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El Athletic gana al Rapid de Viena y encuentra el camino de Europa

Beñat marcó el gol de la victoria pero el protagonista fue el árbitro Chapront que tomó tres decisiones para resolver una jugada

Beñat instantes después de marcar su gol.
Beñat instantes después de marcar su gol.ANDER GILLENEA (AFP)

El partido entre el Athletic y el Rapid de Viena no pasará a la historia. El árbitro, el francés Tony Chapron, sí. La historia universal del arbitraje está llena de chascarrillos, desternilles, también corruptelas, aspavientos y demás enjambres de situaciones hilarantes o incompresibles. También de grandes árbitros. Pero Tony Chapron fue más lejos: en la misma jugada, en el periodo de prolongación de la primera mitad, dio como válido un gol de Williams, que partía de fuera de juego previo, en el que también había caído Aduriz, su asistente. Ante las protestas del Rapid de Viena, consultó al juez de línea, anuló el gol y... pitó penalti del portero austríaco, lo que hubiera significado su expulsión -que no decretó-, obviando la ley de la ventaja. Luego se reunió con sus asistentes y pitó... fuera de juego. Todo hace pensar que el pinganillo venía de lejos, visto el descalabro de aquella asamblea de jueces despavoridos, asustados. Cinco jueces sin juicio que acordaron una solución -venía de lejos, quizás, - que coincidió con la justicia. Fue pura coincidencia, nada de lo que Tony Chapron pueda vanagloriarse. Lo suyo hubiera sido dejar su lugar al cuarto árbitro, Bertrand Jouannaud, también francés, mientras dedicaba la segunda mitad a una ducha fría, de las que aclaran la mente y refrescan el ánimo.

Porque eso fue la primera mitad. Un ir y venir del Athletic, pero como un velero a la deriva, empujado por el viento y sometido a sus caprichos, y un estar por estar del Rapid de Viena que jugaba un aparente 4-4-2, pero solo en su campo. La raya que divide el césped por la mitad era como un muro electrificado con un letrero muy grande donde el Rapid leía: “Peligro. No pasar”, o quizás “Cuidado con el perro”. Quién sabe. Pero el Athletic era más una apariencia que una realidad. Cuando aparecía Beñat, llegaba: porque disparó y exigió al portero, o porque centró y facilitó un cabezazo de Yerai al poste; o cuando se enfadaba Raúl García, aunque su ánimo vencía a sus ideas. El Athletic quería ganar con mucho cuidado y el Rapid de Viena ponía el cuidado en guarecer su terruño. Por eso la precaución lo invadía todo, menos al docente Chapron que ya tiene argumento para su próxima clase: teoría y perseverancia del error personal y colectivo.

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Pero, aun así, había un futbolista sobre el campo. Beñat ha arrancado la temporada como si se fuera a acabar mañana. Físicamente lo aguanta todo, está en todas partes, tiene el tacto más sensible que la seda en el ojo de una aguja, pero cuando hay que disparar los dedos del pie parecen los de una modista de lujo. Y el fútbol le premió al segundo intento: cazó el balón dentro del área y lo llevó a la red.

Era tiempo de acoso rojiblanco, ya más organizado, más insistente. Un aluvión que agotaba al Rapid, un equipo lento en sus movimientos, organizado pero mecánico, con la salvedad de Schaub, más hombre que máquina. Y tras el gol llegaron las ocasiones rojiblancas, de Aduriz (increíble por desacostumbrada su imprecisión), de Rico, y sobre todo de Williams, solo ante el portero, en carrera, como le gusta y disparando al zapato del guardameta. Y ganó el Athletic con el agobio final. Enamorado de la Liga, Europa le hacia la cobra. Ante el Rapid, por fin, le dio un beso.

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