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Ruth Beitia, oro en salto de altura

En una final afrontada con una placidez desarmante, la mejor atleta española de la historia consigue en los Juegos la medalla de oro que culmina una carrera de dos décadas

Ruth Beitia besa la medalla de oro.Vídeo: Patrick Smith Getty Images / EL PAÍS
Carlos Arribas

Ruth Beitia está sentada en el suelo con la espalda apoyada en un banco como una que esté de picnic en un parque un atardecer de verano. Está con un par de amigas con las que charla, se cuenta chistes, se ríe a carcajadas. De vez en cuando, se levanta, da una carrera veloz de nueve pasos muy medidos y da un salto. Cuando ella vuelve a la tertulia bajo el toldo, alguna de las amigas se levanta y la imita. Ella vuelve siempre sonriente, feliz como una perdiz, y con unas gafas de sol atómicas que le dan pinta de moderna en la noche. El resto del mundo no existe. No hay estadio. No hay ruido. No hay carreras que pasan como un carrusel por la pista que rodea su puesto.

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Aunque no lo parezca, Ruth Beitia está ganando una final olímpica en un estadio sin llama en el lejano Brasil. A su alrededor, sus rivales, sufren, lloran, calman su ansiedad y su inquietud corriendo, dando vueltas, cambiando las marcas de cinta aislante en el suelo, mirando desesperadas a su alrededor a sus entrenadores en busca de un consejo mágico que le haga poder con un listo con gran tendencia a caerse en cuanto brincan delante de él. Se juntan en sus lamentos veteranas laureadas como Blanka Vlasic, Kamila Licwinko o Chaunté Lowe; jóvenes como Jungfleish, Lake o Demireva. La italiana Alessia Trost se ríe nerviosa con la sueca Sofie Skoog. Solo Beitia, de 37 años, la mente plácida de quien no tiene cuentas pendientes con nadie, la sonrisa y el ánimo, está por encima de la situación. Ni en una ocasión cambió la marca del inicio de su carrera parada. Ni en una ocasión antes de un salto fue hacia las gradas de los técnicos y las familias a pedir consejo. Todo estaba claro. Estaba disfrutando. Solo importa eso.

Solo Beitia gana un concurso ideal. La cántabra es la única que pasa a la primera las tres alturas que diezman al grupo inicial de 17 en un plisplás. Después del 1,88m pasan todas, pero muy tocadas. Después del 1,93m, faltan cinco, y solo Beitia, Trost y Lowe sin mancha.

Beitia sale la primera de todas. En cuanto lo supo Ramón Torralbo, su entrenador desde hace 26 años, o su 50%, como ella, que solo desea abrazarle sin cámaras delante, repite siempre, lanzó unos juramentos. Mucha presión abrir . El otro Ramón del atletismo español, Ramón Cid, el que manda en todos los técnicos, está sentado a su lado en la grada baja. Le calma. Le dice que mire el lado positivo. Le recuerda que Beitia es tan segura que más que agobiarse por saltar la primera, agobiará a las otras por su limpieza. Después, disimulará sus nervios dando palmas rítmicas en los saltos de sus rivales, a las que anima. Pero la mayoría falla.

La siguiente altura es 1,97m. “Si la pasa a la primera, es medalla segura”, susurra Cid. “Pero no oro, alguna saltará luego, seguro”.

Beitia se levanta, se coloca en su marca y sonríe segura mientras los jueces elevan el listón. Sigue sonriendo cuando después de saltarlo, se levanta las gafas y se dirige a su Ramón.

Cuando le llega el turno, Beitia se levanta, se coloca en su marca y sonríe segura mientras los jueces elevan el listón. Sigue sonriendo cuando después de saltarlo, se levanta las gafas y se dirige a su Ramón. En el transcurso de los apenas 15 metros que les separan, la sonrisita se transforma en una risa abierta, en unos ojos chispeantes, en unas manos que ensayan ya la forma el corazón con los dedos que utilizará cuando llegue el momento. Solo cuatro pasan la altura decisiva. Solo ella lo ha hecho sin fallos. En un rincón, sobre el muro de hormigón del foso, Blanka Vlasic, la gran croata que nunca será campeona olímpica, llora de dolor, los pies descalzos, después de haber podido a la segunda con la altura. Por delante aparece Lowe, la otra grande, levantando los brazos al cielo, como adorando iluminada a los focos, como pidiendo ayuda a los dioses. Solo ha podido a la tercera con 1,97m. Necesita saltar dos metros si quiere ganar. También buscará el oro en los 2m la búlgara Mirela Demireva, la última llegada a la elite, la única de las cuatro que nunca ha llegado a esa altura.

Beitia falla los tres intentos en los dos metros, pero cree firmemente que no los necesitará. Desde la colchoneta se despide del estadio como una campeona, y hace el corazón con la mano, su dedicatoria a la familia y a todo el atletismo español. Desde el foso, junto a Torralbo, que, dominado por la emoción, ha perdido ya la capacidad de analizar, descubrir el fallo y corregir, va viendo caer una tras otra a sus rivales.

"Que no nos pase otro Londres"

En la grada, Torralbo piensa en Londres. “Que no nos pase otro Londres”, ruega. “Otro Londres, no”. En Londres, hace cuatro años, Beitia saltó dos metros y creía tener asegurada una medalla, pero en su último intento, la norteamericana Brigette Barret saltó 2,02m y la dejó cuarta. No ocurrió otro Londres.

Ruth Beitia después de saltar 1.97.
Ruth Beitia después de saltar 1.97.L. JR (EFE)

Cuando Demireva falla su tercer intento, y ya es bronce, se acerca desde la grada su amiga Tia Hellebaut, la belga campeona olímpica en Pekín, donde derrotó a Vlasic. Le da la enhorabuena, la felicita. “Eres fantástica, Ruth”, le dice. “Vas a ganar”. Beitia no resiste y empieza a llorar. Ya es medallista olímpica. Cuando el tercer nulo de Vlasic, que cojea cada vez más, grita “ya soy plata”, y pide una bandera española.

Cuando Lowe tira la toalla, es la locura. Beitia, descalza, se sube a un andamio para abrazar a Torralbo, al que se le caen las lágrimas. Es el entrenador de una campeona olímpica. Se lo repiten y cuanto más se lo dicen menos significado encuentra a la frase. Son palabras sin más.

El anhelo de todo deportista, un titular que le proclame campeón olímpico, ya no es el sueño loco de Ruth Beitia, que al final de una carrera inacabable lo ha alcanzado. En una noche nublada en Río, 25 grados, gotas de agua de vez en cuando, ambiente de entendidos en las gradas, la mejor atleta española de la historia consiguió la 14ª medalla en una gran competición internacional, el oro más valioso, el trofeo que le faltaba en la colección. Es la primera campeona olímpica del atletismo español, que hasta ahora solo contaba con los oros de Fermín Cacho y Dani Plaza en Barcelona 92.

Una de las máximas del deporte es que todos los sueños están permitidos. Ruth Beitia, y con ella una entregada afición española, lo comprobó la última noche olímpica de Río.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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