_
_
_
_
_

Nairo Quintana gana en los Lagos de Covadonga y recupera el liderato de la Vuelta a España

El ciclista colombiano se lleva la décima etapa y se vuelve a vestir de rojo

Nairo Quintana festeja en su llegada a los Lagos de Covadonga.
Nairo Quintana festeja en su llegada a los Lagos de Covadonga.J. Lizon (EFE)
Más información
Viaje a las entrañas de la Vuelta
David de la Cruz gana en El Naranco y se coloca líder de la Vuelta a España

Hubo un tiempo, allá por los 80, cuando la Vuelta ascendió a los lagos, que eran algo así como el cielo, que se parecían bastante al Lago Ness con una pequeña diferencia: aquí los monstruos eran reconocibles, con su carnet de identidad. Se apellidaban Lejarreta, Dietzen, Delgado, Millar, Herrera, Pino, Rincón, Jalabert, Tonkov. Luego los monstruos eran más humildes, igual de egregios, pero con el DNI a punto de caducar, magníficos en su humildad, pero intrascendentes en el resultado. Se apellidaban Zintchenko, Mercado, Jiménez, Efimkin, Barredo, Piedra o Niemuec. Héroes que insultaban a la rutina. Y por fin llegó Nairo Quintana y le puso nombre y apellido con mayúsculas a un lugar paradisíaco que convierte el placer del senderista en sufrimiento del ciclista. Y ganó con la ambición que obliga al ambicioso. Y plantó su bandera en todo lo alto del paraje, donde más se ve, y en todo lo alto de la clasificación general, ya líder, y en la curva que mide la autoestima de los ciclistas. Era el rey de Los Lagos, el señor de esos anillos donde no hay moscas que molesten el tránsito. Era y es el candidato, el elegido, con su carnet de identidad en los dientes para cruzar cualquier frontera, sobre todo la del éxito.

Hay veces que el ciclismo se desnuda y te muestra sus señas de identidad. No acostumbra a hacerlo a menudo porque a nadie le gusta andar en pelotas todos los días: la continuidad convierte la sorpresa en rutina y pierde encanto. Hay veces que el ciclismo es ciclismo es estado puro, o semipuro, y te muestra sus grandezas y sus heridas, la del que gana y las del que pierde. Y Los Lagos necesitaban una campaña de sensibilización ciclista que les devolviera a su origen. El de Lejarreta, Perico, Jalabert y compañía. Y fue Nairo quien puso las piernas al servicio de la cima mítica de la Vuelta. Y fue Chris Froome tan fiel a sí mismo que sus debilidades parecen grandezas. Que se queda y parece malherido, pero como los actores de Hollywood reacciona en el último momento y saca un mandoble final que tumba a su rival con un golpe certero. Tiene el británico un parecido deportivo a Indurain y a Rafa Nadal. Del primero, ha elegido la templanza y del segundo, la fe, y con ambas cosas gestiona el sufrimiento. Y fue Contador el que se animó a retar a los grandes, gemelo dolorido o costillas doloridas, inquietando un ataque al que solo respondió Nairo, siempre Nairo, porque Froome, entonces, estaba decaído como si el yogur del desayuno hubiera pasado de la garganta.

Ahí se desnudó el ciclismo, el de verdad, el que sueña y el que hace soñar, el de los ciclistas grandes, sean gigantes o gigantes en miniatura. Too lo anterior era relleno de un desenlace imprevisto, como en una buena novela negra. 16 escapados preguntándose quién sería el criminal, si el mayordomo o si el recepcionista, si un señor de marrón. En esos momentos parecía que Los Lagos volvían perecer, porque las cosas caducan: caducan los coches al minuto de salir del concesionario, los ordenadores al cuarto de hora, los frigoríficos ahora duran cinco años... Mucho habían durado los Lagos como para esperar un repunte fantástico, una fotografía diferente.

Y se quedó Froome y fue el big bang, las trompetas del atardecer, con el Movistar tirando frenético, con Contador resistiendo heroico, con Gesink,-una vieja gloria que nuca alcanzó la gloria- buscando su última estación, por delante, siendo el que siempre quiso y nunca pudo ser.

Y atacó Contador. Y respondió Nairo. Y se fueron de sus sorprendidos acompañantes. Pero no sabían que Froome iba quemando colegas por detrás hasta quedarse solo, abrir los codos y poner ese turbo que funciona por igual en su cabeza y en sus piernas, devorando rivales en busca del colombiano y el español. No estaba muerto, ni estaba de parranda. Simplemente se quedó atascado, tocó al timbre del ascensor y subió uno, dos, diez, quince pisos. Fue devorando victimas, incluido Contador. Quintana era demasiado para él, pero se le acercó lo suficiente para evitar sangre en las heridas. Su diferencia en la general respecto al colombiano no alcanza el minuto. ¿Está bien o está mal Froome? La pregunta es tan compleja de responder como si es de ciencias o de letras. Froome es el hombre tranquilo, pero Nairo es el ciclista impulsivo. Dos formas de ser valiente cuando nadie quiere ser un cobarde. Y ninguno lo es. Ni Contador. Ni Fraile ni Gesink, que hicieron un etapón. Ni Chaves que volvió por donde solía.

Hay veces que el ciclismo se encuentra a sí mismo, se reconoce, se mira en el espejo, se palpa la barba y le gusta lo que ve. Hay veces que el ciclismo, cuando se lava la cara y se quita el miedo, hace bueno hasta al último clasificado. Hay veces que el ciclismo es ciclismo. Pocas veces.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_