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La magia de los deportistas hizo de Río los “Juegos maravillosos”

El último esplendor de Michael Phelps y Usain Bolt, las grandes estrellas olímpicas, el penalti de Neymar y la irrupción de Simone Biles permitieron olvidar todos los problemas de organización

Carlos Arribas

Cuando amaneció el lunes, aún llovía en Río. El día era gris como todos los días de regreso a la realidad tras una fiesta. La llama olímpica se había apagado.

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Mientras los cariocas volvían al trabajo en unas avenidas ya desatrancadas con el cierre del carril olímpico los operarios comenzaban a retirar los decorados olímpicos que habían transformado la cara de la ciudad, y su recuerdo. El escenario se desnudó. Se agotaron en las televisiones brasileñas las horas interminables de cobertura olímpica, que sembraron en la ciudad y el país el ambiente extraordinario en que se ha vivido agosto. Los estadios, pabellones y parques olímpicos, tan cercanos a los habitantes de Río, pegados a sus casas, habían estado lejos del alcance de la mayoría por el elevado precio de las entradas, fijado por el Comité Olímpico Internacional (COI). El estadio de atletismo, la catedral de los Juegos, apenas pareció llenarse solo los grandes días de Usain Bolt, la estrella. Hasta el boom de la colección de copos (los vasos de plástico duro con los anagramas de los deportes en que se vendían las cervezas) pareció solo un asunto de turistas olímpicos, deportistas y periodistas dado su elevado precio: casi cuatro euros por cerveza.

Reventó la llamada burbuja olímpica y sus personajes que excepcionalmente se habían convertido en los protagonistas de la vida cotidiana y las conversaciones: la yudoca Rafaela, el piragüista Isaquias, el pertiguista Thiago Braz

Las caras sonrientes y triunfantes serán sustituidas por balances y análisis. Por las preguntas que siempre torturan la resaca de unos Juegos en el país organizador. ¿Cuánto durará el estado de euforia y esperanza que despierta en los ciudadanos el orgullo de saber que, pese a lo que pensara todo el mundo, han estado a la altura y han sabido organizarlos? ¿Merecieron la pena? ¿Cuánto fue el gasto? ¿Cuánta la deuda? ¿Cómo se pagará? ¿Cómo se resentirán los servicios públicos, la sanidad, la educación? ¿Es Río una ciudad mejor que hace un año? Los Juegos Paralímpicos, que deben comenzar en unos días también en Rio son la primera víctima de la deuda: se podrán celebrar, pero con un presupuesto recortado.

"Los Juegos Olímpicos son uno de los tipos de megaproyectos más costosos y más arriesgados financieramente que existen. Algunas ciudades lo han aprendido en sus carnes", señala un estudio de la Universidad de Oxford que subraya el inevitable sobrecoste que conlleva organizar unos Juegos y cómo solo el COI y las grandes empresas constructoras e inmobiliarias de la ciudad organizadora sacan beneficio económico de ellos. La nueva alcaldesa de Roma, ciudad candidata a los Juegos de 2024, como París, Los Ángeles y Budapest, ya ha anunciado que ella no apoya la idea.

La samba interminable

La noche de clausura, embriagada por la samba interminable con la que tan bien se olvidan las penas y los problemas en todo el mundo, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) estuvo hábil e inspirado para conseguir que no declarar los de Río los mejores Juegos de la historia -la frase de enhorabuena que instauró Samaranch en Barcelona 92 y que el COI, la empresa organizadora y juzgadora, solo dejó de utilizar en los catastróficos Juegos de Atlanta 96-no se considerara una afrenta por una ciudad de fiesta en Maracaná y por el país entero. Los declaró, genialmente, "los Juegos maravillosos de la ciudad maravillosa". Instantes después, el carnaval irrumpió en Maracaná entonando la marcha más conocida, Cidade maravilhosa, la samba que todo lo anestesia, delatando el origen de la inspiración de Bach en su suite brasileña. Simultáneamente, en las pantallas gigantes del recinto más espectacular de Río, y utilizado solo en los Juegos para las ceremonias y para que la llama iluminara el vacío, aparecieron los rostros en movimiento de los deportistas de los Juegos. Como siempre, fueron ellos con su magia los que lograron que a nadie crea exagerado que a Bach le parezcan maravillosos los Juegos que comenzaron siendo los del Zika, los atascos enormes, los problemas del transporte de los deportistas, la Villa recién construida, el ejército en tanquetas en las calles vigilando los recintos olímpicos, las aguas verdes de las piscinas, las colas ante los controles de seguridad y el viento que todo perturbaba.

Río se recordará por ser el escenario caluroso de las últimas hazañas olímpicas de Michael Phelps y sus 23 medallas de oro en las piscinas y de Usain Bolt y su tres veces tres en el estadio; el escenario en el que irrumpió la nueva reina, el último fenómeno mediático de la inagotable factoría olímpica, la norteamericana Simone Biles, que ha revolucionado la gimnasia y se ha llevado cuatro oros en su primera aparición. Cuando en las pantallas aparecieron Bolt, el más brasileño de los campeones, y Neymar culminando la venganza ante Alemania, las aclamaciones del público atronaron. Brasil es país de fútbol, pero la que quizás sea la foto de los Juegos, la de Neymar celebrando la victoria usando el gesto del rayo que Bolt ha hecho universal, simboliza que el espíritu olímpico no tiene fronteras.

Al terminar la fiesta, la lluvia arreció en Río.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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