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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Crónica de una muerte anunciada

El Barcelona afronta el Clásico con cierta sensación de angustia y dolor de cabeza

Rafa Cabeleira
André Gomes (d) y Rafinha, ante el Hércules.
André Gomes (d) y Rafinha, ante el Hércules.M. Lorenzo (EFE)

Uno sabe que se ha convertido en un adulto con todas las de la ley cuando empieza a hacer cosas que, sencillamente, no le apetecen: madrugar, ponerse corbata, asistir a bodas de parientes lejanos, marcar la casilla de la iglesia en la declaración de la renta… Claro que de niños también nos hemos visto en idéntica tesitura en más de una ocasión pero siempre bajo algún tipo de amenaza latente, lo mismo una hostia de tu padre que la posibilidad, más o menos deslizada, de que tu colección de cómics terminaría por rellenar la urna con las cenizas del abuelo si no te comías las lentejas.

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El primer enfrentamiento liguero entre Barça y Real Madrid de la temporada no llega en el mejor momento para el aficionado azulgrana; sencillamente no nos viene bien, no nos apetece. Tras un puñado de años felices que hoy parecen un sueño, desbordantes de confianza y con la moral por las nubes para combatir al ancestral enemigo, otra vez afrontamos el choque con cierta sensación de angustia, dolor de cabeza y un sedimento de estribo de cobre en el paladar que nos emparenta con el difunto Santiago Nasar. La única diferencia reside en la plena consciencia de que nos van a matar, sin posibilidad de escapatoria ni necesidad alguna de despertar salpicados por cagadas de pájaros para adivinar nuestra triste ventura.

Si uno nació con la democracia o incluso antes, digamos que en el pleistoceno, los síntomas le resultarán tan familiares como esos olores de infancia que nos envuelven cuando la abuela cocina empanada de manzanas o tu tío llega borracho a casa, tras otra noche de infructuosa marea y melancolía marinera. Nos criamos en presencia de ese temor indomable, nos acostumbramos a su amenazante presencia del mismo modo que otros aprendieron a convivir con la sinusitis, un ojo vago o cierta cojera en la pierna derecha. Todavía recuerdo aquella vez que, en clase de catecismo, a mi amigo Miguel le preguntaron por el segundo mandamiento de la ley de dios y él respondió lo que todos pensábamos pero ninguno se atrevía a decir: que el Madrid siempre es el Madrid.

Seguramente habrá quien no esté de acuerdo con semejante diagnóstico. Al fin y al cabo, si algo sobra en este país son médicos sin titulación y optimistas desatados, pero la cruda actualidad aconseja afrontar el partido desde un perfil bajo y sin grandes expectativas. Tras el desafortunado empate frente al Málaga y los esperpentos vividos en San Sebastián y Alicante, lo más sensato parece ponerse en lo peor y esperar a que el destino nos depare una agradable sorpresa, como cuando un dolor en el brazo te hace pensar en un más que probable infarto de miocardio y luego caes en la cuenta de que llevas varios días abusando de la cálida hospitalidad de YouPorn.

Sea como fuere, debemos afrontar este trance como adultos, como personas íntegras y bien formadas, sin necesidad de fuertes aspavientos ni grandes dramas. Una victoria nos devolvería la fe perdida mientras que una derrota nos devolvería al pasado, a un tiempo que creíamos olvidado y en el que tras cada gol de Hugo Sánchez nos dejábamos caer en la cama y nos confesábamos abiertamente con la almohada: “Otra vez me mataron, niña Wene”.

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