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En los Juegos, Nadal es un niño

El tenista regresa a los Juegos y vence, un día en el que la selección de baloncesto comienza a hacer sufrir a la afición

Carlos Arribas
Rafa Nadal, en acción, este domingo ante Delbonis.
Rafa Nadal, en acción, este domingo ante Delbonis.FERNANDO BIZERRA JR (EFE)

Sopló el viento sur en Río, el viento olímpico, y se llevó las pistas de tenis y volvió locas a algunas, a la nepalesa de 13 años Gaurika Singh, una competidora nacida en el siglo XXI, que con sus uñas descuidadas y nerviosas rasgó su traje de baño antes de lanzarse a la piscina, y sufrió hasta que logró cambiarse, o a la judoca de Kosovo Majlinda Kelmendi, que llevó en la inauguración la bandera del país nuevo nacido del sufrimiento en la inauguración, seis estrellas blancas de cinco puntas sobre fondo azul y el mapa de su territorio, y el domingo por la tarde la volvió a llevar, ahora como un chal, después de ganar la medalla de oro cargada de símbolos, Kosovo, el 100º país que alcanza un oro.

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Son las historias olímpicas que encantan y conmueven, las que generan adicción y hacen que en todos los países del mundo personas alérgicas toda su vida al deporte trasnochen y pierdan el sueño pegados a sus pantallas analizando y discerniendo, y pontificando, sobre competiciones de las que cinco minutos antes ni sabían que existían. Olvidan los miedos, las preocupaciones, y se sienten en una nube, como se sienten contemplando una obra de arte en un museo, quizás. Son las historias de personas desconocidas, aparentemente normales, capaces de acciones extraordinarias. Personas como Rafa Nadal, una roca a la que ni el viento sur, ni maderos voladores chocando duros contra el sueño en la pista, no muy lejos de su cabeza, inquietan más allá de un ligero temblor.

Si son extraordinarias las historias de Singh, que, pese a todo, y después de comunicarse con su entrenador lejano con whatsapps, supo reaccionar y hasta ganar su serie de 100 metros espalda, y contar después que cuando peor lo había pasado no fue cuando rasgó su bañador, sino cuando sobrevivió al terremoto de Katmandú acurrucada debajo de una mesa, o de Kelmendi, gran propagandista del derecho a vivir en paz cada uno en su tierra, la de Nadal no tiene menor valor a la hora de hacer publicidad de los Juegos.

Para el tenis, hasta hace nada, los anillos olímpicos eran un mundo ancho y muy ajeno, que escribiría Ciro Alegría. Los Juegos, una competición a la que le invitaron a partir de Seúl 88 y en la que nada creían que tenían que decir. Nada que ver con Wimbledon o Roland Garros. Un torneo de dimensiones reducidas en pistas provisionales, sin glamour ni riqueza. Como para Indurain hace 20 años, cuando el navarro fue capaz de comprometerse con la idea olímpica acudiendo a Atlanta después de perder dolorosamente el que debería haber sido su sexto Tour, y ganó el oro, para Nadal, los Juegos son una fantasía que le persigue desde niño, un ideal, su ilusión y sus Reyes Magos. Por eso, pese a que el tenis es el último deporte que puede reclamar su carácter olímpico, el que muchos reservan a los deportes minoritarios que no existen más que un día cada cuatro años, Nadal, pese a todo, es el deportista español que mejor representa la cuestión olímpica. Nadal es un niño en Río, que juega los individuales con la muñeca medio rota, y gana, y se apunta al dobles, y también gana junto a su compañero Marc López, y también al mixto. Siente la necesidad de estar en todas partes, de llevar la bandera orgulloso también, y encuentra la energía del entusiasmo que le llena.

Majlinda Kelmendi, primer oro en la historia de Kosovo.
Majlinda Kelmendi, primer oro en la historia de Kosovo.ADREES LATIF (REUTERS)

La energía, la fuerza puramente física, plena, es, hecha gimnasta, Simone Biles, la norteamericana que ha convertido al músculo, a los cuádriceps de piedra e inmensos, y a su fuerza explosiva en la guía de la gimnasia femenina, a la que ha sacado del reino de las muñecas delicadas y graciosas con sus saltos de dinamita. Biles comenzó el domingo su maratón de reina de las pantallas, de reina de los Juegos.

El día siguiente de su bronce en los 400m estilos, la piscina se le hizo inmensa a Mireia Belmonte, agotada aún, sin tiempo para descansar apenas por las incomodidades de la vida en la villa, incapaz de alcanzar la final de los 400m libre, distancia en la que no podía aspirar a medalla. Su batalla son los 200m mariposa. Y la batalla de la España de baloncesto, que se quedó sin fuerzas en los últimos minutos y perdió con Croacia en su estreno, es evitar a Estados Unidos en el cruce de cuartos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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