Roy Evans, que estuvo 34 años en el club como entrenador del filial, ayudante del primer equipo y finalmente técnico de 1993 a 1998. Es el último legado del Boot Room —cuartucho de la antigua ciudad deportiva donde se reunía Bill Shankly con sus preparadores para hablar del equipo y del fútbol, siempre rodeados de whisky y un fuerte olor a linimento—, una voz crítica desde hace tiempo por la mala gestión deportiva (la última Premier se logró hace 26 años) que sí le dio su confianza a Benítez antes de conquistar la Champions en 2005 como ahora se la transmite a Klopp. “Aunque esperamos que pueda conseguir un trofeo este año”, apostilló Evans.

Ganar un laurel, precisamente, es una de las imposiciones de Klopp para que el vestuario recupere uno de sus más ancestrales rituales: tocar el letrero de This is Anfield que cuelga en el túnel de vestuarios antes de pisar el césped. “Mis jugadores no lo podrán tocar hasta que ganen algo”, reveló; “es una señal de respeto”. Y a punto estuvieron de alzar la Copa de la Liga y la UEFA en el ejercicio anterior, apeados por el Manchester City y el Sevilla en el partido definitivo para agrandar esa leyenda de que el técnico alemán tiene el gafe a sus espaldas, toda vez que con anterioridad perdió dos finales de la copa alemana y otra de la Champions. Aunque en su currículo pone también que venció una copa y dos Supercopas alemanas, además de ascender al Mainz y llevarlo a la UEFA tras una preparación de pretemporada espartana. Resulta que llevó al equipo a un pueblo de Suecia que no tenía electricidad ni nada, donde los jugadores debían aprender a sobrevivir. “Nunca nos van a regalar nada”, contestó cuando le preguntaron al respecto. Y tiene claro que tampoco lo van a hacer en esta Premier, que acumula quilates, millones y talento.

Una de sus condiciones para ir al Liverpool fue que tuviera pleno poder en los fichajes

79,9 millones en fichajes

No cuenta el Liverpool, sin embargo, con jugadores universales —aunque sí notables como Klyne, Milner, Coutinho, Lallana, Benteke, Firmino u Origi—, pero durante este verano ha invertido 79,9 millones (41,2 en Mané; 27,5 en Wijnaldum; 6,2 en Karius; y cinco en Klavan además de Manninger y Matip, que llegaron libres). Un gasto que les acerca a clubes con mayor potencial económico, que no histórico, como el Chelsea, Arsenal o los dos equipos de Manchester; un gasto posible por la repercusión económica que tendrán los 8.500 nuevos asientos de Anfield que se inaugurarán en las próximas semanas; y un gasto que ha dirigido Klopp porque ese fue otro de sus mandatos para fichar. Concesión posible porque ya no estaba el director deportivo Damien Comolly, que junto a cuatro personas del club tomaban las decisiones de los fichajes de 2010 a 2012 y que condicionó a los equipos de Hodgson, Dalglish y Rodgers en sus inicios.

Una de las primeras medidas del manager alemán fue reducir la nómina de jugadores del primer equipo, dado que el año pasado se utilizaron 39 jugadores en 63 partidos. Y Klopp prefiere contar con 22 o 23. Pero siempre bajo su ley: “Prefiero tener 11 futbolistas que hagan la misma cosa mal que todos haciendo lo que quieran”.

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