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ALPINISMO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La gestión del riesgo y el destino

Miembros de la expedición del Himalaya en la que iba Adolfo Ripa.
Miembros de la expedición del Himalaya en la que iba Adolfo Ripa.NARENDRA SHRESTHA (EFE)

No hace tanto, los guías de montaña se presentaban como garantes de la seguridad de sus clientes. Sólo se trataba de un desafortunado truco publicitario, puesto que resulta evidente que el riesgo cero no existe cuando circulamos por la montaña, ya sea practicando el senderismo, las diferentes variantes de la escalada, el esquí de montaña o el montañismo clásico. En el presente, los aspirantes a convertirse en guías reciben durante su época formativa una charla titulada La gestión del riesgo,teoría que pretende hacerles entender que su trabajo consiste en minimizar los riesgos inherentes a la práctica de las actividades de montaña. De hecho, una de las mayores responsabilidades que soporta un guía tiene que ver con su capacidad para tomar en todo momento las decisiones adecuadas, aquellas que protejan ante todo la seguridad del grupo. Así, se les explica que existen dos tipos de peligros en montaña: los llamados “subjetivos” y los catalogados como “objetivos”. Un montañero que presenta lagunas técnicas, que está lejos de su mejor forma, que persigue objetivos poco razonables, que desatiende las señales de peligro, que se mueve por criterios ególatras, que desconoce el medio en el que se mueve y no se equipa de forma adecuada es un peligro en sí mismo y una fuente inagotable de peligros potenciales. La mayoría de los accidentes en montaña se deben a errores humanos y podían haberse evitado. Pero no siempre es así.

El caso del fallecimiento ayer del montañero de Pamplona, Adolfo Ripa, y de dos de los sherpas que guiaban el trekking en el que viajaban otros 14 montañeros navarros, es un ejemplo del efecto devastador de los peligros objetivos. El grupo acometía un circuito de montaña en el área del Manaslu (uno de los 14 ochomiles) cuando un deslizamiento de tierra y rocas acabó con la vida de los tres montañeros. En montaña se puede minimizar las posibles consecuencias de los peligros objetivos (la caída de piedras, el efecto de los rayos, los cambios salvajes de temperatura, el viento traicionero, la crecida de un río, la ausencia de visibilidad debida a la niebla, el ataque de un oso…) pero hasta un punto. Más allá, el apasionado de la montaña ha de aceptar el riesgo inherente a la actividad, la posibilidad, remota pero cierta de que aquello que en apariencia solo les ocurre a los demás nos alcance un día.

El senderismo es una actividad en auge: pocos ejercicios resultan tan estimulantes y placenteros como caminos entre montañas, valles o ríos. Es una forma de viajar, de conocer culturas y escenarios remotos y no exige ser un consumado alpinista. Cada vez con mayor frecuencia, los aficionados al senderismo contratan viajes guiados, como en el caso de Adolfo Ripa, cuyo grupo viajaba con un responsable de Navarra y con guías locales. ¿Cómo evita una que una ladera se hunda? ¿Existe la forma de evitar que una roca se desprenda a nuestro paso y nos alcance?

No sé cuántos grandes alpinistas que se han enfrentado de forma consciente a peligros de todo tipo han fallecido por un resbalón tonto a media hora de su casa, mientras paseaban con su perro, o alcanzados por un rayo. En estos casos, como en el de Adolfo Ripa y los dos sherpas que han perecido a su lado, sólo cabe pensar que la gestión del riesgo tiene su freno en la fuerza del destino.

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