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Españoles con espíritu ganador

Marcus Walz, Orlando Ortega, Anna Cruz y Bruno Hortelano, protagonistas del martes

Carlos Arribas
Anna Cruz se prepara para lanzar la canasta que derrotó a Turquía.
Anna Cruz se prepara para lanzar la canasta que derrotó a Turquía.Elvira Urquijo A. (EFE)

Entre medallas, triunfos y esperanzas, una cierta idea de España y de la españolidad tomó cuerpo.

Marcus Cooper Wanz es un español nacido en Oxford que vive en Mallorca desde que tenía tres meses; Orlando Ortega es un madrileño nacido en Artemisa (Cuba) que vive en la capital desde hace tres años; Bruno Hortelano nació en Australia y vive en Nueva York, donde estudió ingeniería biomédica; Anna Cruz es una catalana que trabaja medio año en Minnesota y otro medio en Rusia. La foto de los cuatro españoles que tanto mundo conocen y su espíritu ganador natural domina la portada de lo que pasó el martes en Río.

De Oxford es la universidad y el remo en el Támesis. En los genes de Wanz, hijo de británico y alemana, primó lo segundo. En Mallorca le dio a la piragua, embarcación con más tradición en España. Cuando cumplió los 18 años decidió que sería español y con la camiseta roja ganó el oro en K-1.

Después de ganar la plata en los 110 metros vallas en los que Omar McLeod, un rayo de 22 años le dio a Jamaica su primer podio olímpico en una carrera con obstáculos, Orlando Ortega solo deseaba envolverse en la bandera de España, como si creyera que necesitaba un exceso de demostración patriótica para ser aceptado como español. La otra parte de su deuda la cubrió dando al atletismo nacional su primer podio olímpico desde 2004. Es la 13ª medalla española del deporte rey de los Juegos. La primera solo se ganó en 1980. Por primera vez en la historia olímpica no hubo ningún estadounidense en el podio de la especialidad.

Una canasta de Anna Cruz dio la victoria a España ante Montenegro en el Europeo y aseguraba la participación en el preolímpico. En los Juegos, una canasta a lo Jordan de Cruz en el último segundo ante Turquía clasificó a España para las semifinales contra Serbia. La jugadora catalana que nunca se resigna a perder juega medio año con las Minnesota Lynx, con los que ganó el anillo de la WNBA, y el otro medio en el Dinamo Kursk ruso.

Pasó el baloncesto de Cruz, pero ante la Francia que hoy espera al equipo de Gasol cayeron antes las mujeres del balonmano.

Poco tiempo más suele pasar en España Bruno Hortelano, cuyos padres trabajaban en Australia cuando él nació, y luego emigraron a Canadá y ahora viven en Kazajistán. El deportista que más ilusiona a la afición por su atípico perfil y porque es el primer velocista de nivel mundial que lleva la camiseta del equipo de atletismo estudió en la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York. Le entrena Adrian Durant, un exatleta e Islas Vírgenes que le acompaña en Río. En las series hizo el esfuerzo para ganar a uno de los favoritos en la prueba e 200m, Yohan Blake para demostrar que nadie le asusta y ganarse una buena calle en las semifinales. Un gesto con el que pocos atletas nacionales se atreven.

España son esos deportistas y es más. A una etíope que se entrena en Sabadell le despertaron hace unas semanas los Mossos d’Esquadra. Detuvieron a su entrenador, Jama Aden, acusado de dopaje. Por las tardes, salía del hotel en el que residen él y sus atletas varios meses al año y se deshacía de jeringuillas y de otro material peligroso troceándolo y arrojándolo en diferentes contenedores de basura. Esa atleta era prácticamente imbatible. La mejor en los1.500m. Se llama Genzebe Dibaba. En Río terminó segunda su prueba. La corrió 20s más lenta de su récord. “He estado lesionada”, se disculpó.

Hasta hace un año, los saltadores de altura Bohdan Bondarenko y Mutaz Barshim se disputaban en todas las competiciones que afrontaban la posibilidad de batir el primero el récord del mundo de salto de altura, los 2,45m de Javier Sotomayor. En Río, cascados, casi rotos ninguno de los dos pudo ganar. Lo hizo el canadiense Derek Drouin, El campeón de Londres, Ivan Ujov, no pudo participar porque es ruso, pero sí que saltó en el estadio la única rusa admitida, Daria Klishina, que hasta el último día no obtuvo la luz verde del COI.

También hay españoles nacidos, criados y residentes en España y entrenados por técnicos españoles. Posiblemente, si alguien le hubiera aficionado a ello, Sergio Fernández, de Barañain (Navarra), podría haber sido un buen ciclista u otro Miguel Indurain, un campeón de su talla (1,88 metros), que empezó como atleta en el colegio corriendo los 400m. Fernández los corre con vallas. El martes se quedó a dos centésimas de ser el primer español que disputaba una final olímpica de la especialidad, pero se consoló con la consecución del récord, ya que rebajó hasta 48,87s los 49s que Alonso Valero fijó como límite infranqueable en el Mundial de Roma 87.

Carolina Marín, de Huelva y zurda, ya está, sin mácula, en semifinales de bádminton, donde le espera, como ya sabía antes de llegar a Río, la china campeona olímpica de Londres.

Renaud Lavillenie se pasó llorando en el podio todo el himno de Brasil en honor de Thiago Braz, el pertiguista que le derrotó la víspera ayudado por los aplausos de su afición, que machacó al campeón olímpico francés. Fueron tan crueles los abucheos y pitidos que aguantó Lavillenie al subir al podio que bajó destrozado. “Esto me marcará de por vida”, dijo. El presidente del COI amonestó con dureza a los aficionados brasileños, que debieron aguantar en el estadio recordatorios constantes de cómo el espíritu olímpico se caracteriza por el respeto a todos y entre todos. Quizás como castigo, su heroína atlética, la pertiguista Fabiana Murer, falló todos sus intentos y no se calificó para la final de pértiga.

Lo demostraron corriendo los 5.000m la norteamericana D’Agostino y la neozelandesa Hamblin, que se cayeron juntas y se ayudaron a levantarse y a seguir en carrera. Los comisarios, emocionados, las pasaron a la final pese a que terminaron las últimas.

A los comisarios del velódromo solo parece emocionarles la Union Jack, la bandera que ha encabezado el reparto mínimo del botín de medallas de la pista. Si el lunes decidieron no descalificar a Cavendish, plata en el omnium, que tiró al suelo a dos ciclistas durante la puntuación, el martes tuvieron el mismo escrúpulo de conciencia que les impidió aplicar el reglamento y descalificar a Jason Kenny que se saltó la raya antes de que la moto abandonara la pista del keirin, prueba que acabó ganando.

Ninguna pega, en cambio, merece la quinta medalla, el cuarto oro, de la gimnasta Simone Biles, que se impuso en suelo e igualó a las más grandes de la historia, Latynina y Caslavska y se volvió a Colorado feliz como una perdiz, olimpismo puro.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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