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Boateng: “No supe gestionar la fama, tiré mucho dinero hasta que dije: ¡ya!”

El centrocampista de Las Palmas, fascinado con el fútbol español, repasa sus inicios de bad boy, los episodios de racismo que sufríó y lo feliz que le hizo Nelson Mandela

Eleonora Giovio
Boateng (y su sombra) posa para EL PAÍS este viernes en el estadio de Las Palmas.
Boateng (y su sombra) posa para EL PAÍS este viernes en el estadio de Las Palmas.Quique Curbelo (EL PAÍS)

“¡Hola, soy Prince!”, dice con un apretón de manos resolviendo las dudas sobre cómo hay que llamarle. Prince es Kevin Prince Boateng (Berlín, 29 años). La Unión Deportiva Las Palmas le fichó este verano y él ya se siente como en casa. El día de su presentación había 7.000 personas. “Con este clima, todo es más fácil. Me gusta muchísimo el fútbol español. Le dije a mi mujer: tendría que haber venido antes aquí, porque aquí todos los equipos quieren jugar al fútbol”, cuenta. Es un gran conversador y tiene una gran habilidad para ganarse a las personas. “¿Amigo, dónde me pongo?”, le pregunta al fotógrafo en castellano. Le pide también que le enseñe las fotos antes de sentarse en las gradas para charlar –en italiano- con El País. Hoy será baja por sanción contra el Real Madrid (20.45, Movistar Partidazo). “Me darán ganas de saltar al campo…”, advierte.

Pregunta. ¿Qué le gusta de Las Palmas?

Respuesta. Lo primero, el clima. Despertarse todos los días con este clima te da felicidad, tranquilidad y más ganas de levantarte de la cama. Después la gente, son muy cariñosos, te dan abrazos por la calle. Es como una familia. Encima, jugamos un buen fútbol. Lo único negativo es la distancia de Milán donde está mi familia (su mujer y su hijo de dos años que van y vienen).

P. ¿Se esperaba encontrarse a un club tan familiar?

R. Era lo que me decían todos: gran familia y grupo fantástico, pero quería comprobarlo. Y así es. Aquí siempre se mira el lado positivo de las cosas, me gusta.

P. ¿Cómo fue su infancia en el barrio de Wedding?

R. Todos los que viven en Alemania saben que ese barrio de Berlín no es un sitio fácil en el que crecer, por la criminalidad. Yo nací y crecí en ese ambiente. No fue fácil, pero si soy lo que soy ahora es por las dificultades por las que pasé en ese barrio, del que estoy orgulloso. Mi personalidad se forjó allí.

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P. ¿Qué aprendió?

R. Cuando te crías en la calle y cada día te golpeas la cabeza contra algo o alguien, te haces más fuerte. Me ha ayudado a levantarme cada vez que me han tirado al suelo. Nunca he dicho: basta, no puedo con esto.

P. Contaba que a menudo la nevera de su casa estaba vacía y que tenía que ir a comer a casa de amigos. ¿Qué le faltó en su niñez?

R. Ahora que tengo dos hijos [de dos mujeres diferentes] y hago todo para que crezcan felices, sorpresas, pequeñas fiestas, me doy cuenta de lo que no tuve. Para mí era normal ir a comer a casa de amigos porque en la mía no había comida ni dinero; hoy sé que no era normal. Pero no me quejo porque fui feliz y es pasado.

P. ¿Qué le hacía feliz?

R. La música.

P. ¿Cómo se gestiona la fama y el dinero cuando llegan de golpe?

R. No se gestionan… De repente llegan y tienes que aprender. Y yo tuve que aprender porque no tenía nadie al lado que me enseñara a hacer las cosas. Tiré mucho dinero y luego aprendí que había que ahorrarlo porque el fútbol no es para toda la vida. Es complicado gestionar eso con 20 años. Llegué a Londres (Tottenham), cada mes me entraba dinero y gastaba y gastaba y gastaba. Estaba solo.

P. ¿Dónde tiraba el dinero?

R. Coches, ropa, discotecas. Eso hacía. Gastaba dinero en tonterías que me hacían feliz durante un par de horas, luego el efecto terminaba. Me mandaron a la grada, obviamente, dejé de jugar.

P. ¿Cuándo y cómo paró?

R. Estuve un año así. Un día me desperté después de un fiestón que había montado, me miré al espejo y dije: ya, se acabó, esto no es lo que quieres, has luchado para llegar hasta aquí y no lo vas a tirar todo. Ya. Me dije que tenía que empezar a portarme como un profesional, comer bien y centrarme en el fútbol.

P. ¿Cómo educa a sus hijos?

R. Soy muy alemán en eso: reglas y horarios para todo: comer, jugar, acostarse. Melissa [su mujer] es mucho más italiana en eso, más easy, le deja más espacio y libertad.

Coches, ropa, discotecas... Gastaba dinero en tonterías que me hacían feliz durante un par de horas, luego el efecto terminaba

P. ¿Qué le queda de africano?

R. La música y la pasión por el baile. Creo que es un poco mezcla: soy muy alemán en la disciplina y en los horarios, pero en todo lo demás soy africano: si hoy no se puede, lo hacemos mañana.

P. Le leí que empezó a querer ser futbolista profesional con 16 años. ¿Por qué tan tarde? ¿Antes con qué soñaba?

R. Con ser cantante, bailarín e incluso actor. En el colegio me decían que tenía madera de actor, en las obras de la escuela yo siempre quería ser el protagonista, la prima donna. Era lo que me apasionaba. El fútbol sólo era diversión y alegría. Cuando firmé mi primer contrato, con 16 años, me lo empecé a tomar como un trabajo.

P. ¿Qué le gusta del fútbol?

R. Es curioso porque he vuelto a descubrir el amor por el fútbol, el que tenía al principio. Ese amor verdadero que hace que te de igual que juegues o no, simplemente disfrutas del balón. Durante un tiempo lo perdí.

P. ¿Por qué?

R. Quizás porque hubo una época en que las cosas no iban bien y me veía como un simple número. Tenía la sensación de que todo se reducía a eso: daba igual la persona, eras simplemente un dorsal y si no lo hacías bien, te quitaban y fuera. Daba igual que fueras buena persona, agradable, que tuvieras sentimientos y emociones. Pensaba: ¿pero cómo, te has dejado la vida en esto y sólo te ven como un dorsal y no como una persona? Llegué a plantearme dejarlo porque no tenía ganas ni de ir a entrenarme. La familia y los amigos me empujaron. Y mire: ahora estoy aquí, feliz.

P. ¿Berlusconi le invitó a alguna de sus fiestas?

R. No, no. Sabía que tenía novia. Creo que ya no hace fiestas. Para mí ha sido una gran persona, me ayudó mucho en los años que estuve en el Milan (2010-13). Le tengo en mi corazón. La imagen que se tiene de él en la prensa no corresponde a la realidad.

P. ¿No le ha regañado nunca por peinados y tatuajes?

R. Sí, siempre. Todas las veces que me veía me decía: ya vale de tatuajes, quítate los pendientes que son para las mujeres y rápate. Nos lo decía a mí, a El Shaarawy y a Balotelli.

P. ¿Quién le ha enseñado más en el fútbol?

R. En mis comienzos, Nico Kovac [ahora técnico del Eintracht], me fue de gran ayuda en el aspecto mental. En el Milan, Ibrahimovic. Vale sí, puede parecer un soberbio y un cabrón, pero es un ganador, quiere ganar y hace todo para conseguirlo. Me impresionó y me estimuló mucho. No quería perder ni en los entrenamientos. También Pirlo. Y Gattuso, la garra.

P. ¿Y Pirlo?

R. La tranquilidad, no hay hombre en el mundo más tranquilo que él. Recuerdo los cuartos de Champions en el Camp Nou, estaban todos nerviosos menos él. Le veías ahí con su café, enviando mensajes. ¿Andrea, no estás de los nervios?, le pregunté. “Que va, sólo es fútbol”, me contestó.

No hay hombre en el mundo más tranquilo que Pirlo. Sólo es fútbol, decía. Mi técnico favorito es Klopp, no he tenido a otro igual

P. ¿Y fuera del fútbol quién le enseñó más?

R. Muhammad Ali. Pero he de decir que siempre me las he intentado arreglar solo y siempre he ido muy a mi bola. Quería equivocarme para aprender.

P. ¿El entrenador al que le tiene más apego?

R. Allegri, aunque fuera del campo no siempre hemos hablado el mismo idioma. Pero con él se trabajaba para ganar, le respetaba mucho, me enseñó a defender. Yo antes no sabía hacerlo. Pero mi técnico favorito es Jurgen Klopp.

P. ¿Por qué?

R. Sólo trabajé seis meses con él en el Borussia, pero nunca he tenido otro igual. Es perfecto, lo tiene todo: hace siempre lo correcto en cada momento, sabe estimular al grupo, trata a todos por igual, como si fueran sus hijos. Con él, los 25 futbolistas eran todos felices, aunque no jugaran ni un minuto. Te hacía sentir importante.

P. ¿Un amigo en él futbol?

R. Amigos de verdad es complicado porque cada dos años estás cambiando de equipo. Pero yo tengo tres: Muntari, Patrick Ebert del Rayo y Balotelli, hablamos un par de veces a la semana.

P. En 2013, en su discurso en la ONU, dijo que el racismo era un virus como la malaria. ¿Se está arreglando este problema?

R. No ha cambiado nada. Sigue existiendo y seguirá hasta que no se haga algo contundente. Hay que señalar y echar de las gradas a las personas que insultan, no tiene sentido multar al club, hay que echarles y que no entren más. Hay que invertir dinero para erradicar el racismo, no sólo en el fútbol y en el deporte. Es una cosa generalizada. Mire lo que ha ocurrido en Estados Unidos, te disparan por ser negro. ¿En qué mundo vivimos? ¡Ya no sólo hay que tenerle miedo a los terroristas, también a los policías! Si no hacemos nada, esto seguirá así. Las cosas no se solucionan escribiendo durante una semana en Twitter: no al racismo.

P. En la ONU dijo también que durante muchos años intentó ignorar el racismo, hacer como si fuera un dolor de cabeza que se iría solo. ¿Por qué?

R. Porque era el sistema en el que vivía: ignorar las cosas que no quieres escuchar o que no te gustan. Luego dije, vale ya. Soy como soy y no tengo que tener miedo. Quizás antes tenía miedo, inseguridades. Con la edad y el éxito me dije que eso tenía que acabarse, que si me insultaban, dejaba de jugar.

P. Es lo que hizo un día en el Milan en un amistoso contra la Pro Patria. Y todos sus compañeros hicieron lo que usted y le siguieron en el vestuario.

R. Sí, me emocioné mucho, lo dije nada más entrar al vestuario: gracias, no es normal lo que habéis hecho. Había niños en las gradas, si hubiese seguido jugando, les habría parecido normal recibir insultos racistas. Y no lo es y quería demostrar que no lo era.

P. ¿Es el episodio más desagradable que sufrió?

R. Nooo. Ese fue un racismo lejano, estaban en las gradas. Con diez años el padre de un jugador vino y me dijo: negro, si no te vas de aquí, te mato. Rompí a llorar. Tenía amigos de 14 años que me enseñaban las marcas de los cigarrillos que habían apagado en sus cuerpos.

P. ¿Qué recuerda de su encuentro con Mandela?

R. Después del nacimiento de mis hijos fue uno de los días más bonitos de mi vida. Fue después del Mundial de 2010 [Boateng nació en Alemania de padre ghanés, jugó en todas las categorías inferiores de la selección alemana y después eligió representar a Ghana]. Es una emoción difícil de explicar, Mandela tenía un aura especial. La desprendía en la oscuridad, cuando nos vimos había muy poca luz porque por su enfermedad estaba a oscuras, aun así él emanaba luz. Cuando me apretó la mano dije: ya estoy sano, limpio, ya puedo irme en paz. Nos reímos mucho aquel día. Me dijo: tú eres Prince, tengo una hija que se quiere casar contigo. Me la presentó, le dije que ya tenía novia. Me dijo: si no te gusta, tengo otra. Se escucharon las carcajadas de todos.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de deportes, especializada en polideportivo, temas sociales y de abusos. Ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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