El Madrid contra la inapetencia
Cinco minutos después de que el Real Madrid se proclamase campeón de Europa por undécima vez, en el estadio San Siro de Milán, un directivo del club se llevó las manos a la cabeza: “A ver quién los convence ahora de correr en septiembre”. La frase, que tenía mucho de ocurrencia autoparódica, escondía uno de los males más implacables que afectan al Madrid poscampeón: la inapetencia y, en el peor de los casos, la sensación de que con una temporada regularcita y con el equipo desahuciado en enero, se puede conseguir el mejor título tirando de la famosa mística del Madrid. Mística por otro lado inexistente: el Madrid gana porque no se rinde, y los fenómenos extrasensoriales quedan bien en el territorio de la leyenda, nunca en el campo. Eso es algo que vio a tiempo un jugador de la primera plantilla cuando en la pretemporada después de Lisboa observó que allí había calado la sensación del trabajo bien hecho —en la temporada anterior— y que se volverían a conseguir los títulos como entonces, en los últimos diez minutos, por una suerte de extravagante determinismo; en cuanto el equipo se partió seis veces, con la mitad arriba y la mitad abajo, el jugador se fue antes de que la cosa, como finalmente ocurrió, fuese a más.
El Madrid tiene un enemigo moderno, Leo Messi, y uno antiquísimo, que es la desgana poética que le asalta después de un gran título. En la plantilla más lujosa del mundo lo que más cuesta inyectar no es la calidad, que viene de serie, sino algo tan prusiano como la disciplina y el esfuerzo. Ese fue, con todas las deslumbrantes consideraciones tácticas, el gran éxito de Guardiola en el Barça: señalar a Messi partido tras partido como elemento diferenciador. Porque los corría todos, no distinguía ninguno. Así que se ganaba cualquier cosa que se pusiese delante.
Al Madrid de las victorias en primavera que salvan en mayo las temporadas a lo grande le suele costar enchufarse todo el año. El éxito de Zidane dependerá de que las figuras que orbitan alrededor del depredador Ronaldo y el suavísimo Benzema estén siempre a la altura de los dos grandes contrapesos del ataque blanco: el portugués que lo dinamita todo y el francés que sabe cuándo hay que dinamitarlo. El Madrid depende de sí mismo y de su fuerza, y de la memoria que guarde de sus éxitos pasados: cuanto más los olvide mejor equipo será.