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Adrián descoloca al Celta y da la victoria al Eibar

El jugador, habitual centrocampista, da un recital en Ipurua jugando como delantero

Ramis disputa un balón con Rossi.
Ramis disputa un balón con Rossi.Juan Herrero (EFE)

El virus del Eibar, ese que contagia optimismo en su campaña de abonados, fue en el terreno de juego Adrián, un muchacho acostumbrado al centro del campo en muchas versiones y al que Mendilibar reconvirtió en delantero centro sin que el Celta, con sus tres centrales, llegara a enterarse. No se enteró cuando remató de cabeza al poste, antes de que Fran Rico lograra el gol a los nueve minutos, ni cuando le hizo un sobrero al defensa y disparó al larguero nada más iniciarse la segunda mitad, ni cuando el portero Rubén tuvo que taponar su disparo tras una pared fantástica, ni cuando cabeceó al más puro estilo del nueve clásico exigiendo lo mejor del portero gallego. Nadie del Celta, salvo Rubén Banco, se enteró de que aquel muchacho con el 24 a la espalda jugaba al escondite con los centrales del Celta, especialmente con Roncaglia, muy desubicado en el lado derecho, y una vez tras otra libraba a todos sus compañeros cada vez que hacía fata un remate a gol o una asistencia o sencillamente desubicar a la defensa. Parecía que jugase de perfil, porque nadie le veía y resulta que estaba en todas partes.

Porque el Eibar durante toda la primera mitad estaba en todas partes y el Celta en ninguna. Fallaba en defensa, los laterales no subían y gente fina como Radoja o Wass se enredaban con el balón obligados a jugar de espaldas a la portería. 44 minutos necesitó el Celta para fabricar una ocasión. La tuvo Bongonda pero la abortó Riesgo en su particular mano a mano. Era un Eibar tenso e intenso que vivía a gusto por la comodidad con la que vivían sus defensas. Bongonda, y sobre todo Rossi, estaban ausentes del partido, sin conocer qué, cuando y donde podían hacer algo productivo para su equipo. Lejeune se bastaba para anular cualquier asomo de peligro.

Todo cambió en la segunda mitad, cuando el Ceta metió una velocidad más al juego, es decir, cuando sintió la desesperación de una derrota que avanzaba a pasos agigantados. El Eibar le cedió terreno, se guareció en dos lineas de cuatro muy juntas, dejando al escondido Adrián y al fajador Enrich como llaneros solitarios en territorio enemigo. La entrada de Sisto le dio la profundidad que no tenía y contagió a desanimado Bongonda. Aún así, el Celta simulaba un ataque más voluptuoso que práctico. Un ataque que solo produjo una acción que pudo suponer el empate cuando Riesgo derribó al jugador belga dentro del área. El árbitro no vio penalti, aunque el guardameta arrolló al delantero sin tan siquiera tocar el balón. Aún así, con el Eibar vigilando su casa, llegó el último remate de Adrián, de puro nueve, y un libre directo de Arbilla que de nuevo hizo volar a Rubén Blanco. Luego la desesperación, las protestas , las tarjetas rojas a Sergio (en el banquillo) y a Hugo Mallo tras pitar el final del encuentro. El virus había asolado al Celta. Y era Adrián.

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