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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Vamos!

“¡Hazlo por tu familia, por España, por Dios!”, imploró el comentarista a Mireia. La vida del televidente olímpico español transcurre de sobresalto en sobresalto

Mireia Belmonte celebra la victoria en 200 metros mariposa.
Mireia Belmonte celebra la victoria en 200 metros mariposa.GABRIEL BOUYS (AFP)

Vivimos en un ¡vamos! permanente. Pruebe el lector, si no lo ha hecho ya, a sentarse una noche frente al televisor, adquiera una inocente somnolencia y prepárese para vivir un rato que es un no vivir. Porque justo cuando empiece a sentirse en la gloria verá interrumpido su placentero estado por un grito procedente de la pequeña pantalla, algo así como un “¡vamos guerreras!”. Y eso si hablamos de balonmano. Porque si de rugby se trata habrá escuchado un “¡vamos leonas!”. Y algún “¡vamos pantera!” ha podido uno oír, no recuerdo muy bien en honor a quién. Y hubo un día que el televisor estalló al grito de “¡vamos Patriarca!”, que resultó ser un boxeador. Y qué decir de ese “¡vamos Redsticks!”, que le lleva a uno a pensar que se trata de un grupo de músicos imberbes de pop, no de los chicos y chicas del hockey. No siempre es fácil trasladar al espectador la emoción que se siente en vivo en unos Juegos. Los narradores se esmeran en conseguirlo, muchas veces con éxito, aunque en ocasiones se llega al límite de lo exagerado. No tiene ese problema, por suerte o por desgracia, la comentarista de la doma clásica, que sin duda debería cobrar más.

Ya lo dijo un día Eugenio Suárez, fundador que fue de El Caso, cuando ante una prohibición del censor franquista de turno le espetó: “¿Y para esto hemos muerto un millón de hombres?”. Esta especie de plural sociativo es inherente al deporte, al menos en España. Llevamos tantas medallas, ganamos tal partido, jugamos de maravilla… Da igual la competición. El “¡vamos Rafa!”, grito universal dado que Nadal es como Pau Gasol y la Alhambra, patrimonio de la humanidad, ha resultado tan contagioso que le gritamos “¡vamos!” al primero que aparezca en la pantalla y lleve los colores españoles. Pero, cuidado, que en algunos deportes hay que andarse con ojo, pues la vestimenta de los chinos es clavadita a la nuestra y no es cuestión de celebrar con demasiada efusividad el incontestable triunfo de Qinquan Long en halterofilia.

De sobresalto en sobresalto transcurren las noches del televidente olímpico español, al que la cadena estatal privó de ver en directo la tercera final disputada por Mireia Belmonte esa chica que, con razón, nos quita el sueño. Fue en los 800 metros libres, prueba en la que quedó cuarta, extraordinario resultado que sabe a poco porque en este país cuando se gana una vez se conquista la fama y el éxito pero, también, la obligación de ganar siempre. Y eso, ganar siempre (o casi), en este mundo solo lo hacen Usain Bolt y Michael Phelps. El nadador norteamericano ha acabado su participación en Río con cinco oros y una plata, proeza que eleva el total de su colección de medallas olímpicas a 28 (23 de oro). Si Phelps fuera un país, en el medallero histórico ocuparía el puesto 39, superando, él solo, a Argentina, la República Checa o México, por ejemplo.

Pero ya no habrá más noches en las que lo que ocurra en una piscina altere nuestro sueño. Ni habrá más Phelps en unos Juegos. Queda esperar que dentro de cuatro años Mireia Belmonte siga en la élite. Y entonces, allá en Tokio, volveremos a lanzarnos al agua con ella. E imploraremos que gane para ganar nosotros. Como se lo imploró uno de los comentaristas de TVE, que en la final de los 200 metros mariposa gritó: “¡Vamos, Mireia! ¡Hazlo por tu familia, por España, por Dios!”. Uno cree, sin ánimo de polemizar, que a esa mujer se la carga con demasiada responsabilidad.

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