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Chuso alcanza la paz que López no halla

El murciano, tocado, se retira en los últimos 50 kilómetros de Bragado

Carlos Arribas
García Bragado, durante los 50 kilómetros marcha.
García Bragado, durante los 50 kilómetros marcha.Sebastião Moreira (EFE)

Coinciden juntos un segundito al final de la prueba, cuando Chuso García Bragado hace sus declaraciones de despedida olímpica. Miguel Ángel López, el aire grave, habla de cómo desea “pasar página de esta semana horrible”, y alguien le señala al llamado hombre de mármoly le dice que tranquilo, que aún tiene por delante cinco Juegos más para poder considerar un tropezón mínimo su mala experiencia brasileña. “¡No!”, exclama el murciano, que solo aguantó 35 kilómetros de la prueba de 50. “No me hagáis pensar en tan lejos. Ya me quiero concentrar en el Mundial de Londres”.

En la playa de Pontal, junto a la cinta de asfalto que ha torturado durante casi cuatro horas los pies de los marchadores, una brisa fresca agita las ramas de las palmeras la mañana calurosa. El agua se encrespa.

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En sus últimos Juegos, García Bragado, de 46 años, terminó 19º. López se retiró con molestias en los abductores y también José Ignacio Díaz. Ganó el eslovaco Matej Toth, ya campeón del mundo en Pekín, por delante del australiano Jared Tallent y el canadiense Evan Dufee. El atleta más veterano de Río ha marchado más lento de lo que quería. “En un momento de emoción aceleré los pulsos, y el cuentarrevoluciones se puso en rojo diciéndome que no iba bien por ahí, y tuve que levantar el pie”, dice el atleta que alcanzó la paz de espíritu. “Pero conseguí terminar sin arrastrarme”.

López llegó a Río obsesionado con la victoria en los 20 kilómetros, prueba de la que es campeón de Europa y del Mundo. Llegaba, cuenta su entrenador, José Antonio Carrillo, en la mejor forma de su vida, según determinaban los tests, sin ningún problema físico. Terminó undécimo y muy tocado. Después, pasó una semana en la Villa Olímpica entrenándose para los 50 kilómetros, intentando que el fuego que le devoraba se apagara, sacar la rabia que llevaba dentro. “Recuperarse en una semana es difícil”, dijo. “No he podido sacarme la rabia no he llegado a meta”.

Carrillo volverá a Cieza triste y con el sombrero intacto en la maleta. Su sueño de Río era ver aparecer la bandera de España sobre el podio de los 20 kilómetros y descargar su emoción con un puñetazo en un sombrero canotier, como Scipio Africanus Sam Mussabini hizo en Carros de fuego cuando su atleta Harold Abrahams ganó los 100m en París 24. “Es muy dura la marcha. El camino y la meta”, dice. “Todo el verano fuera de casa, buscando la altura, la frescura, y luego las pruebas, son tremendas. Y ahora, hay que volver a casa con la frustración para analizar qué es lo que no hemos hecho bien y para preparar la próxima temporada”. Y señala al loco Yohann Diniz, el francés que salió a una marcha imposible y se desvaneció, y rodó por el suelo que ardía, y volvió a levantarse envuelto en sudor. Terminó séptimo. Estos días, Carrillo los ha pasado con su pupilo, han hablado y reflexionado. Carrillo ha llegado a una conclusión nítida. “A Miguel, le ha sobrepasado el acontecimiento”, dice. "Ha pagado ser Superlópez”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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