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Un atletismo sin llama en un campo de fútbol

Unos Juegos más, Usain Bolt acude al rescate de un deporte abatido y meditabundo por las continuas crisis que atraviesa

Carlos Arribas
Usain Bolt en Río de Janeiro.
Usain Bolt en Río de Janeiro.NACHO DOCE (REUTERS)

Usain Bolt será consagrado probablemente como el mejor atleta olímpico de la historia en un estadio sin llama. La competición del atletismo, el deporte que constituye, con la natación y la gimnasia, el núcleo duro de los Juegos, se celebrará en un campo de fútbol con pista denominado Joao Havelange, en honor al expresidente de la FIFA, o Nilton Santos, gran futbolista brasileño, cuando juega el Botafogo, el equipo que lo alquila, o Engenhao, por el barrio en el que está situado, lejos del ruido olímpico. El pebetero con la llama arde en Maracaná, a unos kilómetros. El Parque Olímpico, el ruido de los Juegos, y la Villa Olímpica, adyacente, estás a unos cuantos kilómetros más.

Bruno Hortelano, un velocista español, en el duelo olímpico

España acude a Río con las esperanzas de las últimas veces y con algunas novedades. Estarán los marchadores, y no solo López. El joven Álvaro Martín, que a los 22 años disputa ya sus segundos Juegos, y el viejo Chuso García Bragado, rompiendo récords: 46 años y siete Juegos por 50 kilómetros cada uno. A Martín se le verá hoy en los 20km y a Bragado el próximo viernes.

Estará Ruth Beitia, la saltadora de altura cántabra que tiene medallas en todo tipo de competiciones —Europeos, Mundiales, aire libre, pista cubierta—, salvo en los Juegos, en los que, a los 37 pletóricos años, participará por cuarta vez. Después de Londres, Beitia anunció su retirada hace cuatro años. No tardó en regresar. Le falta el podio olímpico para poder retirarse tranquila. A las 15.00 del jueves 18, la calificación; la final, a la 1.30 de la madrugada del domingo 21. Chaunté Lowe y Vashti Cunningham, norteamericanas, y la polaca Kamila Licwinko, las rivales

Las novedades se llaman Orlando Ortega y Bruno Hortelano, dos hombres de mucha velocidad.

Orlando Ortega debutará en los Juegos como español (ya fue finalista en Londres como cubano) y como favorito en los 110m vallas ante el jamaicano Omar McLeod y el debutante norteamericano Devon Allen, también futbolista universitario. En las madrugadas del martes 16 y el miércoles 17, las series, semifinales y final.

Lo que nadie esperaba hace un año solo se producirá seguramente, la posibilidad de que un velocista español pueda participar en una final en la que Bolt y Gatlin seguirán peleándose por la victoria. Se llama Bruno Hortelano. Es, como Bolt, un hombre del 200 antes que nada, y el martes 16 a la hora de la siesta comenzará a pelear por una final que vale más que una medalla.

La elección, fruto de la razón práctica –para qué construir un nuevo estadio que acabe como los de Londres, Pekín, Atenas o Barcelona convertido en un lujo millonario en casi desuso—no es lo mejor que le podía pasar al atletismo mundial, que llega a Río abatido y triste por las varias crisis económica, de dopaje, de identidad y de búsqueda de atractivo para los espectadores jóvenes que le tienen meditabundo. Símbolo de los tiempos, los atletas, al menos la media docena de españoles interrogados, no le dan apenas valor a la pérdida simbólica de la llama. “Nos preocupa más la incomodidad de los traslados desde la Villa al estadio, el tiempo que perderemos yendo y volviendo”, dice Kevin López, mediofondista sevillano que resume el pensamiento de sus compañeros; “venimos a competir. Es lo único que nos preocupa”. Sintomáticamente también, solo el atleta español con más ambiciones en Río, Miguel Ángel López, lamentaba la sumisión olímpica del atletismo. “¡Y encima la pista es azul! Tendría que ser obligatorio que fuera roja”, dice el marchador murciano, que acepta que quizás él sea demasiado romántico, como si el romanticismo tuviera algo que ver con la verdadera apreciación del valor añadido que el adjetivo olímpico concede a una competición, la salsa que hace de la carne un plato único. López, además, tendrá que trabajarse su oro en una pista junto a la playa de Pontal, lejos de todo también. “Al menos, las medallas de la marcha se entregan en el estadio…”

Ajeno a los símbolos, comprometido con su deporte y preocupado por sus tribulaciones, Bolt se declara presto para el rescate. “Sé que el atletismo me necesita. Aquí estoy”, dice el jamaicano que el último domingo de los Juegos cumplirá 30 años, dispuesto a compartir junto a Michael Phelps, como en 2008 y como en 2012, el póster final de Río, la imagen para el recuerdo.

Tres oros olímpicos más para Bolt (100m, 200m, 4x100m, el pack de la velocidad completo) para sumar nueve en tres Juegos, tendrían al menos tanto valor como los 21 de Phelps hasta ahora. Ningún velocista había conseguido antes de él siquiera conseguir el triple en dos Juegos; tras él, ninguno, probablemente, conseguirá nunca lograrlo tres veces. Lo puede impedir en Río Justin Gatlin, el norteamericano cuya oposición casi indesmayable dio más valor aún al Bolt de Londres. Será el duelo de los Juegos. “Cuando alguien piensa en atletismo piensa en Gatlin y en Bolt. Somos el Messi y el Cristiano del atletismo. En cualquier momento cualquiera de los dos puede llevarse el partido, o perderlo”, dice Gatlin, quien en ninguna gran final ha podido con Bolt, que se ríe de su edad, 34 años, y de sus canas. “No son canas, es sabiduría”, dice el norteamericano, ya campeón olímpico en Atenas antes de dar positivo y pasar varios años suspendido, los de la eclosión del jamaicano. “Para ganarme en los 100m”, dice Bolt, “Gatlin tendría que bajar de 9,7 segundos, lo que nunca ha hecho. “Del 200m no tiene sentido decir nada. Es mi carrera”.

La oposición de Gatlin

El Bolt-Gatlin salpimentará el estadio del Botafogo los próximos sábado, domingo, martes, miércoles, jueves y viernes. Entremedias intentarán escaparse de la sombra inmensa que proyectan los demás atletas, que no se resignan al papel de figurantes en la gran superproducción. Habrá más duelos, y tremendos: Dafne Schippers-Elaine Thompson (100m y 200m femeninos), una holandesa y una jamaicana; las vecinas Yulimar Rojas y Caterine Ibargüen, una venezolana entrenada por Iván Pedrosa y la reina colombiana del triple; Chaunté Lowe-Ruth Beitia en altura y Orlando Ortega-Devon Allen en los 110m vallas, por ejemplo.

Mo Farah querrá, como Lasse Viren en Múnich y Montreal, repetir el doble de Londres en 5.000 y 10.000m, y compartir un trozo de la fama de Bolt; Christian Taylor batir el récord de triple de Jonathan Edwards (18,29m en 1995) y Caster Semenya se acercará al de los 800m de Jarmila Kratochvilova (1m 53,28s hace 33 años) y al protagonismo de la polémica por su condición intersexual por culpa de su producción endógena de testosterona: excesiva para ser mujer, insuficiente para ser hombre. Pero su género es femenino.

Aparte de Bolt, el recordman de los 100m y los 200m, hay varios plusmarquistas mundiales más, los mejores de siempre en sus pruebas, que reclaman atención: David Rudisha, el keniano que rompió los 800m en Londres, y llega en peor forma pero con más ganas aún; el pertiguista francés Renaud Lavillenie, el marchador también francés Yohan Diniz (50km), el decatleta norteamericano Ashton Eaton, las hermanas fondistas etíopes Genzebe (1.500m) y Tirunesh (5.000m) Dibaba, la martillista polaca Anita Wlodarczyk, la jabalinista checa Barbora Spotakova y la marchadora china Liu Hong.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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